Marginalia. Novela desconocida - Contracultura - Literatura Marginal.
Colección Marginalia
 

ISLAS SIMBOLICAS
Montjuïc - Mallorca - Buda
Portada Islas Simbólicas
MIREIA VALLS

A todos los habitantes de la Isla Utópica.

Preludio

Esta pequeña obra es un viaje por la isla utópica del pensamiento y la conquista de su territorio. Dibuja recorridos por parajes internos de la conciencia, mucho más reales que lo que uno puede asir y percibir con los sentidos, aunque no por ello deja de apoyarse en una historia y geografía significativas, reveladoras de las regiones internas de uno mismo que son análogas a las del ser universal. Parte de una situación concreta, y a caballo de la Vía Simbólica se enfila a través de estados perfectamente reconocibles por cualquier ser humano, dada la naturaleza arquetípica del recorrido. Aúna la palabra y la imagen evocando un espacio y tiempo otro que cohabita con el cronológico, el del devenir cíclico que a su vez es un reflejo de aquello no sujeto al transcurrir, o sea de lo eterno. Cada cual podrá encarnar en sí mismo las etapas de este viaje mítico, para el que se van ofreciendo algunas claves o soportes que conducen desde la orilla firme y conocida hasta la que aguarda al otro lado de la mar, la costa de la isla y sus recónditos rincones; y sobre todo, la certeza de que el tesoro se halla oculto en un punto central al que nos conduce la más alta intuición.

Montjuïc y la Alquimia

¿Quién no ha visualizado alguna vez al paraíso como una isla?

Una mítica porción de tierra virgen que emerge de entre las aguas y que rociada por la danza de los cuatro elementos ampara y da cobijo a indefinidos seres de todos los reinos de la naturaleza. Un lugar donde el hombre vive en consonancia con los ritmos telúricos y estelares, abierto al influjo de todas las potencias intermediarias, y libre de cualquier cadena. Un espacio en el que el tiempo casi desaparece, viviéndose al son de los ciclos cósmicos y del instante siempre actual que roza lo eterno. Una tierra generosa y fecunda, que obsequia con sus elixires, frutas jugosas y nutrientes maternales; de aguas cristalinas, aire fragante y espermático, cielo claro y luz brillante. Un símbolo del centro, corazón del mundo y morada de la semilla de inmortalidad.

*
*    *

Al abrir los ojos la realidad parece otra. Desde la ventana únicamente se percibe una ínfima porción de cielo atrapado entre miles de antenas parabólicas, una atmósfera gris y polvorienta, y un rumor compacto de motores. Aquella isla, ¿acaso es sólo un sueño? ¿La proyección de un deseo? ¿Una vía de escape?

Con el interrogante en el corazón, no queda otra que salir a buscarla. La calle en directo se presenta todavía más hostil: una jungla sin jerarquía. Ejércitos de seres alistados a las redes de la mente; millones de conexiones que se entrecruzan, riadas de tráfico compacto que siguen canales delimitados y cada vez más colapsados; voces que propagan conversaciones nimias a través de ondas invisibles, pero que tejen mallas muy tupidas, aumentando el peso de la solidificación. ¡Qué asfixia!

Y en medio de tal desbarajuste, ¿dónde hallar la isla tan vívidamente evocada?

El autobús sigue su recorrido fijo y se abre paso hacia la playa. Con los ojos cerrados el circuito deviene algo más plástico e imprevisible: alternancias de luz y oscuridad, bolsas de silencio entre los múltiples ruidos e imágenes fugaces, como la de ese rótulo publicitario con una "punta de lanza que rasga el cielo"… Sí, quizás desde la orilla del mar se divise la ínsula anhelada.

Con el frenazo abrupto, los párpados se levantan en un acto reflejo, y allí, sobre los mástiles de los barcos mecidos por las aceitosas olas del puerto, aparece el peñasco rodeado por las aguas, majestuoso, y envuelto por un fino halo áureo. Una voz cercana advierte: —Ya no hay que ir más a la playa.

Cierto, no es necesario otear el horizonte desde la arena, sino que la isla 1 está mucho más cerca, casi a tocar, salvando sólo la ensenada del puerto, que por otra parte, y según se mire, no es poca cosa.

¿Por dónde, entonces, abordarla? En la pregunta ya está implícita la respuesta, y tras un aspir profundo, la certeza que debe conquistarse por el aire. Justo enfrente, una alta torre metálica terminada en "punta de lanza que rasga el cielo" sostiene los cables de acero por los que se deslizan las pequeñas cabinas rojas del teleférico. El ascensor eleva unas decenas de metros en un santiamén. Aquí los compañeros de viaje hablan otras lenguas, lo familiar quedó abajo, el mundo acomodado, el hombre viejo. En el boleto de pasaje la cifra 9, como las nueve sefiroth invisibles del Arbol de la Vida.

