Marginalia. Novela desconocida - Contracultura - Literatura Marginal.
Colección Marginalia Infantil y Juvenil
 

MARTA Y SAVANA
Un viaje por los cuatro mundos

ESTER TORRELLA YAGÜE

EL MUNDO DEL FUEGO


Savana, ¿ya has abierto los ojos? –preguntó Marta a su yegua– yo no me atrevo a hacerlo. He notado una fuerte impresión en mi barriga, como si estuviera en un ascensor que subiera a gran velocidad y ahora mismo no sé lo que tengo que hacer.

– ¡Ya lo creo que tengo los ojos abiertos –exclamó Savana– y bien abiertos! Y tú deberías hacer lo mismo enseguida. Aquí la luz es de una belleza impresionante.

– ¡Es verdad, tienes razón –reconoció Marta sorprendida– Nunca había visto una cosa igual! pero ¿cómo es que no nos quemamos? se supone que nadie puede acercarse al sol si no quiere ser consumido por sus llamas.

– Marta, recuerda que Zeus ya nos advirtió de que el fuego del cielo no quema –le dijo la yegua– Él adopta formas distintas según el mundo en el que se encuentre. En el de la tierra sí que tiene la forma de las llamas a la que estamos acostumbradas y entonces realmente quema y lo consume todo y puede hacer mucho daño, aunque no olvidemos que también tiene la capacidad de transformar, de purificar y de regenerar. Es por esto que, tradicionalmente, se preparan las hogueras en la noche de San Juan, la noche más corta del año, y la gente del pueblo arroja los muebles y trastos viejos que ya no les sirven al fuego para que éste los reduzca a cenizas y más tarde estas cenizas se esparcirán por los campos para purificarlos y nutrir la tierra con la intención de que genere cultivos más sanos y productivos.

Savana no estaba dispuesta a que Marta la interrumpiera y prosiguió su relato.

– El fuego también sirve para transformar los alimentos. Los cereales como el arroz o el trigo, por ejemplo, no pueden ser digeridos sin ser cocidos primero y gracias al poder del fuego se convierten en nutritivos alimentos para nosotros. Y este mismo fuego es el que es capaz de iluminar y de calentar una casa o el agua de la ducha, por ejemplo.

En cambio, en el mundo del aire, el fuego está en los relámpagos y los rayos, tal como nos acaba de explicar Zeus.

Sin embargo, existe un fuego que nadie puede ver si no es a través de su representante, es el fuego del cielo, y el representante al que me estoy refiriendo es el sol, donde nos encontramos nosotras en este momento.

– ¡Fíjate –dijo Marta– Y yo que pensaba que el fuego sólo tenía una forma!

Ayúdame a buscar el aire, el agua y la tierra en el fuego que nosotras conocemos, Savana. La tierra es fácil, porque es todo aquello que se consume en la hoguera, como la leña en la chimenea. Pero ¿qué me dices del agua? me resulta muy difícil imaginármela mezclada con las llamas, porque el agua sirve para apagar el fuego.

Savana se apresuró a ponerle un ejemplo a Marta.

– Fíjate en el vapor que sale de los troncos cuando se están quemando, es el agua contenida en la madera que se evapora por el calor del fuego.

– Tienes razón, Savana, es cuestión de aprender a fijarse en las cosas –reconocía Marta– Y el aire ¿cómo sabes que está en el fuego, en qué he de fijarme para encontrarlo?

– Porque sin el oxígeno del aire, el fuego no puede vivir y se apaga –comentó Savana que estaba disfrutando mucho con este ejercicio de observación– Pídele a tus padres que te ayuden a realizar un experimento. Diles que pongan una vela dentro de un vaso de cristal y que la enciendan. Cuando haya prendido, deberán cubrir la boca del vaso con un plato, por ejemplo. Entonces podrás observar que una vez consumido todo el oxígeno del interior del vaso, la vela se apagará. No olvides que siempre que veas una llama ardiendo es porque hay aire suficiente para mantenerla viva.

– Mira que eres lista –dijo Marta con admiración– ¿Cómo puede caberte tanta sabiduría en la cabeza?

Savana sonrió con este comentario de la niña.

