Marginalia. Novela desconocida - Contracultura - Literatura Marginal.
Colección Marginalia
 

IR SHEL OR

La Ciudad de la Luz
I. De la Creación

MARIANELLA ALONZO ALVAREZ

CAPÍTULO DOS
Del Equilibrio

LAS SIETE PRUEBAS (cont.)

Malén

El foso era enorme y profundo. Malén Lozáh, de pie en el borde, no pudo alcanzar el fondo con la vista. Tal vez, se debía a la oscuridad. La tea que portaba el ángel no era suficiente luz para abarcar semejante oquedad.  Caminó a su alrededor pensando en qué era lo que debía hacer. ¿Saltar al vacío?

Se puso en cuclillas para palpar el interior del foso y tocó con la mano una saliente. Se acostó sobre su pecho y se inclinó un poco más dentro del enorme hoyo. Vio entonces una especie de escalera de piedra que se perdía hacia el fondo. No era propiamente una escalera, sino salientes de piedra que descendían sospechosamente rectas. Estaban llenas de musgo y seguramente serían resbaladizas. Pero no habiendo otra posibilidad al alcance, suspiró y se dispuso a bajar por los raros peldaños.

Consiguió bajar el primero y el segundo, pero en el tercero resbaló peligrosamente y debió sujetarse con fuerza de los peldaños de arriba.  Retomó el descenso con lentitud y extremo cuidado. De vez en cuando se volvía para mirar hacia abajo, pero la negrura no le permitía calcular cuán alto estaba ni cuánto le faltaba por bajar.

Largo tiempo duró el penoso descenso. Con resbalones y continuos golpes contra la piedra. Cuando finalmente su pie rozó el suelo sólido, no más salientes resbaladizas, se dejó caer exhausto, con las manos entumecidas y el cuerpo adolorido. Miró hacia arriba y se sorprendió de no ver la boca del abismo en que había caído. Todo estaba tan oscuro que no lograba distinguir las manos frente a su cara.

Empezó a tantear en la oscuridad esperando que no hubiera otro foso igual o peor por el que pudiera caer desprevenido. “Tres asideros”, había dicho el ángel. ¿Cómo podría encontrarlos en semejante penumbra? Se sentó en el piso rocoso y se quedó pensativo. También descansando un poco del arduo descenso. Estando así, tan quieto, oró porque pudiera encontrar la salida y porque su hermano estuviera saliendo con bien de sus pruebas. Luego se puso en pie y tomando como referencia la pared por la que había bajado, empezó a caminar siguiendo su contorno, tanteándola de arriba abajo, tratando de encontrar los asideros. Mientras se movía arrastrando los pies, le pareció escuchar un sonido extraño. Se detuvo y el ruido cesó. Cuando reemprendió la marcha, volvió a repetirse el sonido. Era como si hubiese alguien más ahí y se moviera cuando él se movía y se detuviera cuando él también lo hacía. Sintió un escalofrío. Siguió moviéndose en derredor del abismo sin detenerse por unos minutos. De improviso, se paró en seco y el sonido que había escuchado se prolongó unos segundos. Se volvió rápidamente. Pero era inútil. Allí no se podía ver nada.

Era obvio que alguien o algo estaba ahí con él, aunque no pudiera verlo. Armándose de valor, preguntó:

– ¿Quién eres?

No hubo respuesta. Repitió la pregunta en un tono más enérgico y esta vez un susurro, mezcla de humano y animal, repreguntó:

– ¿Tienes miedo?

Malén Lozáh sintió que se le erizaban los vellos de la nuca. Nunca había escuchado una voz como aquella. Era tenebrosa. Parecía que el aliento de aquel ser hubiera congelado la estancia. Malén se removió inquieto y repitió:

– ¿Quién eres?

– ¿Quieres que te de una pista para salir de aquí? –preguntó la voz.

A Malén le pareció que, quien quiera que fuese, se divertía con lo que estaba haciendo. La voz repitió la pregunta y Malén, decidido, exclamó:

– No. Sé cómo salir.

Se produjo un silencio mortal. Luego, una risa espantosa recorrió el lugar y Malén sintió que su palidez podría ser distinguida aún en aquella tiniebla.  De repente, en una de las esquinas se encendió una antorcha y Malén vio una sombra gigantesca aproximarse hacia él. Ahora sentía que estaba clavado en la piedra y no podía moverse. Era un inmenso terror ante aquella figura amenazante que se acercaba.

