Marginalia. Novela desconocida - Contracultura - Literatura Marginal.
Colección Marginalia Infantil y Juvenil
 

MARTA Y SAVANA
Un viaje por los cuatro mundos

ESTER TORRELLA YAGÜE


EL MUNDO DE LA TIERRA


En un abrir y cerrar de ojos, Marta y Savana se encontraron en el centro mismo de un valle rodeado de altísimas montañas. El Arco Iris se fue replegando hasta desaparecer en el cielo que lucía un azul intenso y luminoso. Las dos amigas se quedaron boquiabiertas ante la sublime belleza de aquel paraje.

Las montañas eran verdaderamente majestuosas y sus picos estaban totalmente cubiertos por la nieve. Los rayos del sol rebotaban sobre el blanco de las cumbres, esparciendo una deslumbrante luz que lo llenaba todo de alegría.

El valle era pequeño y acogedor y estaba recubierto por una espesa vegetación como si de una mullida alfombra verde se tratara. Lo atravesaba un riachuelo que descendía serpenteando desde las cumbres más altas y sus cristalinas aguas transparentaban el lecho del río.

A Marta le gustaba mucho escuchar el tintineo del agua corriendo montaña abajo, componía una alegre canción que la relajaba y la entretenía. No pudo resistir la tentación de descalzarse y poner sus pies en remojo durante un buen rato mientras Savana bebía con deleite para saciar la sed del viaje.

– Me recuerda un poco el paisaje del pueblo ¿verdad Savana? –le dijo Marta a la yegua– aunque nosotras tenemos un lago en vez de río.

– Es verdad –reconoció Savana– a mí también me lo recuerda. Por cierto ¿no tienes curiosidad por saber cómo vamos a conocer el mundo de la tierra? Quizás tengamos que buscar de nuevo un palacio ¿Quién nos va a guiar en este último viaje?

Antes de que Savana hubiera terminado de hablar, una bellísima dama vestida con una larga túnica de seda, estampada con los colores de la naturaleza, apareció de la nada y se acercó hasta donde se encontraban las dos amigas con expresión de curiosidad. Iba acompañada por un grupo de hadas y de ninfas que reían y se divertían eligiendo las flores más vistosas del valle para entrelazarlas y fabricar con ellas unos preciosos collares de vivos colores.

– ¿Quiénes sois vosotras –preguntó la bella dama– ¿Cómo habéis llegado hasta mi reino? ¿Quién os ha enviado?

– Nosotras somos Marta y Savana –contestó cortésmente la yegua– y venimos del mundo del fuego. Estamos aquí para conocer de qué está hecho todo lo que vemos. Este es el último mundo que nos queda por visitar y, a pesar de que es de donde venimos, o quizás por esto, nunca hasta ahora le habíamos prestado atención ni conocíamos las leyes que lo rigen ni los dioses que lo gobiernan. ¿Eres tú, acaso, uno de sus dioses? ¿Y tu palacio, en qué lugar de la tierra se encuentra?

– Pues así es, yo soy Gea, la diosa de la tierra –aseguró la bella dama– y no tengo un palacio como los demás dioses. Mi casa abarca todo lo que podéis ver, la tierra entera y todo lo que en ella vive. ¿Qué es lo que queréis saber?

Marta y Savana la pusieron al corriente de sus deseos.

– Quisiéramos que nos explicaras qué leyes son las que rigen la vida en el mundo de la tierra –dijo Savana mientras Marta iba asintiendo con la cabeza– En los otros mundos en los que hemos estado, hemos aprendido que hay un orden inteligente que los relaciona y los combina entre sí, creando todo lo que podemos ver y también lo que no vemos, y que es necesario respetar este orden para que el equilibrio se mantenga y la vida continúe renovándose eternamente.

Gea se sorprendió muy gratamente.

– ¡Caramba, qué afortunadas sois! poca gente llega a entender estas cosas tan bien como lo habéis hecho vosotras.

Tenéis razón, la vida en la tierra está sometida a unas leyes y a unos ciclos marcados por el recorrido del sol, y cada vez que un ciclo termina empieza otro nuevo, sin ninguna interrupción. De esta manera la tierra se renueva permanentemente, permaneciendo siempre fresca como el primer día.

¡ Tengo una idea! Para que entendáis bien lo que os digo, os propongo hacer un viaje siguiendo el curso de las estaciones ¿qué os parece?

– ¡Ya lo creo que sí! Tú también lo quieres ¿verdad Savana? –le preguntó Marta a la yegua poniéndose en marcha sin esperar su respuesta– La niña daba por sentado que Savana estaría tan ilusionada como ella con la propuesta de Gea.

