Marginalia. Novela desconocida - Contracultura - Literatura Marginal.
Colección Marginalia
 

IR SHEL OR

La Ciudad de la Luz
I. De la Creación

MARIANELLA ALONZO ALVAREZ

CAPÍTULO TRES
Del Destierro

LA TIERRA DE LOS HIELOS PERENNES

I

Un incierto fuego ardía en la cueva. Afuera, aullaba la tempestad, arrastrando agua y nieve. En esta tierra, el sol parecía no salir completamente. Como si se quedara a medias en el cielo, sin atreverse a brillar en todo su esplendor. Los días eran fríos y grises y las noches aterradoramente oscuras. La cadena montañosa recibía el nombre de la Tierra de los Hielos Perennes porque sus cimas siempre estaban cubiertas de hielo y nieve. Eran siete montes que se alzaban amenazadoramente sobre el valle en el que habían morado los primeros hijos y se extendían hacia el norte en una explanada solitaria y gélida. Numerosas corrientes de agua, de variado caudal, descendían desde lo alto, recorriendo la inhóspita geografía montañosa, atravesando luego el valle en diversos ramales, hasta que iban a desembocar en la ensenada que bañaba el pie del monte Kisaku, dando vida a la tierra con tendencia a la aridez. Pero arriba, en las alturas, el panorama de un blanco sempiterno, era sobrecogedor.

Éste era el hogar de Sethis Hávigus. Aquí había venido tras su salida del Laberinto. Su última prueba había sido una vil trampa. Así lo sentía. Le habían engañado para que Malén Lozáh triunfara. ¿Por qué, si no, Malén había continuado con las pruebas mientras él se quedaba dormido? ¿Por qué no le había despertado para seguir juntos? No. Malén le había traicionado. Se había aprovechado de la situación. Todo lo que el Jerarca había dicho era una simple mentira para justificarlo. Sethis recordaba muy bien sus palabras cuando, una vez enterado que Malén Lozáh se disponía a desposar a Zaras Keláh, él le había recriminado. El anciano había dicho:

– Recuerda tu paso por las pruebas y dime cuál crees que fue tu actuación. Dudaste, te dejaste llevar por el egoísmo, utilizaste un poder que no estabas autorizado a usar, hiciste caso omiso de las señales… y por último, dejaste que el oro y la comodidad te apartaran de tu misión… No podías ser tú quien regara su simiente sobre la Tierra… Ahora deberás someterte a la voluntad del Patriarca: Malén Lozáh, quien lo es por derecho propio.

Sethis se revolvió de rabia. ¡Malén el Patriarca! ¿Sethis Hávigus someterse a su hermano? ¡Ni hablar!

– ¡Malén no es más que yo! –se dijo– ¡Somos iguales! Él mismo lo dijo. No tiene poder sobre mí. Ni lo tendrá.

Había huido entonces a esta tierra helada para no tener que sufrir la humillación de ver a Malén Lozáh pavonearse con su hermana y ahora esposa. Zaras Keláh. Sethis la había soñado tanto. Siempre quiso hacerla su esposa y tener sus hijos con ella. Siempre soñó con que él sería el Patriarca.

Ahora, solo en su cueva, pensando nuevamente en ello, sus ojos se llenaron de lágrimas y lloró amargamente, como había hecho cada noche desde que salió del Laberinto, hacía ya varios meses. No había vuelto a ver a sus hermanos, ni quería verlos. En su interior, estaba convencido de que todo había sido una vil componenda, que Malén Lozáh siempre había estado destinado a casarse con Zaras y que él, Sethis, había sido sólo una excusa para hacer de Malén un héroe.

Muchas veces había gritado esto al cielo y exigido respuestas. Pero su Padre no había contestado a su llamado. Sólo le respondía el silencio, lo que hacía que se sumiera más en la amargura.

II

Una noche, mientras Sethis dormía, un anciano apareció en la entrada de la cueva. Sethis se sobresaltó al escuchar su voz:

– Despierta. Sethis Hávigus –dijo el anciano y agregó:– ¿Quieres respuestas?