Cuando el dueño de la sombra entró en su campo visual, Malén se quedó desconcertado y, pasados unos minutos, sólo pudo romper a reír entre movimientos convulsivos.  “Aquello” era una criatura de apenas unos cuarenta centímetros de alto que había visto amplificada su sombra por obra de la antorcha que llevaba a la espalda.

El enano se acercó a Malén con aire contrariado y le pateó para que dejara de reírse. Cuando finalmente lo hizo, Malén lo contempló divertido.

– ¿Quién eres? –preguntó extrañado.

– Nadie –dijo el enano, muy hosco.

– Hola, Nadie –dijo Malén– y le estrechó la mano. El enano se soltó y poniendo otra vez esa voz sepulcral le preguntó:

– ¿Quieres que te ayude a salir de aquí?

Y Malén le contestó imitando su voz:

– Noooo. Sé cómo hacerlooooo.

Al enano no le hizo gracia su parodia y exclamó:

– ¡Te pudrirás aquí, entonces!

Malén negó con la cabeza y aprovechando la luz de la antorcha se puso a examinar las paredes.

– No encontrarás nada –sentenció el enano–. Yo sí que te puedo ayudar.

Pero Malén no hizo el menor caso y continuó palpando, empujando y revisando cada pared de arriba a abajo, por lo menos, hasta donde alcanzaba. Así estuvo por más de una hora, escuchando las mismas palabras del enano. De repente, tropezó con una inscripción en la piedra. Era la palabra “VITRIOL”.

Recordaba su significado: “Visita Interiora Térrea, Rectificando Invenies Ocultum Lapidem”. “Visita el interior de la tierra, rectificando encontrarás la piedra oculta”. En su sentido más amplio, era algo así como “Visita el interior de ti mismo y purificándote encontrarás la sabiduría”. Se le antojó muy apropiada la frase. Había descendido tanto que se sentía en las entrañas de la tierra. El resto de la máxima era como un recordatorio de lo que las pruebas significaban. Suspiró largamente y sintió nuevos ánimos para seguir buscando. Unos minutos más tarde, encontró una extraña muesca en una de las paredes. La sopló y sacudió con los dedos, pero no parecía un “asidero”. ¿Cómo podría asirse de una muesca tan pequeña? Sin embargo, revisó la pared una y otra vez hasta que encontró dos muescas más, muy cerca de la primera. Las sacudió y sopló igualmente y las contempló largamente. El enano se había callado por fin y parecía aguardar expectante el resultado de la inspección de Malén.

Algo le recordaban estas muescas y las dibujó mentalmente, una por una, todas juntas, las imaginó en diferentes posiciones… ¡Y por fin!  En su mente surgió el trazo de la letra He. Tocó nuevamente las muescas y maravillado vio que se movieron con su dedo cuando trató de unirlas para formar el símbolo. Efectivamente, al colocarlas en la posición correcta, las muescas parecieron emerger de la piedra y Malen pudo asirlas para tirar de ellas. Tras un ruido ensordecedor, la pared se abrió como una gran puerta.

Malén no lo pensó dos veces y corrió a través de ella. Alcanzó otro largo pasillo, tras el cual encontró a los dos ángeles que le habían acompañado anteriormente.  Sólo entonces se acordó del enano y trató de regresar. El ángel le retuvo y expresó:

– No te preocupes por él. No es real. Tu temor era muy grande al principio, pero tu confianza en el Padre es mayor. Y de dónde pudo haber salido una bestia mortal, emergió ese pequeño que al final te ayudó con su luz.

Malén meditó unos momentos, algo asombrado, pero luego sonrió complacido. Finalmente, dijo:

– Estoy listo.

El ángel también sonrió y expresó:

– Esta es la tercera cámara.

Malén la recorrió con la vista, pero no le pareció diferente a la primera. El ángel continuó:

– Como bien supiste deducir y ya viste, en la tercera puerta está el símbolo

Letra hebrea he

– He representa lo que vitaliza, el aliento, es el símbolo de la vida universal, del espíritu y del alma del hombre. Su número es el cinco. En esta cámara recibirás el aliento que vitaliza. Es el Fuego Superior que arde y no quema. Sólo si eres puro de corazón, podrás atravesarlo sin daño alguno. Porque sólo el que entiende de qué se trata, puede hacerse uno con él. La palabra de cinco letras te abrirá la puerta.