Hay que viajar de pie, arrimado a las ventanas si se quiere contemplar la panorámica. Desde la parte delantera del pequeño recinto, mirando en picado, el abismo; pero inexorablemente el mecanismo se pone en marcha y transgrediendo la ley de la gravedad inicia su lento ascenso salvando el precipicio. Sólo las rupturas de nivel dan acceso a otros mundos. Abajo, flotando entre las naves amarradas, restos y desperdicios cual las escorias de las que uno se desprende cuando es aspirado hacia lo alto, al territorio de la isla.

Y ahora dejarse mecer al vaivén de otros sones, olvidar lo que se creía ser, abrir los espacios del amplio espectro de la conciencia y reconocerse en esas posibilidades que borran todos los contornos de la individualidad. En la bocana del puerto se desliza un ropaje a la deriva: es la túnica de piel arrancada de raíz para aligerar el equipaje, y poder así revestirse de un manto mucho más vaporoso. En alquimia se habla de la transmutación interna. Todo se vive en este instante, y por fuera nadie ve nada.

El primer fotograma al aproximarse a la isla es un jardín botánico 2 impensable que ha crecido, entre asilvestrado y cultivado, en la ladera escarpada de la montaña. La cabina desciende, sobrevolándolo, y se adentra como en una gruta donde se detiene.

Subiendo las escaleras de la estación, una soleada terraza abierta al mar recibe al nuevo visitante y le obsequia con ligeros refrigerios; pero no hay que abusar del receso. Los pájaros que planean alrededor de la cabeza advierten sobre la necesidad de conquistar el territorio y llegar al corazón de la isla, si no ¿a qué se vino? ¿Acaso sólo para solazarse en el umbral?

La Isla

Hay numerosas vías y senderos sobre esta geografía única que reproduce mundos dentro de mundos. Muchos paseantes se han conseguido mapas que señalan los principales puntos de interés y sus conexiones. Pero en verdad el mapa lo lleva uno grabado dentro. La cartografía, que son las 10 esferas arquetípicas y las 22 letras con las que se escribe el mundo, es lo que uno es, un camino ascendente por las gradas del pensamiento hacia la fuente y el origen primordial. La meta es penetrar el Santo Palacio interno, y por cierto que aquí cerca hay un palacio, hoy reconvertido en museo.

Las enseñanzas que se han recibido por años cobran vida a cada paso… Y paso a paso se actualiza el eje invisible que conecta cielo y tierra. Aunque también en ciertos tramos conviene ayudarse de algún vehículo, como este bus del parque que resigue con mayor presteza muchos de los parajes olvidados y escondidos refrescados a lo largo del trayecto. 3

El palacio ya está cerca, y al rodearlo a pie para buscar su puerta principal, el camino se desvía hacia abajo, y se aleja más y más. No es por aquí. ¡Qué fácil desviarse si uno no se mantiene alerta y concentrado! Rectificando, se bordea el extremo de un jardín con nombre de poeta, y en el propio diseño de ese espacio se desvela la enseñanza que está grabada desde siempre en la conciencia.

Una alta verja de forja con una puerta cerrada impide entrar, pero no contemplarlo. Del otro lado, hay un estanque circular de aguas calmas con cuatros niños a su vera jugando y musicando con flautines y caracolas marinas, del que arranca en pendiente suave hacia arriba una escalinata que lo conecta con otro estanque gemelo pero a mayor altura, y remontando un poco más, se levanta una graciosa columnata circular de estilo griego, sin puertas ni techumbre, abierta a los cuatro vientos y a la bóveda celeste. Todo flanqueado por una arboleda de majestuosos magnolios que aumentan la profundidad y verticalidad de la visión rociada por una luz clarísima.

La vía hermética es así, un ascenso contracorriente con el soporte de los símbolos que se tienen al alcance de la mano, ¿qué otra cosa sería si no la revelación? Y no puede haber descripciones estereotipadas, ni pautas preestablecidas, ni enseñanzas de manual: es una experiencia interna única para cada cual, una entrega incondicional y radical al Conocimiento, y un dejarse conducir por las ondas de los hados, participando de sus gestas, de una vez por todas y sin concesiones a las pequeñas posesiones que con frecuencia se pretenden guardar en el fondo del bolsillo por si acaso algo fallara. Nada falla. Ante la certeza procurada por la intuición intelectual directa no hay dudas ni equívocos.

Queda en compás de espera el paseo por el otro lado de la cancela, porque nunca hay que dar nada por supuesto, sino vivirlo en lo más interno de uno mismo; pero ahora tira la llamada del palacio.