Sethis lo miró de hito en hito y preguntó:

– ¿Eres tú mi padre?

– No, no lo soy.

– Entonces, no es contigo con quien quiero hablar.

– Yo puedo darte respuestas.

– Mi Padre es quien debe darme respuestas. Es a Él a quien pregunto. Tú eres sólo un mensajero.

Y dándole la espalda, volvió a dormirse, sin preocuparse por el anciano.

III

Meses más tarde, mientras Sethis vagaba por el bosque, un ángel se apareció entre los árboles y le preguntó:

– ¿Por qué no escuchas al mensajero de tu Padre?

– Déjame solo –dijo.

– ¿No entiendes que eres tú el que se aleja de Él?

– Déjame solo –repitió y reanudó su marcha por el bosque dejando atrás al ángel, que desapareció nuevamente, tal como había llegado.

Así ocurrió muchas veces. Todos los heraldos fueron despachados con las mismas palabras: “Sólo hablaré con mi Padre”. Con el tiempo, Sethis se volvió más huraño y en su inmensa soledad, el odio y el resentimiento crecían cada vez más, llenando su alma confusa.

Durante el día, vagaba sin rumbo por los helados bosques o la “taiga”, en la cual  abundaban lobos, alces, venados y bisontes. Cazaba para comer y, por las noches, se quedaba en la cueva al abrigo del fuego, mirando sin ver y perdido en pensamientos cada vez más dolorosos. Vestía con pieles de animales, pues la simple túnica, a esas temperaturas tan bajas, no era suficiente. Se cubría, además, con un gorro y altas botas también de piel. Entre las correas de cuero que rodeaban la cintura, brillaba la hoja de un puñal con empuñadura de hueso.  Su brillo era casi tan siniestro como el que desde hacía tiempo se había hospedado en la mirada de Sethis.

Una noche, mientras dormía tumbado sobre la estera que le servía de cama, empezó a removerse inquieto. Soñaba con bestias horribles que le acechaban y tras ellas, Malén Lozáh y Zaras Keláh reían y se burlaban de él.

De repente, se vio de pie en medio de la cueva y una luz cegadora llenó todo el espacio. Entonces, escuchó la Voz:

– ¿Por qué te niegas a escucharme?

Sethis sintió que se le paralizaba el corazón. ¡Era Él! ¡Su Padre le hablaba! Las piernas le flaquearon y cayó de rodillas. Con la voz entrecortada preguntó:

– ¿Por qué me has abandonado, Padre?

– Nunca te he abandonado, Hijo Mío. Tú me has abandonado a mí.

– ¿Por qué? –gritó Sethis desesperado– ¡Hice todo lo que estuvo a mi alcance!

– Sabes que no es así. No cumpliste tu misión. Te desviaste del camino.

– ¿Por eso me castigas, dejándome solo?

– Yo te hice un lugar en el mundo, junto a tus hermanos. Fuiste tú quien lo rechazó. Tu soberbia te impide reconocer a Malén Lozáh como el Patriarca y prefieres el destierro a la sumisión.

– Si los dos fuimos hechos iguales, ¿por qué tenía que ser yo el perdedor?

– ¿Quién dijo que había perdedores o ganadores? Cada quien tiene una misión. Malén hizo méritos para asumir la suya. Y tú, aunque no lo entiendas, también asumirás la tuya.

– ¿Qué quieres decir? ¿No estoy yendo en contra de Tu voluntad, entonces? ¿No dices que me aparté del camino?

– ¿Crees que mis designios son tan frágiles que pueden ser desviados por la voluntad de un hombre? Lo que has hecho, haces y harás, ya yo lo sé. No hay nada oculto para mí. Tú y tu hermano son ramas del mismo árbol. Uno de ustedes será la renovación de la Tierra. El otro, indefectiblemente, será la destrucción. Así ha sido escrito y así será. Es necesario que del Árbol del Bien y del Mal nazcan las dos ramas. Es la ley del equilibrio. Cada cosa tiene su contraparte. Yo Mismo soy la luz y la oscuridad. Sin la una no existiría la otra.