Malén asintió aunque aún no veía nada aterrador en la cámara. Ambos ángeles salieron por la puerta por la que él acababa de entrar, dejando a Malén algo confuso y, en cierta medida, temeroso de lo que podría ocurrir.

Cuando las puertas de piedra se cerraron, produciendo un sordo eco, sin que Malén supiera cómo, el recinto empezó a arder. Sólo en la esquina donde él se encontraba no había fuego. El resto de la cámara era un infierno. Las llamas bailaban frente a Malén sin que él hubiera comprendido de dónde habían salido. El humo empezó a expandirse. Malén se pegó a la pared a su espalda aterrorizado. ¡Se iba a calcinar! Aunque, seguramente, se asfixiaría primero.

Sethis

Atravesó el largo pasillo descendente con paso vacilante. Miraba a todos lados y presentía que en cualquier momento algo horrible iba a suceder. El ángel iba tras él con la tea y aún así, no se sentía seguro.

Al llegar a la boca del foso, miró al ángel en busca de una explicación, pero éste se limitó a mirarlo y señalarle la oscura oquedad que esperaba por él. Sethis comprendió que no tenía opción y gracias a la llama de la antorcha distinguió la precaria escalera que se hundía en el foso.  Empezó a bajar con lentitud y sin dejar de mirar hacia el oscuro fondo. A medida que se iba alejando hacia abajo, la oscuridad aumentaba y con ella, su angustia.

Tardó mucho tiempo en tocar el suelo, pero finalmente, sano y salvo, había llegado al final. Se dijo: “Bien, ya estoy aquí. Logré bajar sin percances. ¿Será que debo subir otra vez los setenta peldaños que dijo el ángel?”

Se disponía a hacer eso mismo cuando, al subir al primer escalón, éste se desmoronó bajo su peso. Lo miró sin comprender. Trató de asirse con las manos a los escaños superiores, pero éstos también se volvieron polvo y Sethis cayó al suelo. Y poco a poco, todos los peldaños empezaron a desplomarse. Sethis saltó aullando sobre la pared, tratando de trepar por entre los restos de la escalera, pero era inútil. Se desmoronaban como castillos de arena. Empezó a ser presa del pánico. Si ésa era la única manera de salir, los setenta peldaños… ¿Se quedaría allí para siempre?

Se revolvió contra este pensamiento y aunque era incapaz de ver nada, empezó a recorrer el foso en todas direcciones. No sabía por dónde caminaba y a veces tropezaba contra los muros, caía, y volvía a levantarse, sin saber muy bien qué era lo que buscaba. En la negrura que le cubría empezó a intuir presencias, a escuchar gruñidos siniestros, pasos, risas y voces fantasmales. Se cubrió los oídos con desesperación y aún podía escuchar con nitidez.  Recordó su experiencia anterior y trató de racionalizar su miedo. En su angustia, intentaba comprender qué clase de oscuros sentimientos podían generar esos fantasmas. Comprendió que era sólo el miedo. Él era grande y fuerte, y muchas veces en el bosque había peleado y dominado fieras. Pero allí siempre supo qué era lo que tenía al frente. Lo que ahora le aterraba era no saber a qué se enfrentaba. No sabía de dónde podía provenir el zarpazo, ni de quién.

Entonces, se irguió repentinamente y gritó hacia la oscuridad por encima de él.

– ¡Está bien, Padre! ¡Haz lo que quieras conmigo! ¡Si no soy digno de ella, me quedaré aquí enterrado para siempre! ¡Como Tú lo dispongas!

Y cayó de rodillas, ocultando la cara entre las manos.  Se quedó mucho rato así, hasta que el silencio le sorprendió. Ya no había voces ni gruñidos. Entonces alzó la vista y una tenue luz hirió sus ojos. Se puso en pie y se acercó con sigilo. Descubrió la palabra “VITRIOL” en la pared. Pero más allá, otra cosa llamó su atención. En otra de las paredes había un desnivel… ¡y una escalera! Olvidando la inscripción en la pared, se lanzó hacia la esperada salida.

Pero la escalera seguía siendo descendente. No le importó y empezó a bajar contando los peldaños con sumo cuidado… Sethis se detuvo al final y casi sufre otro ataque. ¡Treinta y cinco!