– ¡Ay, Marta! La sabiduría no vive en la cabeza sino en el corazón. Ella es la voz de la verdadera y única Inteligencia, aquella que vive más allá del tiempo y del espacio, la que todo lo ordena y de la que todo procede. Nuestro corazón es como una antena de alta frecuencia capaz de captar y procesar toda esta valiosa información que ella nos transmite constantemente y proyectarla en la pantalla de la mente para poder reconocer sus mensajes y señales. Jamás estamos solos, ni aislados ni abandonados, aunque para comprender esto debemos ser bien conscientes del milagro de la creación. La Inteligencia se asimila al fuego del cielo y como tú ya sabes, no tiene forma, nadie puede ni podrá jamás conocerlo si no es a través del sol, su representante en la naturaleza. El sol es el centro del universo como el corazón es el centro de nuestro ser.

Por cierto, me gustaría mucho encontrar el palacio donde vive Apolo. Seguro que él podrá explicarnos muchas más cosas sobre el mundo del fuego y sobre el sol.

Marta estaba profundamente impresionada por la belleza y la poesía que había en las palabras de Savana, aunque no comprendiera del todo su significado.

De pronto algo vino a su mente iluminándole la cara.

– ¡Escucha, Savana, tengo una idea! Qué te parece si volvemos a subir al carro de fuego que nos ha traído hasta aquí y le pedimos que nos lleve hasta el palacio de Apolo. Seguro que él sabe dónde está. ¿Lo probamos?

– Buena idea, Marta –reconoció la yegua– A menudo tenemos la solución de lo que nos preocupa delante de nuestros ojos y no somos capaces de verla. ¿Vamos?

Marta y Savana subieron al carro de fuego dispuestas a continuar su viaje y el carro, animado por la invisible energía inteligente, se puso en marcha directo hacia palacio.

– La luz que habita el sol es una auténtica maravilla –susurraba Savana mientras contemplaba absorta los paisajes por los que iban pasando– Por cierto, Marta – ¿Te has fijado que a la luz de la luna la naturaleza se ve en blanco y negro y que por este motivo es muy difícil reconocer los seres que viven en ella? El paisaje de la noche es un tanto fantasmagórico, pero cuando, por la mañana, vuelve a salir el sol, todo se ilumina y el mundo se llena de colores que nos permiten distinguir con facilidad unas formas de las otras. Podemos reconocer a los animales, tanto a los pequeños como a los grandes, distinguir las plantas que tienen espinas de las que tienen flor o los árboles frutales de los que no lo son.

– Nunca me había fijado en esto –dijo Marta– pero reconozco que tienes toda la razón. Seguramente este es el motivo por el cual, en los libros de dibujos, los ilustradores ponen una bombilla encendida sobre la cabeza del personaje al que se le acaba de ocurrir una idea. Debe ser una manera de decir que la idea ya estaba presente pero que él no la veía porque le faltaba la luz.

Marta se daba cuenta de lo mucho que estaba aprendiendo en este viaje. Cada vez entendía más cosas y esto le despertaba el deseo de conocer todavía más. Antes lo daba todo por sabido y apenas se hacía preguntas, pero ahora, observando la naturaleza, había comprendido muy bien que todo lo que los ojos ven está hecho de la combinación armónica de elementos de los cuatro mundos y había despertado a la certeza de que todo estaba contenido en todo.

Estos pensamientos terminaron por convencerla de que efectivamente la vida era mágica y, por primera vez, sintió que la amaba desde lo más profundo de su corazón y que tenía mucha suerte de poder formar parte de ella.

Por fin las dos amigas llegaron al palacio de Apolo. El carro de fuego se paró justo enfrente de la puerta principal. Su estructura desprendía una energía muy intensa, daba la impresión de que sus paredes latían, como si aquel palacio fuera el corazón de algún ser mucho mayor.

Apolo salió a recibirlas y las saludó efusivamente.

– Vosotras debéis ser Marta y Savana –dijo al tiempo que alargaba los brazos para darles un fuerte abrazo– Mi padre, Zeus, me ha avisado de que vendríais. Me ha dicho que sois encantadoras y que os explique todo lo que queráis saber.

A Marta le pareció que Apolo era un dios muy guapo, alto y con muy buena presencia. Sus cabellos eran oscuros, largos y ondulados y tenía unos preciosos ojos de mirada penetrante. Llevaba una corona de laurel en su cabeza y una lira entre sus manos que, según les explicó, se la había regalado su padre cuando nació. Siempre la llevaba consigo porque era muy aficionado a componer canciones y a escribir poesía.