Sethis empezaba a comprender y un escalofrío le recorrió el cuerpo.

– ¿Quieres decir que yo estoy destinado para el mal? ¿Que, desde el principio, era ése mi fin?

– Quiero decir que Malén y tú fueron probados, y cada uno escogió su camino.

– Es decir, que… ¿pude haber sido yo el Elegido? ¿Pudo haber fallado Malén?

El silencio le dio la respuesta.

Sethis estaba abrumado. Aún no acertaba a comprender el alcance de aquellas palabras, pero algo en su interior se agitaba y el horror de la verdad le helaba las venas. ¡Había podido ser él el Gran Señor! Pero se había equivocado… y su equivocación había sellado su destino. Por unos minutos, se rebeló contra esa idea. ¡No podía ser! ¡Fue sólo un error!

Y angustiado gritó:

– ¿Cómo puedes castigarme por haberme equivocado? ¡Soy un ser humano! ¡Soy imperfecto, no puedo ser como tú!

– ¿Quién te castiga sino tú mismo? Yo no te he negado mi bendición. Eres tú quien huye de mi protección. Te doy la oportunidad de regresar con tus hermanos y de integrarte a la vida común. Siempre tendrás esa opción. Pero… ¿la elegirás?

Despertó con un sobresalto. Miró a su alrededor pero no había nadie. Sudaba copiosamente y respiraba con dificultad. ¿Qué había pasado? ¿Había sido sólo un sueño? Se asomó a la entrada de la cueva. El día había despertado. Pero todo estaba igual que el día anterior. Había sido una pesadilla. Su Padre no había estado allí.

Corrió hacia el lago y se lavó la cara con el agua helada. Entonces, reparó en su reflejo. Su rostro moreno estaba bañado de luz. Su cara tenía un brillo que él desconocía.

¿Era verdad, entonces? ¿No lo había soñado? Esa luz sólo podía venir de Él. Meditó sobre lo que había dicho. Se puso en pie y caminó de un lado a otro. Se sentía perdido. ¿Qué debía hacer? Su alma destilaba odio y todo su ser se rebelaba ante la posibilidad de ceñirse a los mandatos de Malén Lozáh. ¡Nunca sería un discípulo de su hermano! ¡Él también era Hijo de Dios! ¡Él tenía su propio lugar y no estaba detrás de ninguno!

Decidido, alzó su mirada al cielo y gritó con todas sus fuerzas:

– ¡Si quieres que me doblegue, no lo haré! ¡Ni ante TI ni ante nadie! ¡Si quieres un hijo sumiso y esclavo, no lo tendrás! ¡Reniego de Ti! ¡No eres mi Padre! ¡Ahí tienes a Tus hijos, complacientes y dóciles! ¡Confórmate con ellos! ¡Yo también tengo poder y sé usarlo! ¡Si mi destino es la oscuridad, haré de ella mi reino y la extenderé por el mundo! ¡Si Malén Lozáh es la luz, yo seré las tinieblas! ¡Si él es la renovación, yo seré la perdición! ¡Si él crea una sociedad, yo la destruiré! ¡Ésa será mi venganza!

ALEJANDRÍA: PATRIA DE LA FE
(EDIFICACIÓN DEL TEMPLO SOLAR)

I

AÑO CERO

Ha comenzado la Sociedad Solar. Así estaba escrito. Que de esta mujer y de este hombre naciera la Humanidad, los Hijos del Sol. Malén Lozáh y Zaras Keláh, consumada y bendecida su unión, se prepararon para su misión más importante. Durante tres meses vivieron como marido y mujer. Mientras ambos construían la nueva casa, más amplia para albergar la progenie, pasaban el día juntos, bien en las labores propias de su cotidianidad, o bien en largas conversaciones, donde se complementaban sus conocimientos. Pasados los tres meses, Zaras advirtió su estado y dio a su esposo la buena nueva. Ambos celebraron y esa misma noche, Dios habló a Malén Lozáh de esta manera:

– A tu primogénito llamarás Alejandro, el defensor de los hombres. A él consagrarás tu ciudad. Y llegado el tiempo, él continuará tu tarea y defenderá a sus hijos como tú a los tuyos. Y de él nacerán los perpetuadores de tu fe.