Marta no se equivocaba, Savana estaba impaciente por visitar las estaciones y poder conocer, de primera mano, todo lo que en ellas sucede.

– Gea, ¿puedo aprovechar para hacerte algunas preguntas? –le preguntó la yegua–.

– Por supuesto, Savana, este es un buen momento, te escucho –contestó la diosa.

Savana tuvo que poner primero a Gea en antecedentes, antes de hacerle la pregunta.

– Poseidón nos explicó que las aguas representan las emociones, Zeus dijo que en el aire viven y viajan las ideas y Apolo que el fuego representa la Inteligencia que todo lo ha creado ¿Qué significa entonces la tierra?

Gea contestó con determinación.

– Pues el mundo de la tierra representa todo lo que se puede ver, tocar, oler o escuchar. Si te fijas bien, ni las emociones, ni las ideas, ni la sabiduría, pueden conocerse de esta manera.

Savana abrió unos ojos como naranjas.

– ¡Me acabas de dejar de piedra, Gea! Es tan sencillo esto que acabas de decir que nunca se me había ocurrido pensarlo. Quizás porque la tierra es el mundo donde vivimos y para nosotros, todo esto es tan natural y cotidiano, que no le prestamos atención.

Pero ¡ya lo creo que tienes razón! Escuchamos, olemos, vemos o tocamos, cuando queremos reconocer las cosas o las personas que nos rodean, pero no podemos saber lo que sienten o lo que piensan si no es a través de las cosas que hacen o de cómo las hacen. Quiero decir, que si Marta está contenta, lo sabré porque canta o ríe, pero nunca podré tocar ni ver su alegría.

Gea estaba feliz.

– Me alegro de que lo hayas entendido. ¿Quieres saber alguna cosa más?

– Pues sí, Gea –aprovechó Savana– En los otros mundos hemos ido descubriendo que todo está en todo, por lo tanto, es de suponer que el mundo de la tierra no será una excepción.

– Naturalmente, Savana –dijo Marta entusiasmada, sin darle ni siquiera una oportunidad a Gea para contestar la pregunta de la yegua– Déjame pensar un poco, a ver si puedo resolverlo yo sola.

– Fíjate en este roble que tienes aquí delante y observa de qué forma están mezclados en él los cuatro mundos –le sugirió Savana–.

A Marta le pareció que ésta era una buena idea.

– De momento tengo muy claro que todo lo que da la forma al árbol, es decir el tronco, las hojas o las ramas, corresponde al elemento tierra. El agua podría ser la savia que corre por el interior del roble transportando su alimento, pero el aire, no se me ocurre ¡y mucho menos el fuego!

Gea ayudó a la niña.

– Te daré una pista. ¿Te has fijado alguna vez que en el interior de las cuevas no hay árboles ni plantas? Sin la luz ni el calor del sol el árbol no podría vivir y esta luz y este calor pertenecen al mundo del fuego.

En cuanto al aire, él también es imprescindible para su supervivencia. Si encerraras al roble en un pequeño espacio sin ventanas, aunque este espacio fuera transparente a la luz, también se moriría porque no podría respirar. Aunque no lo parezca, los árboles respiran como nosotros, y el alimento que no pueden obtener de la tierra, lo extraen de él. Se realiza un intercambio beneficioso para las dos partes.

–¡ Muchas gracias, Gea! –dijo Marta sintiéndose muy agradecida– Cuando vosotros los dioses nos explicáis las cosas, resultan todas muy fáciles de entender, en cambio, nosotros los humanos somos más retorcidos y les damos la lectura que a nosotros nos conviene y que a veces es simplemente ninguna.

Gea se puso seria. Quería ser muy convincente con Marta en aquellos momentos.

– ¡Esto que dices no es verdad, Marta! –dijo–.

Lo que te explicamos los dioses te resulta fácil y simple de entender porque no te decimos nada que tú no sepas ya. Nosotros no hacemos más que recordarte lo que, sin darte cuenta, habías olvidado.

– Me acabas de dejar muy sorprendida, Gea –se apresuró a decir Marta– ¿Qué quieres decir con que ya lo sé todo?

– Imagínate que hubieras estado dormida durante muchísimo tiempo y que, al despertar no recordaras ni siquiera quién eres, ni de dónde vienes ni hacia dónde vas. Las palabras de los dioses y las de sus mensajeros, te devuelven la memoria perdida. Se trata de recordar, Marta, no de tener que aprenderlo todo como si fuera la primera vez.

