Marginalia. Novela desconocida - Contracultura - Literatura Marginal.
Colección Marginalia
 

IR SHEL OR

La Ciudad de la Luz
I. De la Creación

MARIANELLA ALONZO ALVAREZ

CAPÍTULO DOS
Del Equilibrio

LAS SIETE PRUEBAS (final)

Malén

Empezó el descenso sin poder imaginar qué le esperaba. Se adentró en el agua y sintió en su propio cuerpo la furia de la corriente. Caminó mientras le fue posible pero al poco, el agua le llegaba hasta el cuello y empezó a nadar hacia la otra orilla. La corriente pareció caer en cuenta de la presencia del intruso y se hizo más violenta. Malén sintió cómo lo empujaba hacia un lado e, inexplicablemente, luego lo arrastraba hacia el otro. Malén luchaba por mantenerse a flote. Comenzó a formarse un remolino gigantesco y empezó a succionarlo. Malén Lozáh se esforzaba y sus brazadas y patadas enérgicas no parecían surtir ningún efecto. Parecía no avanzar ni un milímetro.

Finalmente, la fuerza del remolino lo engulló y Malén Lozáh se hundió en la profundidad.  Seguía luchando pero la fuerza del agua le mantenía en el fondo y le seguía arrastrando a un lado y al otro. Pasaron unos minutos que se le antojaron siglos. No tenía aire en los pulmones y a pesar de sus esfuerzos, pronto empezaría instintivamente a boquear y a tragar agua. Por primera vez, Malén sintió que estaba perdido. Se estaba quedando sin fuerzas. Necesitaba respirar. Era lo único que le importaba. Aire.

Estaba a punto de rendirse, pero se obligó a hacer un último esfuerzo. Había tocado el fondo. Sabía que podía impulsarse hacia arriba si es que podía volverlo a tocar. Y entonces, en lugar de luchar por subir, nadó hacia abajo. Posó los pies en el fondo y se elevó braceando desesperadamente. La corriente, como desprevenida, le dio el impulso final y Malén logró salir a flote y nadó con sus últimas fuerzas hacia las escaleras de la orilla.

Se arrastró sobre los escalones y se quedó allí tendido, recuperando el aliento. Estaba exhausto. Tosió varias veces y trató de normalizar su respiración.  Contempló el agua con aprensión. El remolino había desaparecido pero el canal seguía corriendo con igual violencia. Se volvió entonces hacia los peldaños que ascendían largamente hasta una plataforma en la que debía hallarse la siguiente puerta. Comenzó a subir penosamente. Estaba sumamente cansado.

Varios minutos después, alcanzaba la plataforma. A sus pies se hallaba grabado el símbolo:

símbolo del infinito

Lo miró intrigado. Luego, su mirada se dirigió al final de la plataforma y notó que no había puerta sino una inmensa y lisa pared. No había señales de que el camino continuara. Entonces volvió al símbolo. El infinito. Se agachó y sacudió la superficie de piedra. La figura le recordó un ocho tumbado. Su menté voló a las palabras del ángel: “Las ocho direcciones cósmicas te abrirán la puerta”.  ¿Direcciones cósmicas?, se preguntó. ¿Los puntos cardinales, tal vez?

Miró otra vez el símbolo y pasó sus manos sobre él. Inesperadamente, la figura se movió con su dedo, quedando de manera horizontal. El ocho. En ese momento, un rayo de luz atravesó la parte superior de la pared desde el interior. Malén volvió a mover el símbolo. Esta vez hacia la izquierda. Otro rayo de luz escapó de la pared, a la izquierda y más abajo que el primero. Malén movió la figura hacia abajo y sucedió lo mismo con un nuevo rayo. Finalmente, lo guió hacia la derecha y se hizo otro haz de luz en la pared.  Los cuatro puntos eran equidistantes. Si se trazara una línea sobre ellos formarían una cruz. Malén comprendió y dijo pensativo:

– Norte, Sur, Este y Oeste. Faltan los otros cuatro.

Y mientras movía el símbolo en las direcciones respectivas, iba diciendo en voz baja:

– Noroeste… Suroeste… Sureste … Noreste …

Los cuatro puntos se marcaron igualmente en la piedra con los haces luminosos y a continuación, los rayos se hicieron más potentes y se dibujó en la piedra la figura de la Rosa de los Vientos:

Rosa de los Vientos

Malén avanzó hacia la brillante figura y adivinó que el paso estaba libre. Podía atravesar la rosa y la pared al mismo tiempo. Así lo hizo sin vacilar y se encontró caminando por una extensión de la plataforma que parecía colgar en el aire y, al final, una gran puerta con dos grandes anillas. En ella estaba grabado el símbolo:

Letra hebrea Lamed

Malén lo contempló y recordó:

– Lamed significa extensión, la mano del hombre y el ala del ave. Lo que se extiende o eleva por sí mismo. Expresa reunión, coincidencia, dependencia y posesión. Su número es treinta.