Y llegado el día del alumbramiento, Malén Lozáh asistió a su esposa que de pie, valientemente, soportó los dolores de parto, y lloró de alegría al ver aparecer el blanco cuerpecito del primer varón nacido de mujer.

Como había sido dispuesto, se le llamó Alejandro y la ciudad que apenas amanecía recibió el nombre de Alejandría, Patria de la Fe.

A través de los años, Zaras y Malén fueron bendecidos con sus hijos. Siete más nacieron de esta unión. Y siete veces más, Malén acompañó a su esposa que parió de pie en todas las ocasiones. De los ocho hijos, dos eran blancos, dos eran negros, dos eran rojos y dos amarillos.

Los primeros, Alejandro y Rah-Rah, blancos como la nieve. Él, con los ojos de su madre; ella, los de su padre. Luego, nació el pequeño Zoyíz Sezane y la hermosa Zaguev Mováz, de piel amarilla y ojos rasgados. Después vendrían el fuerte Sarizán Zyruu y la decidida Nastiawa Zovomóz, ambos de piel roja y cabellos negros muy lisos. Y finalmente, la preciosa Teviz y el inquieto Zozím Lem, de piel negra y pelo ensortijado.

Malén y Zaras amaban a sus hijos y, ciertamente, se sorprendían cada vez que nacía uno con rasgos tan diferentes. Los escudriñaban y reían juntos, comparando a sus bebés con los elementos y la naturaleza. Así, Zoyíz Sezane y Zaguév Mováz eran como el trigo; Alejandro y Rah-Rah como las nubes; Sarizán y Nastiawa como la tierra arcillosa y Teviz y Zozím como la noche sin estrellas. Eran todos distintos y eran hermosos en sus diferencias. Malén Lozáh y Zaras Keláh, sabían que estaban cumpliendo con su mandato. Estos hijos de colores eran la base de las razas primigenias.

II

Como fueron creciendo, fueron siendo instruidos. Malén y Zaras ejercían ahora el rol que habían tenido los ángeles en su preparación. Les enseñaron a leer y escribir, a contar y calcular, los nombres de los planetas y cuerpos celestes. Les transmitieron los preceptos de la Ley y se los explicaron con paciencia y dedicación.

Zaras Keláh, más organizada que Malén, diseñó un sistema por el que se regirían a partir de entonces. Había distribuido las jornadas a lo largo del día, de manera que siempre había tiempo de cumplir con las tareas domésticas, estudiar las diferentes disciplinas y aún tenían oportunidad de jugar, cantar y compartir las tardes en familia. Estas eran las horas más esperadas por todos. Los niños, porque se sentían libres de obligaciones y los padres, porque disfrutaban de ver a sus hijos corretear felices o de compartir con ellos los cantos y las historias que inventaba Malén para entretenerlos.

Zaras y Malén eran dichosos. Sus hijos eran sanos, fuertes y despiertos. Preguntaban y preguntaban. No se cansaban nunca. Y fieles a lo que ellos mismos habían aprendido, les enseñaron a pensar por sí mismos, dándoles libertad para formarse sus propios juicios. Así rezaba el primer renglón de la Ley: “Todos los hombres son libres y todos son hijos de Dios”.

III

AÑO: 14

Una noche, al calor del fuego, Malén retozaba con sus hijos, corriendo y saltando de un lado a otro. Todos lo perseguían tratando de quitarle un paquete que escondía entre la túnica. Zaras permanecía junto a la fogata, divertida ante las escaramuzas y peripecias de los niños para alcanzar a su padre.