Marta asentía con la cabeza sin ser capaz de decir ni una palabra. Al poco rato, recuperó el habla pero decidió cambiar de tema. Recordó que no era bueno tener prisa por querer comprenderlo todo a la primera.

– Apolo nos contó que, a través de la obra de un artista, podíamos llegar a conocer quién es, porque el artista y su obra son una misma cosa. Quizás nosotras somos la obra de arte de un gran Artista, aquel que ha creado la naturaleza entera, y si he entendido bien la lección de Apolo, todo lo que la contiene, lo que somos y lo que vemos es semejante a él.

Todo esto me da mucho que pensar. Ya no me siento la misma niña que era cuando salí del pueblo. Me gustaría mucho llegar a saber quién soy yo en realidad, de dónde vengo y hacia dónde voy.

Gea continuaba en silencio. Sonreía y parecía estar muy contenta y satisfecha.

– ¿Sabes, Savana? –le dijo Marta a su amiga la yegua en tono confidencial– Como dice Gea, tengo la impresión de haber estado profundamente dormida hasta ahora, porque me doy cuenta de que he vivido sin saber en qué consiste todo esto tan importante que llamamos vida. Este viaje me ha despertado y ya no quiero volver a dormirme nunca más. Quiero permanecer siempre atenta y continuar aprendiendo durante el resto de mi vida.

Conocer de qué está hecho todo lo que vemos, me ha llevado a amar la vida, y aprender de la mano de los dioses, ha sido genial. Estoy muy sorprendida de ver lo poco que sabemos acerca de nosotros mismos y de la importancia que nos damos.

– Es verdad que somos muy afortunadas, Marta –reconoció Savana– Ya nos lo dijo Apolo antes de despedirnos ¿te acuerdas?

Gea interrumpió la conversación entre las dos amigas, estaba impaciente por empezar el viaje que les había propuesto.

– ¡Adelante, chicas, que nos espera una apasionante aventura!

Empezaremos por visitar la primavera, la estación en la que la vida renace de nuevo, fresca y renovada, después de un largo invierno.

La Primavera

El pequeño grupo conducido por Gea, atravesó el umbral de una puerta en forma de arco que apareció súbitamente de la nada y, de forma misteriosa, fueron transportadas hasta un maravilloso paisaje rebosante de fuerza y de vigor que llenó de alegría sus corazones. La naturaleza derrochaba una gran cantidad y variedad de colores que brillaban de una forma muy especial bajo los rayos del sol.

Se percibía una gran actividad. Por el cielo volaban multitud de pájaros de diferentes colores y tamaños y el aire estaba lleno de semillas y de polen que el viento transportaba de aquí para allá. La vegetación lucía toda su plenitud y belleza y multitud de flores de mil colores adornaban generosamente el paisaje llenándolo de un agradable perfume.

El sol, que brillaba radiante en un cielo de un azul muy intenso, calentaba sin quemar y resultaba muy agradable sentir la caricia de sus rayos sobre la piel. Los días eran cada vez más largos y en cambio las noches resultaban más cortas. Tantas horas de luz, favorecían las ganas de planear actividades al aire libre.

– ¿Qué os parece esta explosión de vida, chicas? –preguntó Gea con cara de satisfacción– Tras el silencio invernal, la naturaleza por fin ha dado a luz. Durante todo el invierno, las semillas de las plantas y de los árboles han estado enterradas bajo tierra y es allí donde se han ido transformando poco a poco, como lo hace un embrión en el útero de su madre, rompiendo la cáscara y dejando asomar un pequeñísimo tallo. Ahora, gracias al impulso mágico de la primavera, los pequeños tallos han encontrado la fuerza suficiente para atravesar la tierra y salir a la superficie buscando el calor y la luz del sol. La lluvia, que cae abundante en esta época del año, los alimenta para que puedan seguir creciendo hasta florecer y dar frutos.

Los árboles, que habían perdido todas sus hojas con la llegada del frío, ya las han vuelto a recuperar e incluso han nacido muchas nuevas y están empezando a dar una buena sombra. Si nos fijamos bien, podremos divisar entre sus ramas algunos nidos de pájaros, construidos con paciencia y tenacidad, para poder cuidar de las crías y ofrecerles en sus picos la comida necesaria para hacerse mayores y fuertes y aprender a volar enseguida.

Durante la primavera, todos los animales sienten el impulso de aparejarse para reproducirse, contribuyendo así a mantener el equilibrio en la naturaleza.