Y sin entender muy bien qué relación tendría con lo que podía hallar tras la puerta, tiró de las anillas.

Sethis

Antes de atravesarla, se fijó en el grabado de la puerta. Era el símbolo:

Letra hebrea Resh

Sabía lo que significaba.

– Resh –se dijo– Representa la cabeza. Determinación, independencia, auxilio propio, movimiento individual.  Su número es el doscientos.

No supo si le serviría de algo en el transcurso de la prueba, pero lo mantuvo en mente. Avanzó por el pasillo con lentitud. Sentía terribles ardores en la piel de brazos y piernas y comprobó que las quemaduras, a pesar de todo, eran leves. La túnica estaba hecha jirones. Siguió andando y se encontró con la escalera que descendía al canal subterráneo.

Por primera vez sonrió. Si de eso se trataba la prueba, de cruzar al otro lado, no tenía nada que temer. Él era un experto nadador y en su vida cotidiana se había enfrentado a corrientes más fuertes que aquella. Sin dudarlo, se lanzó de cabeza al agua. La corriente lo arrastró con fuerza pero Sethis, con enérgicas brazadas, la estaba venciendo.

Estaba ya cerca de la otra orilla cuando se sintió succionado y atraído por una fuerza extraordinaria. Se hundió sin poder evitarlo y a su alrededor se formó una especie de caja con paredes de agua. No podía salir del increíble cubículo. Cada vez que lo intentaba, chocaba contra las “paredes” y era impelido en dirección contraria. Luchó por varios minutos. Empezó a faltarle el aire. Comenzó a tragar agua a borbotones y se vio rodeado de una terrible oscuridad.

Malén

Al asir las anillas, la plataforma desapareció bajo sus pies y Malén quedó colgando en el aire. Un viento helado empezó a soplar repentinamente y se fue haciendo cada vez más fuerte. Malén se balanceaba de un lado a otro sin otro soporte que las anillas. El vendaval atacaba por un lado y seguidamente, soplaba por el otro, zarandeándole con violencia.

Cuando creía que no podría soportar más los embates del viento, la plataforma volvió a surgir bajos sus pies, dándole apoyo, y la puerta se abrió de par en  par.  Malén no lo sabía aún pero había estado sobre el precipicio por treinta largos minutos. Ahora, eran sus brazos los que colgaban exangües a ambos lados del cuerpo.

Lo que contempló a continuación, realmente lo dejó atónito.

Sethis

Cuando abrió los ojos, estaba tendido en la orilla. Al pie de la larga escalera que le conduciría a la otra puerta. ¿Qué había pasado? ¿Cómo había logrado salir del agua? Probablemente, en su inconsciencia, la corriente le había arrastrado hasta ahí. ¿Y la “caja” de agua cómo había desaparecido? En su mente se formó un pensamiento que no supo muy bien de dónde vino: “La soberbia te jugó una mala pasada”.

Se puso en pie y emprendió la larga ascensión por la escalera. Por costumbre, contó los escalones. Al llegar al doscientos se detuvo y aguardó por si sucedía algo anormal. Pero nada pasó. Ahí estaba la puerta. Tenía el símbolo:

Letra hebrea Kof

– Kof –dijo– El signo del estado superado de la naturaleza. La etapa evolutiva que ya hemos trascendido. Su número es cien.

Con cierto desasosiego, tiró de las anillas y la plataforma desapareció dejándolo en el aire.

El vendaval vino a su encuentro y con furiosas embestidas lo sacudió y empujó a un lado y otro sin que Sethis pudiera evitarlo. Las sacudidas eran tan violentas que Sethis soltó una de las anillas y quedó colgado de una sola mano. Hizo intentos vanos de alcanzar su asidero pero las acometidas del viento no se lo permitían. Miró con horror el precipicio y estuvo seguro de que no aguantaría y que ése sería su final.

Sin embargo, soportó una y otra vez los asaltos hasta que, para su sorpresa, la plataforma volvió a sus pies. Se soltó y cayó de rodillas al suelo. Exhausto, vio cómo se abría la puerta y se quedó inmóvil contemplando esa maravilla.

Sethis y Malén

Sethis contempló a su hermano, asombrado. Su estado era tan deplorable como el de él mismo. Malén, a su vez, lo miraba igualmente sorprendido. Fue a su encuentro y le tendió una mano para que se incorporara. Al hacerlo, ambos se fundieron en un abrazo.

– Hermano –dijo Malén– Me alegro de que estés bien.