Alejandro, que ya tenía catorce años, se apartó del grupo y se sentó junto a su madre. Ella acarició sus cabellos castaños y lo contempló largamente. Era un muchacho hermoso. Alto y delgado como Malén. De rasgos finos pero varoniles y con los ojos verdes y dorados que la repetían a ella. Zaras –¿a qué negarlo?– sentía debilidad por su primogénito. Se estremecía de ver duplicados sus ojos en él, así como de reconocer las facciones de su padre. Era el milagro más hermoso que había visto. Que de su vientre pudiera brotar una vida, y tan hermosa y bien hecha como aquella. Lo mismo sentía con sus otros hijos, pero Alejandro, por ser el primero, había sido el descubrimiento de su naturaleza de madre. Le llamaba “Eder Eguzki” que significaba “Hermoso Sol” y, con el tiempo, todos le llamarían así.

Por si fuera poco, Eder Eguzki demostraba una inmensa afinidad con su madre. Prefería la compañía de ella a la de su padre. Solían sentarse a conversar por horas y ella respondía a todas sus preguntas, lo que maravillaba y admiraba al joven. Sabía de la naturaleza de sus padres, los sabía hijos de Dios, no engendrados como él, y esto hacía que sintiera una especial veneración por ambos, además de su amor filial.  Pero a su madre la veía como a alguien más puro, con una sabiduría mucho más sutil y de un alcance mayor que la de su padre.

Eder, por ser el mayor y estar ya en edad, estaba siendo instruido en materias más profundas y sus dudas e inquietudes solían ser disipadas más directamente por Zaras que por Malén. A veces, se quejaba de que su padre hablara en sentido metafórico. Su madre era más clara y parecía tener la respuesta antes que él preguntara.

Esta vez, su pregunta sí logró sorprender a Zaras.

– Madre, ¿qué ha pasado con Sethis Hávigus?

Zaras sabía que Eder Eguzki había leído la historia de su origen. Además, pronto le correspondería continuar escribiendo sobre la fundación de Alejandría, tarea que venían desempeñando ella y Malén. Aún así, le intrigó el repentino interés por el hermano desterrado.

Eder comprendió que no esperaba la pregunta y continuó:

– Es decir, ¿sigue con vida? ¿Permanece en la Tierra de los Hielos Perennes? ¿Le han visto de nuevo?

– Es de presumir que sigue con vida, puesto que todos somos inmortales –dijo ella con una sonrisa y Alejandro se sonrojó. Pero ella continuó, pretendiendo no haberlo advertido:– No ha vuelto a acercarse a nosotros. Sigue obstinado en su destierro voluntario. Me imagino que debe ser terrible estar solo en esa tierra tan inhóspita. Pero es él quien no desea regresar. Hace un tiempo, Malén fue en su busca. Pero esa tierra es muy grande y hay miles de cuevas en las que pudo haberse refugiado. No lo encontró.

– ¿Y qué será de él? ¿Vivirá para siempre solo?

Una sombra cruzó la mirada de Zaras y Alejandro la advirtió. Pero ella se limitó a decir:

– El tiempo dirá. Algún día sabremos de él.

Al joven le pareció que su madre sabía más de lo que dijo. Le extrañó su actitud. Era la primera vez que sentía que le ocultaba algo. Pero prefirió cambiar el tema.

– Ahora que mencionas la inmortalidad –dijo meditabundo– Me resulta extraño que en las pruebas del Laberinto, tanto Sethis como mi padre hubieran sentido miedo. ¿Es que no sabían entonces que eran inmortales?

Zaras lo miró sonriendo y expresó:

– Tú sabes que eres inmortal… ¿Nunca has sentido miedo?

– Eehh… Creo que sí…–vaciló.

– El miedo es una emoción humana. Somos inmortales pero seguimos siendo humanos. Tu padre y Sethis sí tuvieron miedo, pero no de morir. Sintieron temor de lo desconocido, de lo que no pudieran dominar. Eso lo sentimos todos.

Malén Lozáh se dejó caer exhausto junto a ellos, mientras el resto de la familia le caía encima, entre gritos y risas.