Las mariposas de mil colores, grandes y pequeñas, y una gran variedad de insectos en general, se dedican con afán a recolectar el polen de las flores. Las abejas lo transformarán más tarde en miel en el interior de sus panales y todos en general, irán esparciendo por todas partes el que llevan pegado a sus patas, favoreciendo que nazcan nuevas plantas en lugares diferentes.

– Tanta belleza me llena el corazón de alegría –dijo Savana– Recuerdo haber tenido también esta sensación cuando estábamos en el mundo del fuego.

Marta no sabía ni qué decir. Recordaba una frase que dijo Savana después de haber visto el vuelo de las aves migratorias en el mundo del aire: “Cuando las cosas son tan bellas como esta que acabamos de ver, nos quedamos boquiabiertos contemplándolas, y no encontramos las palabras para describirlas. Entonces, es mejor callar y guardarlas en el corazón”.

Gea disfrutaba mucho viendo las caras de sorpresa y felicidad de Marta y Savana.

– La belleza de la naturaleza –les dijo– existe para quien la quiera apreciar, queridas amigas. Ella no se viste con sus mejores galas esperando que alguien le diga lo bonita que es o lo bien que lo hace todo. Continúa siendo preciosa aunque no haya nadie cerca para decírselo. La tierra no espera nada a cambio de regalar toda su belleza y perfección.

Después de un pequeño silencio, Gea decidió que ya era hora de continuar el viaje.

– ¡Venga, chicas, que hemos de seguir con nuestro recorrido por las estaciones! Ahora iremos a visitar el verano ¿Preparadas?

Marta y Savana cruzaron sus miradas. Se habían dejado llevar por completo a todo lo que les estaba sucediendo y tenían más ganas de observar y de sentir que no de hablar.

El Verano

Una nueva puerta apareció ante el grupo y volvieron a traspasar su umbral con decisión. El paisaje con el que se encontraron era precioso pero sensiblemente diferente al de la primavera. Los colores ya no eran tan luminosos y destacaban los tonos dorados y amarillos por encima de los demás. Todo parecía estar más seco, incluso los ríos y las fuentes y, sin embargo, daba la impresión de que la naturaleza había abierto las puertas de su despensa de par en par. Toda el agua que le faltaba a la tierra estaba contenida en los frutos que colgaban de las ramas de los árboles inclinándolas con su peso en señal de reverencia y agradecimiento por tan extraordinaria fecundidad. La mayoría de ellos estaban ya maduros y a punto para ser recogidos.

El sol lucía poderoso en el cielo durante muchas más horas que la luna y lo calentaba todo con muchísima fuerza. Las dos amigas estaban muy acaloradas y suspiraban por un buen refresco.

– ¡Mira, Savana! –dijo la niña señalando un árbol cercano– Acércate a esta higuera que está cargada hasta los topes de miles de higos maduros. ¡Cómo me gusta esta fruta!, se me hace la boca agua sólo de pensar en lo buena que estará. Comeré los que pueda y cogeré unos cuantos más para el camino.

A Savana este comentario de Marta no le gustó y creyó oportuno darle un consejo a su amiga urgentemente.

– ¡Ve con cuidado y procura que no te hagan daño, no hace falta que seas tan glotona! No tengas miedo, que los higos no se van a terminar, ya encontraremos más por el camino. Si te llenas las manos y los bolsillos con ellos, no harás otra cosa que ir cargada sin tener ninguna necesidad y dejarás de tener las manos libres para poder coger otras cosas que puedan interesarte.

– ¡Caramba, Savana, tienes toda la razón! No se te escapa nada

– dijo Marta compungida–.

– Bien, ¿qué os parece este nuevo paisaje? –les preguntó Gea para zanjar de una vez por todas el tema de los higos– Es distinto ¿verdad? Las plantas que han nacido en primavera terminan de completar su crecimiento durante el verano y entonces es cuando empiezan a dar abundantes frutos cargados de nuevas semillas.

¿Os dais cuenta de cómo todo lo que está vivo se va transformando continuamente? Así es como una estación da paso a la siguiente, con toda naturalidad. La vida evoluciona siguiendo un ritmo perfecto, un ciclo sigue al otro, siempre igual pero siempre diferente. Cada vez que veáis un paisaje como este, sabréis que habrá llegado el verano, pero cada nuevo verano será distinto al anterior.

– ¿Sabíais que las hadas y las ninfas son las que se encargan de cambiar el vestuario de la naturaleza en cada estación?

Las hadas viven entre la vegetación y las aguas y desde allí van transformando el paisaje poniendo toda su atención y sus cuidados para que no se rompa nunca el equilibrio.