– ¡Padre, Padre! –gritó– ¿Dónde están los otros treinta y cinco?

Y apenas lo dijo, contempló nuevamente la escalera y una súbita esperanza anidó en su alma. Empezó a subirla de nuevo, empezando a contar desde el treinta y seis.

– Sesenta… –decía en un hilillo de voz– sesenta y siete… sesenta y nueve… ¡Setenta!

Y un ruido ensordecedor casi lo tira al piso. La pared se abrió como una puerta y en ella apareció grabado el símbolo:

Letra hebrea Vau

Tras ella, un pasillo por el que Sethis corrió desesperado sin saber a dónde le llevaba.

Malén

Las llamas cubrían toda la cámara, a excepción del pequeño rectángulo en el que él descansaba, pero sabía que no tardarían en llegar hasta allí y devorarle. Había tratado de agacharse para evitar el humo, pero el calor le hizo imposible mantenerse en esa posición. Trataba de recordar las palabras del ángel, pero sólo recordaba algo de las cinco letras que le abrirían la puerta. En estas circunstancias, en lo menos que se le ocurría pensar era en letras. Y además, ¿dónde estaba la puerta? En aquel infierno era imposible ver un palmo más allá de la nariz. Se imaginaba que estaría situada en el lado opuesto al que él se encontraba, puesto que si había entrado por allí, la salida debía estar al otro lado. ¿Pero cómo llegar allí?

Hizo un esfuerzo por serenarse. Trató de inhalar profundamente pero un acceso de tos, casi lo derriba. Hizo un esfuerzo por concentrarse. ¿Qué había dicho el ángel? “En esta cámara recibirás el aliento que vitaliza”. ¿Era eso una ironía? En realidad, se estaba quedando sin aliento… ¡y sin vida!... “Es el Fuego Superior que arde y no quema”. ¿Arde y no quema? Malén contempló las voraces llamas y realmente dudó. “Sólo si eres puro de corazón, podrás atravesarlo sin daño alguno. Porque sólo el que entiende de qué se trata, puede hacerse uno con él. La palabra de cinco letras te abrirá la puerta.”

Malén se esforzaba al máximo por comprender… Aliento de vida… Hacerse uno con él… Cinco letras… Aliento… de vida… ¿Alma?

Y de repente, abriendo mucho los ojos, gritó:

– ¡Ánima!6

Y el humo se disipó en un instante. La temperatura descendió notablemente. Las llamas seguían bailando por toda la cámara, pero sus colores habían variado. Sus voraces amarillos, ahora eran brillantes dorados. Sus lenguas azules, eran ahora más claras y lánguidas. Y las rojas seguían siendo rojas, pero pequeñas y tímidas, como haciéndole la corte a sus hermanas mayores. Esta vez, Malén no dudó y acercó su mano a las llamas.  Para su sorpresa, no sintió quemadura alguna. Este fuego era cálido, que ciertamente “ardía pero no quemaba”. Era como si se hubiese decantado y ahora ofrecía su elemento más puro: luz. Sin vacilación, Malén empezó a andar hacia el otro lado de la recámara y, maravillado comprobó que el fuego no le hacía daño. Justamente al frente, divisó la puerta. En ella estaba grabado el símbolo:

Letra hebrea Het

Al atravesarla, se reencontró con los ángeles, quienes le recibieron complacidos y emocionados.

– Has logrado atravesar el Fuego Superior, Malén, porque en realidad eres puro de corazón. Tu piel no tiene ninguna seña de haber traspasado el fuego, pero en tu alma quedarán las señales eternas de este acontecimiento.

Malén les dedicó una cansada sonrisa y aguardó sus próximas indicaciones. El custodio no le hizo esperar:

– Has visto el símbolo en la puerta que acabas de atravesar: Jet. Su número es el ocho. Es el símbolo de la existencia elemental. Representa el trabajo del hombre, todo cuanto necesita de su esfuerzo, cuidado y solicitud. Es también imagen de equilibrio e igualdad.  Esta cuarta prueba requiere de todo ello y, además, representa la purificación a través del agua. Las ocho direcciones cósmicas te abrirán la puerta.

El segundo ser celeste intervino:

– Debes saber que a partir de este punto ya no podremos acompañarte. Sin embargo, como sabes, nunca estás solo.