– Está bien, está bien –dijo él, resignado– Tomen. Aquí tienen.

Y sacó de su túnica el paquete que los niños prácticamente le arrancaron de las manos. Al abrirlo, descubrieron una montaña de dulces brillantes que había hecho Zaras esa tarde y con un grito de alegría dieron buena cuenta de ellos.

Finalmente, padre y madre dieron la orden de irse a la cama y acompañaron a cada uno hasta su lecho. Todos, desde el más pequeño hasta el más grande, fueron abrigados por sus padres y bendecidos con un beso en la frente.

IV

AÑO: 21

Rah-Rah era alta y rubia. Era casi la versión femenina de Malén Lozáh. Con los ojos igual de azules e igual de límpidos. Desde niña se había sentido atraída por las letras y pasaba horas leyendo los pergaminos de sus padres. Se había dedicado a ordenarlos cronológicamente y hacía preguntas continuamente sobre ellos a Zaras y a Malén. Sabía que su hermano mayor, Alejandro, se encargaría de escribir la “historia oficial” de su familia. Pero ella voluntariamente se dedicó a escribir sobre las cosas que sabía que él no tomaría en cuenta. Lo conocía demasiado bien para no saber que Eder Eguzki se limitaría a narrar los hechos estrictos y pasaría por alto las condiciones en que se daban esos hechos, o los sentimientos y emociones de las personas involucradas. Esa sería la parte que ella escribiría. Comenzó por escribir de su madre, a quien admiraba y respetaba tanto como a su padre, pero al igual que sucedía con Eder, ejercía una fascinación sobre ella que a veces la intimidaba.

Para Rah-Rah, el hecho de la “aparición” en el mundo de sus padres era algo aún incomprensible. Lo aceptaba, como todos sus hermanos. A falta de una respuesta mejor. Amaba a su padre profundamente y admiraba su sabiduría y nobleza. Pero veía en su madre un ideal. Una mujer sabia, que sabía ser dulce y tierna, pero también estricta y firme. Pensaba que su padre era un hombre hecho para el mundo terrenal. En cambio, su madre era de naturaleza espiritual. No sabía a ciencia cierta a qué obedecían sus impresiones. Las palabras de su padre muchas veces parecían inspiradas por el mismísimo Dios. Pero en Zaras Keláh había una serenidad que desarmaba a cualquiera. Incluso al propio Malén Lozáh.

Rah-Rah intuía que su madre tenía otra clase de sabiduría. Era como si supiera las cosas antes de que ocurrieran. Por eso, nunca parecía sorprenderse. Siempre estaba preparada. Zaras Keláh nunca hablaba de eso y Rah-Rah no se atrevía a preguntarle. Entonces, decidió escribir y en sus notas describió a su madre con un poder insospechado. Porque, además, intuía que ni su padre ni sus hermanos conocían de él.

Así, escribió por mucho tiempo, no sólo de su madre. También describió a sus hermanos y a su padre. Relató los pormenores de la construcción del Templo Solar, obra que su padre supervisaba con celo. Rah-Rah había visto los planos y le parecía imposible que se llegara a construir un edificio tan descomunal. Eran muy pocos todavía. Pero Malén solía sonreír ante su incredulidad y decía: “Somos los primeros pero vendrán más”. Todos sus hermanos, su madre y ella misma participaban en la construcción. Los varones acarreaban las piedras y talaban los cedros; las hembras apilaban la madera y la moldeaban. Ellos armaban andamios y trepaban por éstos con soltura; ellas, sacaban el oro del río y lo fundían. Malén Lozáh les enseñó a trabajar la piedra y pulirla, así como la ebanistería. Zaras Keláh les instruyó en la alfarería y la orfebrería. Todos trabajaban con dedicación y se emocionaban con cada nuevo adelanto. Hasta los más pequeños eran parte del equipo.

Los textos de Rah-Rah fueron luego conocidos como los Scripta Familiae12,  cartas y crónicas que recogían las costumbres de la Sociedad Solar en sus inicios y que sirvieron de base para la educación de sus ciudadanos.