Marta y Savana se dieron cuenta enseguida de que aquel palacio era muy distinto a los demás. Había mucha actividad en su interior y, sin embargo, se respiraba un ambiente de paz, bondad, amistad y respeto. Todos aquellos seres trabajaban en grupos bien organizados y en un absoluto silencio y sus caras reflejaban la alegría que habitaba en sus corazones. Daba la impresión de que todo el mundo sabía lo que tenía que hacer y que nadie interfería en el trabajo de los demás.

– ¿Estoy soñando –exclamó Marta muy impresionada– será verdad que el sol es el centro del universo como tú dices, Savana?

¿ Cómo es que aquí se respira tanta armonía y por qué todo es tan bello? Yo me siento muy a gusto en este lugar. Hay un ambiente fresco y alegre a pesar de que todo el mundo está muy concentrado en su trabajo. ¿Tú que piensas de esto Savana?

– A mí me pasa igual que a ti –le contestó la yegua– Ver la forma que tienen de trabajar estos seres me hace sentir ganas de colaborar con ellos. Aunque si lo pensamos bien, no deberíamos extrañarnos, Marta, estamos en el mundo del sol y él es el representante del amor.

– ¡Pero tú me habías dicho que el sol representa al corazón! –protestó Marta como dándole a entender que la estaba confundiendo–.

Pero Savana tenía respuestas para casi todo.

– ¿Y qué crees que representa el corazón sino el amor, no es acaso lo que dibujan por todas partes las parejas de enamorados?

El sol representa al corazón y el corazón es el símbolo del amor. La energía del amor todo lo une. Sin amor, cada uno iría por su lado sin ser capaz de hacer o sentir nada por los demás. El amor nos hace ser más tolerantes, comprensivos y pacientes y despierta en nosotros las ganas de ofrecer y de compartir. El amor nos abre el corazón y esto hace que nos sintamos más alegres y felices y que seamos mucho más generosos.

Apolo se quedó muy sorprendido al escuchar la verdad que había en las palabras de Savana.

– Muy bien, Savana, lo has explicado muy bien –dijo el dios– Efectivamente, Marta, el sol es el centro de nuestro universo y, al mismo tiempo, la fuerza del amor que todo lo mantiene unido. Él atraviesa y penetra todos los mundos y les da el soplo de vida que los anima.

Todos los seres que veis aquí trabajando son sabios y filósofos de todos los tiempos que han llegado a alcanzar la perfecta comprensión de las leyes y del orden que rigen la totalidad del universo.

– No sé si termino de entender cuál es la relación entre el sol y el corazón –dijo Marta– ¿Te importa volvérmelo a explicar, Apolo?

– En absoluto, querida Marta, las veces que tú lo necesites –le contestó el dios– La vida sin el sol sería tan imposible de imaginar como la vida sin el corazón. ¿Quién impulsaría la sangre por el cuerpo sin el ritmo de sus latidos? ¿quién haría funcionar todos sus órganos y aparatos? No podríamos respirar, ni hacer la digestión, ni correr, ni dibujar. La vida existe y se mantiene por la energía del corazón. El oxígeno que respiramos o las vitaminas que extraemos de los alimentos, por no hablar de todo lo que aprendemos, lo que nos emociona o nos hace pensar, no serviría de nada si el corazón no lo impulsara hasta el último rincón de nuestro ser. Sin él no podríamos saber lo que significa querer y ser queridos ni disfrutaríamos de la belleza y la sabiduría de la creación.

– Pues así como el corazón es el centro del cuerpo –continuó Apolo– el sol es el centro del universo, la energía que le da la vida y la renueva eternamente. Cada mañana, desde el principio de los tiempos, aparece puntualmente por encima de la línea del horizonte y nada ni nadie cambiará jamás esto. Pase lo que pase en nuestras vidas, él estará siempre allí, aunque lo oculten las nubes o la oscuridad de la noche, regalándonos generosamente su luz y su calor sin esperar nada a cambio. Él es el verdadero director de orquesta de los cuatro mundos que estáis visitando.

– Pero, Apolo –insistió Marta– ¿es que aquí en el sol también están presentes los cuatro mundos? Porque mientras veníamos hacia aquí en el carro de fuego, hemos atravesado paisajes bellísimos llenos de luz y de colores muy intensos y luminosos, pero estos paisajes nada tenían que ver con los de la tierra. No he podido sentir el viento en mi cara ni he visto agua por ningún lado.