– Ha sido muy duro –confesó Sethis– Estoy sorprendido de haber llegado hasta aquí. Por lo visto, tú también tuviste tu ración.

Malén hizo un gesto de resignación y sonrió.

– ¿Qué crees que nos aguarde ahí? –preguntó señalando hacia la cámara que se alzaba frente a ellos.

– No lo sé –respondió Sethis.– Seguramente, nada bueno.

Caminaron entonces hacia el interior, maravillados de la excelsa belleza de aquella estancia. Nunca habían visto nada igual. Las paredes parecían de oro. Había en el centro mesones con fuentes de plata repletas de alimentos y mullidos asientos a su alrededor. Piedras preciosas adornaban los espaldares y sobre el mesón brillaban copas de oro y plata. Tanto lujo y opulencia les sobrecogía.

Por una de las tantas puertas que había en aquella cámara entraron varios ángeles con aspecto de mujeres hermosas. Llevaban la cara cubierta con velos pero se adivinaban rostros perfectos tras ellos. También el custodio hizo su aparición. Y acercándose a los hermanos, exclamó:

– En esta cámara podréis descansar después de un arduo trabajo. Os felicito. Si habéis llegado hasta aquí, es porque salisteis con bien de todas las pruebas que habéis enfrentado. Podréis tomar un baño, cambiar vuestras túnicas y alimentaros. No os preocupéis por ahora de lo que os falta por transitar.

Los ángeles les guiaron a través de la estancia y Malén y Sethis disfrutaron de un merecido descanso. Tras un relajante baño con agua caliente y esencias en tinas de plata, cambiaron sus raídas túnicas por otras nuevas e impecables. Luego, fueron conducidos al comedor donde degustaron exquisitos platos y bebieron vino.

– Hemos llegado al cielo, hermano –comentó Sethis, al tiempo que alzaba su copa y bebía con avidez.

Sethis estaba radiante. Comió y bebió desaforadamente y disfrutó de la música que entonaba una orquesta salida de quién sabe dónde. Las “mujeres” lo cargaron de joyas. Anillos con gemas, collares, pesadas cadenas de oro y plata… Parecía deslumbrado con su brillo y su risa estertórea llenaba la sala a ratos.

Malén, por su parte, disfrutó de la comida y bebió poco. Parecía complacido por la felicidad de su hermano, pero no participó en esa extraña ceremonia de las piedras preciosas. Para él, eran sólo eso: piedras.

En realidad, algo le inquietaba. No le veía sentido a todo ese derroche y presentía que era sólo una prueba más. Pero no estaba seguro de qué debían demostrar esta vez.  

Pasaron varias horas. Malén, rendido ante el cansancio, se abandonó en un mullido diván donde se quedó dormido. Sethis seguiría con su juerga hasta que, vencido por el vino y el agotamiento, igualmente se durmió en un sillón, rodeado, eso sí, por sus “tesoros”.

Malén Lozáh despertó con la inquietante sensación de que alguien le miraba fijamente. En efecto, frente a él se hallaba el custodio sentado cómodamente esperando, al parecer, que saliera de su sueño. Se incorporó rápidamente y le interrogó con la mirada.

– ¿Estás satisfecho? –inquirió el ángel– Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras. Ya has demostrado tu coraje, tu fortaleza y tu fe en el Padre. Puedes desistir de continuar. Nadie te culpará por ello.

Malén no comprendió. Lo miró extrañado y preguntó:

– ¿Es que acaso mi misión ha terminado?

– Es tu decisión –replicó el custodio– Si crees que es así, así será. Nada te obliga a continuar.

– No lo entiendo –dijo cada vez más confuso– Éste no es el fin del camino. Aún faltan dos pruebas. Agradezco mucho que nos hayan alimentado y nos permitieran descansar. No sé si hubiéramos podido continuar en el estado en que nos encontrábamos. Pero tenemos una misión que cumplir. Hasta ahora, nadie nos había dicho que podíamos renunciar a ella.

– Como te digo, ya has demostrado tu valía. El Padre está satisfecho.

Malén sacudió la cabeza y miró en derredor. Sethis dormitaba con una copa de vino en el regazo y aferrado a su tesoro. Los demás ángeles habían desaparecido y el mesón nuevamente aparecía colmado de abundantes fuentes. Entonces, reparó en una puerta que no había visto antes. Estaba labrada en oro y tenía grabado el símbolo:

Letra hebrea Tet

El custodio advirtió su mirada y explicó:

– Tet, como ya sabes, representa el refugio donde el hombre se protege. Simboliza la muralla erigida para guardar y proteger lo querido. Su número es el nueve.

Malén lo miró largamente. Finalmente, preguntó:

– ¿Es por allí que debo seguir?