Rah-Rah, a sus veinte años, se casó con Alejandro. Como hermanos mayores, habían ido sumando a sus espaldas algunas responsabilidades. Sabían que en ausencia de sus padres, ellos debían velar por la familia y por la Patria de la Fe.

Antes de su boda, Malén Lozáh se reunió con Alejandro y, como era de esperarse, Zaras Keláh abordó a su hija. Rah-Rah escuchó con atención los consejos de su madre que con naturalidad le habló de sus Hieros Gamos. Ella y sus hermanos sabían de la unión corporal entre un hombre y una mujer porque sus padres se lo habían explicado desde un principio. Nada en ese acto era reprochable para ellos y, por el contrario, sus mentes habían sido abiertas para aceptarlo como algo natural y, además, de una trascendencia espiritual que le infundía una magia adicional.

Pero Zaras Keláh no habló sólo de ello. Más bien, llevó la conversación hacia otros derroteros, en los que Rah-Rah se vio a sí misma, sin saber cómo, confesándole a su madre lo que había escrito. Por un momento, sintió temor de molestarla, pero Zaras sólo sonrió, como si ya lo supiera.

– Me parece maravilloso que escribas tu visión de la historia –dijo.– La historia, cualquier historia, siempre tiene varios ángulos. Depende de quién la cuente. ¿Por qué no me muestras tus notas?

Rah-Rah dudó.

– Es que… –expresó vacilante– Hay algunas cosas ahí… que no sé si te molestarán…

– ¿Por qué iban a molestarme? –preguntó Zaras con extrañeza– Respetaré tu opinión.

En vista de que Rah-Rah seguía dudando, Zaras guardó silencio unos minutos. Echó hacia atrás su larga cabellera negra y sus ojos verdes se centraron en su hija. Luego, expresó suavemente:

– Sé lo que te preocupa. Pero no temas molestarme. Tienes razón en muchas cosas. Es cierto que puedo ver más que otros.

Rah-Rah dio un respingo y miró a su madre de hito en hito.

– Es una condición que siempre he tenido. No es un “poder”, como tú crees. Es sólo la capacidad de “ver antes”. Pero no tiene que ver con mi origen, porque si no, tu padre también la tendría. Y no es así. Creo que, más bien, tiene que ver con el hecho de ser mujer. Como sabes, tenemos una intuición más desarrollada.

– Pero yo no puedo “ver antes” de que suceda nada.

– Tal vez, lo desarrolles más adelante. Cuando tengas hijos, esa capacidad se agudizará y, tal vez, llegues a ver más de lo que te imaginas.

Zaras sonrió y Rah-Rah se preguntó si sólo se lo decía para tranquilizarla o realmente, había “visto” que ella lograría eso algún día. Con el tiempo, Rah-Rah descubriría que su hermano Alejandro también tenía esa capacidad y comprendería que su madre sólo había intentado minimizar su “poder”, tal vez para que Rah-Rah no pensara en ella como “alguien especial”. Asoció entonces el extraño don, no con la condición femenina, sino con los particulares ojos de su madre, que tenían en su hermano un fiel duplicado.

V

Zoyíz Sezane se había destacado durante su aprendizaje como buen crítico. Todo lo que le era expuesto lo asimilaba, analizaba, desmenuzaba y finalmente, exponía sus criterios, que no siempre coincidían con lo que le habían enseñado. Sus intervenciones siempre empezaban con un ¿por qué…? Malén Lozáh disfrutaba de las conversaciones con su hijo. Pasaban horas discutiendo sobre cualquier cosa. Ir a pescar o no en el río; pintar o no las fachadas de las casas; colocar esta o aquella piedra en el Templo; creer o no en el origen divino de sus padres… Siempre tenía algo que objetar y esto, lejos de molestar a Malén, le animaba a explicarle con nuevos y más contundentes argumentos sus puntos de vista. Zoyíz  era muy lógico y sus deducciones eran brillantes. No creía en las cosas “porque sí”. Había que fundamentar la creencia.