– Así es, querida Marta –dijo Apolo– porque el sol no tiene nada que ver con el fuego de los otros mundos. El sol es pura energía, no está mezclado con nada más, y es tan poderosa, que es capaz de alimentar ella sola todo lo que los ojos pueden ver e incluso lo que no pueden ver.

Marta se quedó pensativa durante un buen rato después de escuchar estas palabras, hasta que por fin acertó a expresar sus pensamientos en voz alta.

– Mientras venía hacia aquí pensaba en todo lo que estoy aprendiendo en este viaje y en que cuantas más cosas sé acerca de los cuatro mundos, más ganas tengo de conocerlos y de comprenderlos todavía más.

Muchas de las cosas que he aprendido no están en los libros. Gracias a Savana que me ha acompañado en este viaje, he descubierto que, en la naturaleza, hay muchas cosas apasionantes por conocer y que sin embargo no le damos demasiada importancia y ni siquiera nos imaginamos todo lo que podemos aprender de ella. Pensamos que ha estado aquí desde siempre y que siempre estará y solemos utilizarla para nuestro propio beneficio sin demasiado respeto, y muchas veces incluso la despreciamos o la ignoramos. ¡Cómo hemos llegado a maltratar tanto a la naturaleza! ¡No hemos sido capaces de comprenderla, sólo nos ha interesado dominarla y someterla a nuestros deseos!

Savana aprovechó este momento para explicarle a Marta que todo sucede por alguna razón.

– Es verdad que yo te he acompañado, Marta –le dijo en tono cariñoso– pero recuerda que lo he hecho porque tú me hiciste una pregunta. ¿Te acuerdas? Me preguntaste si te podía explicar de qué está hecho todo lo que vemos. Hiciste una pegunta inteligente que ni siquiera tuviste tiempo de pensar.

Apolo no quiso perder la ocasión para intervenir y dirigiéndose a Marta le dijo:

– Cuando las preguntas son sinceras y se hacen desde el corazón, todo el universo se pone en marcha para que encuentres la respuesta y así es como él te permite ir desvelando poco a poco sus secretos.

– ¿Os habéis fijado –dijo Marta abriendo mucho sus ojos– los tres estamos hablando casi como si fuéramos filósofos. Me gusta mucho discutir todo esto con vosotros, es mejor y mucho más emocionante que pasarme las horas delante del televisor o del ordenador.

Por cierto, Apolo, ya me has explicado lo que el sol representa para nuestra vida y para el universo, pero estoy pensando en que tiene que haber alguien más poderoso que él que lo haya creado y que, como todo en la naturaleza, también él tiene que estar sometido a unas leyes que le permitan continuar existiendo eternamente, sin cansarse ni estropearse, como si se estrenara cada día en su trabajo.

– ¡Caramba con Marta! –exclamó Apolo– ¿Lo ves querida? el Conocimiento es apasionante y te enseña a pensar, aunque debes ir con cuidado, no quieras correr demasiado para saberlo todo.

Me has hecho una pregunta muy inteligente pero difícil de contestar. Quizás lo que te voy a decir todavía no puedas entenderlo. No te angusties, es mejor que controles tu entusiasmo y que no tengas prisa. La bombilla se irá encendiendo en tu mente y en tu corazón a medida que sigas buscando, y las respuestas a tus preguntas se irán haciendo realidad en forma de pensamientos o ideas que, a menudo, llegarán a sorprenderte mucho.

Ten paciencia, si te pones nerviosa porque no encuentras lo que buscas con la rapidez que tú quisieras, te cansarás pronto y dejarás de investigar.

Todo tiene su momento, Marta, y tienes que aprender a esperar hasta estar preparada para entender cosas que ahora mismo no están a tu alcance.

– Te has puesto muy serio Apolo –le dijo Marta un tanto temerosa– ¿Es que lo que tienes que decirme es muy importante?

– Pues sí, Marta –respondió Apolo– así que presta atención.