Y el ángel respondió:

– Si es tu elección.

Sin vacilación, Malén se puso en pie y se dirigió a la puerta. Se volvió hacia Sethis y trató de acercarse, pero el custodio expresó:

– Ve. Ya tu hermano hizo su elección.

Malén atravesó la puerta y se encontró frente a un santuario. Una alfombra roja y dorada conducía hasta un altar, sobre el cual un candelabro de siete brazos iluminaba toda la estancia. Detrás, en la pared, había dibujado un sol radiante, cuyos rayos descendían sobre el altar, como bendiciéndolo o protegiéndolo. Había también un trono dorado y en él se hallaba sentado un anciano de aspecto venerable. Un cayado en su mano derecha acentuaba su aspecto majestuoso. Malén caminó hasta él y, humildemente, se postró bajando la cabeza.

El anciano habló con voz potente pero extrañamente paternal, carente de arrogancia pero con gran autoridad.

– ¿Por qué te inclinas ante mí? –preguntó.

Malén levantó la vista y sin vacilación respondió:

– Porque intuyo tu majestad y sabiduría.

El anciano sonrió complacido y volvió a preguntar, algo divertido:

– ¿Qué más intuyes?

– Intuyo que mi Padre te ha enviado. Y que tienes un mensaje para mí.

– ¿Cómo sabes que no soy yo tu padre?

– Porque Él es demasiado grande para caber en un solo hombre.

El anciano volvió a sonreír y haciendo un gesto con la mano, invitó a Malén a que se acercara. Él obedeció y fue a sentarse a sus pies.

– Tienes razón en todo –dijo el anciano– Entiendo porqué has llegado hasta aquí. Aunque, como habrás comprendido, yo no soy un hombre como tú. Pertenezco a las Jerarquías Celestes y he estado contribuyendo con tu preparación. Ahora, me corresponde indicarte la etapa final de tu Iniciación. Lo que vas a experimentar es de suma importancia. A partir de aquí, vas a ser instruido en los Misterios Mayores y cuando salgas, no serás el mismo. Has sido llamado a ser el Patriarca. Tus hijos van a poblar la tierra y tú serás su ejemplo. Contigo nacerá la Sociedad Solar. En esta última prueba entrarás en contacto con el Padre y desde ahora, tu comunicación con Él será directa. Este es el honor más grande al que puedas aspirar. Te harás uno con Él y a través de ti, tus descendientes tendrán una parte de Él en su interior. Ése es el mayor regalo que les has de brindar. Tú los guiarás para comprenderlo. Ahora, ven conmigo.

El anciano se puso en pie y guió a Malén hasta el centro del altar. Allí había un sarcófago de piedra. El Jerarca explicó:

– Esta es una muerte simbólica. Habrá muerto el Malén Lozáh pequeño, temeroso y confuso, y habrá nacido el Malén Lozáh espiritual y sabio, digno guía de todo un pueblo. Cuando entres, meditarás sobre tus enseñanzas anteriores y las que estas pruebas te hayan dejado. Cuando creas que estás soñando es porque estarás entrando en los dominios celestes y al retornar, tú mismo notarás la diferencia. Y estarás preparado para la prueba más importante: poblar al mundo con la simiente de Dios.

Malén, antes de disponerse a entrar en el sarcófago, formuló una pregunta que le atormentaba:

– ¿Qué pasará con mi hermano?

El Jerarca suspiró hondamente y poniéndole una mano en el hombro le dijo:

– Él trazó su propio destino. No eres responsable. Está escrito que él deberá someterse a tu voluntad… Pero no lo hará. Y quebrantará la ley de Dios. Será tu enemigo a partir de ahora. Y derramará el odio y la venganza y sus hijos serán iguales o peores. En tu casa sembrará el dolor… Pero Dios siempre estará cerca de él y ése será su  mayor tormento.

El Jerarca, al ver la profunda tristeza en los ojos de Malén, exclamó:

– Pero no nos adelantemos. Todavía falta mucho para eso. Tú serás feliz. Y después de las iniquidades, también lo serás. El bien y el mal son ramas del mismo árbol, ¿lo comprendes? Y se complementan, además. Sin el uno no existiría el otro. Confía, como hasta ahora has hecho, y verás las infinitas recompensas. Ahora ve, muchacho, el Destino aguarda por ti.

Malén se tendió cuan largo era en el sarcófago y antes de que el Jerarca se alejara, exclamó:

– Me dijiste que tenías un mensaje de mi Padre.

El anciano sonrió dulcemente y replicó:

– Sí. Que Su bendición está contigo.

Hieros Gamos – Bodas Sagradas

 
     
 
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Marianella Alonzo Álvarez
Caracas-2006

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