Zoyíz era delgado y más bien bajo. Tenía los ojos negros y rasgados. Su piel, al igual que la de su hermana Zaguév Mováz, era amarilla “como el trigo”. Aunque fuesen tan diferentes de sus padres, era habitual encontrarles algún rasgo parecido: la caída de los labios, la forma de la nariz, o algún gesto propio de Malén o de Zaras. Era curioso, pero todos los hermanos varones tenían la misma costumbre de mesarse los cabellos cuando estaban absorbidos por sus pensamientos. Un gesto de Malén. Así mismo, todas las hembras echaban la cabeza hacia atrás y sacudían el cabello cuando reían. Como Zaras.

Zoyíz Sezane era el segundo varón y se portaba como tal. Respetaba las largas horas que su padre pasaba con Alejandro, comprendiendo que su hermano mayor sería el próximo patriarca, como había dicho Malén. Zoyíz no había tenido ocasión de preguntarle por qué tendría que haber un “próximo patriarca” si Malén era inmortal.  Seguramente, había una edad en la que su padre debía “retirarse” para darles paso a sus hijos, aunque eso no lo decía la Ley por ninguna parte. Pero, en fin, su padre siempre insistía en que llegaría un momento en que Eder Eguzki estaría a cargo. Fiel a eso, Zoyíz se afanaba en aprender las labores que ahora desempeñaba su hermano, entendiendo que si éste llegaba a ser el Patriarca, Zoyíz como segundo, tendría que prepararse para el siguiente relevo.

De igual manera, el joven seguía las creencias que Malén y Zaras le habían inculcado. Si bien les exigía respuestas claras, no dudaba de la existencia de un Padre Universal y su estudio dedicado de la religión contribuyó a fortalecer grandemente la fe de sus descendientes. Zoyíz fue uno de los primeros sacerdotes del Templo Solar y sus textos fueron la base de las futuras enseñanzas de la filosofía. Su Doctrinae Philosophorum13 explicaba los preceptos de la Sociedad Solar con claridad y fundamento, haciendo de este tratado uno de los más respetados y estudiados por las futuras generaciones.

Por el contrario, su hermana Zaguév Mováz y quien sería después su esposa, se sentía más atraída por las Artes que por las Ciencias. Si bien su instrucción fue integral, en el momento de decidir si quería ordenarse como sacerdotisa y seguir los pasos de su madre, ella prefirió declinar la “invitación” y se interesó más por la creación artística, fundando las bases del teatro, la música y la literatura.  Aludía que a través del arte el hombre conectaba directamente con Dios porque usaba un lenguaje sublime. De hecho, para ella, las artes eran las “ciencias sublimes”.

Zaguév Mováz era menuda, de cabello lacio y negro y de temperamento vivaz. Sus ojos rasgados eran dos pozos oscuros y contrastaban grandemente con su piel amarilla. Siempre estaba cantando y bailando y era considerada “la alegría de la familia”. Junto a su padre, aprendió a construir instrumentos musicales y guiada por su madre, escribió poesía y ensayos. Por las noches, cuando se reunían todos después de la comida, solía leerlos en voz alta, arrancándole a su público aplausos y vítores y alguna que otra lágrima de emoción.

Su contribución al desarrollo de la sociedad consistió en las numerosas piezas teatrales y musicales, así como las obras poéticas, literarias y pictóricas que creó y enseñó a crear a sus descendientes.

Zaguév Mováz y Zoyíz Sezane se casaron en verano. De su unión nació un varón: Rehíz Zoxi y una hembra: Cassiel. Ambos bebés fueron celebrados con la misma alegría con que un año antes recibieran a los hijos de Alejandro y Rah-Rah: Zirne Zaguváz y Flavia.

Alejandría, Patria de la Fe (cont.)

NOTAS

12 “Escritos de Familia”, en latín.

13 Doctrina Filosófica, en latín

 
     
 
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Caracas-2006

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