En la fachada sur del gran edificio bañada por el sol del mediodía, como siempre medio escondido pero evidente para quien lo invoca, aparece en lo alto el alado mensajero en su faz de instructor y protector, cerca de la ventana y mirando fijo a un niño que le tiende los brazos confiado. Hermes al aire libre, para proclamar el Verbo espermático a expensas del aire, y seguir así fecundando con su savia nutricia al que se entregue a su recepción. Como el primer día y hasta el último, que es siempre hoy, la revelación hermética está aquí.

Difícil trance ahora el poner por escrito unas vivencias internas más cercanas al silencio que a la palabra, aunque ésta sea uno de los principales símbolos con los que lo innombrable se revela. En este Monte de los Judíos, Montjuïc, el abecedario sagrado de ese pueblo cobra vida, y se dibuja en el pensamiento la visión de su letra más pequeña, Iod (), el germen, la primera estela del Misterio. Y al pronunciar internamente "huella" y visualizar la Iod, en ese preciso instante, se oye la señal sonora del chasquido de los cascos de un caballo. El Fiat Lux atraviesa todos los mundos y concatena los ecos de su impronta primigenia. Tiempo y Eternidad se tocan. Lo eterno irrumpe en el tiempo y éste insinúa lo eterno. En la isla coexisten simultáneamente estas posibilidades, y se puede salir de las cuadradas coordenadas espacio-temporales sin salir de ellas. Oír todos los sones a la vez, motores, voces, gritos, gorjeos, ladridos, trinos… y además el cristalino tintineo de otro ámbito del pensamiento... y una música sin notas… y el gran silencio previo al estremecimiento.

El que se sabe habitante de la isla ya no la abandona jamás, pero no por ello deja de descender y atender sus menesteres.

La fuente de Hermes

Esos mundos otros por los que se ha paseado jamás estuvieron fuera; no se toman y se dejan, son permanentes, mas a veces la conciencia juega a olvidarlos, lo que paradójicamente posibilita el tornar a recordarlos, y así repetir el rito cósmico de la reminiscencia.

Y al bajar no se es el mismo aunque pueda parecerlo. Como la estrella que cruza el firmamento, la transmutación del alma se opera sin prisa pero sin pausa.

A lo largo de la gran escalinata del Palacio Nacional, las señales siguen manifestándose. Por aquí asoma uno de esos espías, tipos listos que haciéndose los distraídos van con un micrófono en alto, captando y atrapando las ondas de estas regiones mágicas para entregarlas luego a los magnates de este mundo, ladrones varios que se apropian de lo universal para su pequeño poder y lucro personal.

¡Ah!, pero Atalanta acecha aquí y allá, y en este rellano de la escalera se calza unos deportivos para salir corriendo tras el balón dorado, dejando que los Hipómenes que la desean de todo corazón la puedan alcanzar. Sabiduría siempre se deja desposar.

Mas la lucha es dura, nada fácil. En el llano, un ejército de hombres máquina está montando un gran dispositivo mecánico para hacer de los pies de la estructura cósmica una prisión sin escapatoria. Congresos, convenciones, exposiciones, conferencias, compras, ventas y comercios muy rasantes que nada quieren saber del gran negocio con los dioses de la isla. Todo se calcula para uniformizar y diversificar, es decir, desplegar hasta el límite la cantidad y la multiplicidad.

Pero aún no terminó el descenso, hay que tocar más hondo, y adentrarse en el submundo, en esa máquina que corre a toda velocidad por las entrañas de la ciudad, bajo las cloacas y entre millones de roedores. En el punto más bajo, cuando todo parece perdido, las cuerdas de un violín recuerdan que aquí también el alma puede rememorar la música de las esferas. Además, en este circuito subterráneo, una de las estaciones tiene una correspondencia para llegar a la isla por otra senda.

Montjuic y la Alquimia (2)

NOTAS

1   Está probado geológicamente que en períodos arcaicos Montjuïc fue una isla, muy anterior al llano en el que con posterioridad se fundó la ciudad de Barcelona. Ver la sorprendente novela de Federico González, Defensa de Montjuïc por las donas de Barcelona. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2009. Aquí traducción al catalán.

2  En realidad este jardín no recibe el nombre de botánico, pero en Montjuïc hay dos vergeles con esta denominación. El más antiguo, de principios del siglo XX, está detrás del MNAC, en una hondonada que era una vieja cantera, cuyos árboles son de los más grandes de Barcelona; y el moderno se ha ubicado hacia la cima del monte y es muy aireado y aromático.

3  De hecho la función del símbolo es la de ser el mediador, el puente entre la orilla conocida y la desconocida u olvidada que hay que rememorar y vivenciar.

 
     
 
Marginalia
 
 

Portada: J. D. Mylius, Philosophia Reformata. Frankfurt, 1622.

© Mireia Valls, 2009 – ISBN: 978-84-92759-08-8

web stats

© Marginalia 2009-2014