Existe un Principio del que todo procede, una energía muy poderosa que ha existido desde siempre, que nunca nació y nunca morirá. Nadie podrá jamás contemplar su luz, ni dibujarla ni tocarla. El Principio es quien ha imaginado y ha dado vida a todo lo que vemos y hasta lo que no vemos, y también quien ha dispuesto las leyes oportunas que hacen que, el perfecto y armónico engranaje de la creación, siga renovándose y funcionando por sí mismo eternamente. Marca los ritmos y los ciclos de la vida para que la primavera pueda llegar puntualmente después del invierno y que el invierno siga al otoño y el otoño al verano. A este Principio, Marta, le debemos la vida.

– Pues, si es verdad que le debemos la vida, deberíamos tener muchas ganas de conocerlo –dijo Marta– Pero si no se puede ver ni tocar ¿cómo se supone que lo podremos hacer?

– Porque a él se le conoce a través de todo lo que ha creado, de la misma manera que se conoce a un artista a través de su obra –se apresuró a contestar Apolo–.

La creación es como un juego de cajas, todas pintadas de la misma manera, que se guardan unas dentro de las otras. La primera es la mayor y la última la más pequeña.

Sabiendo cómo son los dibujos de la más pequeña, conocerás los de la mayor, o al revés, conociendo la que es más grande, conocerás la más pequeña.

Savana, que había estado muy atenta a la conversación entre Marta y Apolo, reconoció para sus adentros cuanta verdad había en todo lo que el dios les estaba enseñando.

Pero, por muy a gusto que estuvieran a su lado, había llegado la hora de continuar con el viaje y a la yegua le tocó tomar de nuevo la iniciativa y dirigiéndose al dios le dijo:

– Muchas gracias, Apolo, por tus sabias palabras. Sería fantástico quedarnos contigo durante mucho más tiempo, pero debemos continuar el viaje hacia el mundo de la tierra.

Volvemos al lugar de donde hemos partido, aunque lo hacemos entendiendo muchas más cosas que antes. Gracias a ti y a los otros dioses, hemos aprendido a valorar y admirar a la naturaleza y a reconocer toda la sabiduría que hay en ella.

– Me alegra que pienses así, Savana –reconoció Apolo– Quiere decir que has entendido que la naturaleza es la mejor de las maestras.

Después de un largo silencio, lleno de un sentimiento de profunda amistad entre los tres, Apolo les dijo:

– No dejéis nunca de observarlo todo con entusiasmo, dedicación y paciencia. Marcharos cuando queráis. Yo estaré con vosotras para siempre. Si aprovecháis los colores del Arco Iris para viajar, enseguida os encontraréis de nuevo en el mundo de la tierra. Él os servirá de puente. Pero antes de que os vayáis, quiero daros un último consejo. Cuando terminéis vuestro viaje, sentaros de nuevo en la orilla del lago y permaneced en silencio un buen rato, para que todo lo que habéis conocido, quede bien grabado para siempre en vuestro corazón.

¡Felicidades, queridas amigas! Habéis demostrado ser muy valientes al realizar este viaje, aunque también nosotros, los dioses, hemos disfrutado mucho con vuestra grata compañía.

Marta y Savana se dispusieron a ir en busca de los colores del Arco Iris. Las dos amigas se sentían rebosantes de alegría. Su paso por el mundo del fuego había sido de lo más especial para las dos porque, además de todo lo que en él aprendieron, se fueron empapando de aquel ambiente de amor y poesía que se respiraba por todas partes y que hacía que se sintieran en paz con todo y con todos. Nada estaba fuera de lugar, nada les disgustaba. Todo estaba bien tal y como estaba.

– ¡Mira, Marta –dijo Savana– me parece que ya he encontrado el Arco Iris! ¿Lo puedes ver? Es fácil de reconocer porque tiene los siete colores, uno al lado del otro.

Marta sonrió al verlo.

– Siempre me ha gustado mucho el Arco Iris, Savana. Suelo salir de casa después de las tormentas para verlo. Es tan bonito que hasta me cuesta explicarlo.

– ¿Quieres que elijamos un color para ir bajando o prefieres deslizarte un poco por cada uno de ellos? –le preguntó Savana–.

– Yo me dejaría llevar, ¿no te parece? –respondió Marta– Es lo que hicimos para alcanzar el mundo del fuego y nos fue muy bien.

– ¡De acuerdo, vamos allá –dijo Savana– dejémonos llevar y disfrutemos del viaje!

 

 
 
     El Mundo del Aire     Comienzo del libro     El Mundo de la Tierra
 
 

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