Los ángeles salieron de la cámara por la misma puerta y la cerraron. Malén se dio cuenta de que no había manera de abrirla desde dentro. Se volvió en la semioscuridad. Dos antorchas brillaban a cada lado de la estancia que se extendía frente a él como un largo pasillo de piedra. Echó a andar lentamente y al final encontró una escalera que descendía hasta un canal subterráneo de corriente agitada. Al otro lado del agua, las escaleras continuaban hacia arriba y se distinguía una plataforma inmensa. Comprendió que tenía que atravesar el canal.

Sethis

Entró en una nueva galería y encontró al custodio esperándole. Le miró en silencio y el ángel expresó:

– Has sentido miedo, has desconfiado, has dudado… y sólo cuando te diste por vencido, te pusiste en manos del Padre. ¿No habría sido más fácil si hubieras hecho esto desde el principio?

Sethis Hávigus no contestó. Se limitó a aguardar las nuevas instrucciones con aire hosco.

El custodio continuó:

– Supongo que habrás visto en la puerta el símbolo Vav.

Sethis se movió inquieto. ¿Cómo iba a fijarse en eso si pasó como una exhalación junto a la puerta? Pero el ángel siguió diciendo.

– Vav significa el ojo del hombre y es el símbolo de la luz. Es también símbolo del punto que une y separa el Ser del No-Ser. Su número es el seis. En esta tercera prueba tu ojo debe estar abierto para reconocer la luz. La verdadera luz. Las seis puntas te guiarán. Debo advertirte que a partir de ahora no podré acompañarte. Irás sin mí. Aunque no estarás solo.

Sethis le vio marcharse y cerrar la puerta tras sí. Entonces, se volvió a contemplar la cámara y descubrió al frente la siguiente puerta. Miró en derredor y no descubrió nada amenazador así que se dirigió hacia ella. Cuando cruzaba el centro de la estancia, las llamas aparecieron. Llenaron toda la cámara, a excepción del espacio en que él se encontraba de pie. Sintió el calor sofocante y vio el humo subir y empezar a cubrirlo todo. Se quedó paralizado. El borde de su túnica comenzó a incendiarse y la pisoteó varias veces para apagarla. Entonces, descubrió bajo sus pies el símbolo:

Estrella de seis puntas o de David

“Las seis puntas te guiarán” había dicho el ángel. En ese momento le pareció absurdo. Las seis puntas de la estrella, obviamente, apuntaban a seis direcciones diferentes. Curiosamente, ninguna indicaba directamente la posición de la puerta. ¿Qué se suponía que debía hacer?

¿Reconocer la verdadera luz? Miró intensamente las llamas que le rodeaban y sólo pudo percibir su calor amenazante. Contempló largamente la estrella a sus pies, pero no pudo deducir qué hacer con ella. Sentía las llamas cada vez más cerca. Entonces decidió hacer lo que no había hecho hasta ahora. Durante su preparación, tanto él como Malén Lozáh habían practicado la meditación como medio para elevar su espíritu y en algunas ocasiones habían alcanzado un estado alterado de conciencia que les permitió hacer cosas que nunca imaginaron poder hacer. Habían logrado levitar, mover objetos con la mente y otros prodigios que a Sethis fascinaron. Pero Malén había decidido no seguir “jugando con poderes que desconocían”. Sethis, sin embargo, había seguido practicándolos a espaldas de su hermano. Creía que si lograba alcanzar ese estado de conciencia podría atravesar el fuego y llegar hasta la puerta. Nunca intentó algo como eso en el pasado, pero estaba casi seguro de que era posible.

Sabiendo que el tiempo estaba en su contra, se concentró en una profunda meditación. Era extremadamente difícil con aquel calor sofocante y el aire viciado que respiraba, pero aún así se esforzó.

Su respiración se fue apaciguando a medida que se concentraba. Relajó los brazos a lo largo del cuerpo y se quedó inmóvil por unos minutos eternos. Finalmente, casi como si estuviera en medio de un sueño, se vio atravesando las llamas. Caminó lentamente por miedo a perder la concentración. Cuando faltaban unos pocos pasos para llegar a la puerta, el calor se hizo insoportable y su túnica ya había empezado a quemarse. No resistió más y echó a correr y de un empujón abrió la cuarta puerta.

Las Siete Pruebas (final)

NOTAS

6   Ánima: En latín: alma, aliento.

 
     
 
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Marianella Alonzo Álvarez
Caracas-2006

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