Las ninfas se encargan de aportar su fuerza y su entusiasmo para llevar a cabo esta heroica y maravillosa misión. Ellas viven en los bosques y las reconoceréis porque siempre están cantando y bailando, contagiándolo todo con su alegría.

Yo no me separo nunca de ellas. Su compañía me resulta muy agradable.

– No sabía nada de todo esto –confesó Marta– y estoy muy contenta de que me lo hayas contado. En los cuentos suelen salir a menudo las hadas y las ninfas, dicen que son seres mágicos.

De repente Marta se agitó como si hubiera descubierto algo muy importante.

– ¡Fíjate, Savana, ahora mismo me acabo de dar cuenta de que es verdad que las hadas ayudan a transformar unas cosas en otras! Sólo hay que prestar atención a lo que dicen los cuentos. ¡Fue un hada la que cambió, con su varita mágica, el harapiento vestido de Cenicienta por otro más propio de una princesa! Así fue como ella pudo conocer a su príncipe y vivir una vida nueva y diferente a su lado.

Gea y Savana se miraron divertidas. ¡Esta chica es un pozo de sorpresas! –exclamó Savana–.

– ¿Sabéis lo que siento cuando llega el verano? –dijo Marta cambiando de tema y haciendo caso omiso del comentario– Que en las horas de mucho calor no tengo ganas de hacer nada y en cambio, una vez que el sol se ha puesto, no me iría nunca a dormir.

Savana estaba totalmente de acuerdo con su amiga.

– Tienes mucha razón –le dijo– a mí también me sucede lo mismo, aunque creo que es normal porque, si te fijas, las fiestas mayores que se celebran en los pueblos y ciudades durante el verano no suelen empezar hasta después del anochecer.

Creo que esta especie de cansancio que sentimos ahora lo trae consigo la propia estación. Sólo hace falta observar a los animales que se vuelven muy perezosos y se pasan el día durmiendo, bebiendo agua y tumbados bajo cualquier cosa que les dé un poco de sombra.

La palabra agua, le hizo recordar a Marta que tenía mucha sed y unas ganas enormes de darse un baño, y así se lo dijo a Gea.

– Ahora que Savana habla del agua, me vienen ganas de bañarme, porque tengo muchísimo calor. Cuando llega el verano, los niños del pueblo jugamos en el lago, y nos pasamos todo el día metidos en el agua, como si fuéramos peces. Esto, y comer helados es lo que más me gusta cuando hace calor. Ahora mismo me comería uno bien grande.

– Ya te bañarás cuando regreses al pueblo, ahora nos hemos de poner de nuevo en marcha –le dijo Gea con determinación– Nos espera el otoño justo al otro lado de la puerta. No te preocupes, Marta, ya verás como allí no tendrás tanto calor.

El Otoño

De nuevo apareció una puerta de la nada y de nuevo el pequeño grupo se dispuso a atravesar su umbral. Esta vez el paisaje con el que se encontraron era decididamente diferente a los anteriores.

El suelo estaba lleno de hojas que caían de los árboles sin parar ayudadas por el viento y por el agua de la lluvia. Había grandes charcos por el camino y las patas de Savana se hundían en la tierra con facilidad.

Los colores que más destacaban eran los rojos y los marrones, colores cálidos que invitaban al recogimiento. Se respiraba calma y quietud y sólo se escuchaba el silbar del viento entre las casi desnudas ramas de los árboles y el murmullo del agua de un pequeño riachuelo que corría cerca de allí. En el cielo podían distinguirse un par de majestuosas águilas que volaban en el más absoluto de los silencios. Empezaba a refrescar y el día se iba acortando cada vez más.

– Este paisaje me produce una cierta tristeza –confesó Marta– Añoro mucho la alegría de la primavera y la luz del verano.

– Así es el otoño, querida Marta –le dijo Gea– Es una de las estaciones del año, junto con el invierno, que invitan al recogimiento. El sol calienta mucho menos el ambiente y sus horas de luz disminuyen haciendo el día mucho más corto.

Toda la fuerza y el vigor que habías visto en las estaciones anteriores, se va retirando poco a poco de la superficie de la tierra para pasar a dar vida a su interior.

La energía siempre tiene el mismo movimiento, Marta. Si primero va hacia fuera, luego vuelve hacia dentro y jamás se para ni permanece en ninguno de los dos y jamás se equivoca de turno. Sucede lo mismo que cuando respiras, coger el aire es un movimiento que va hacia dentro, y sacarlo, otro que va hacia fuera, y ambos se suceden alternativamente sin detenerse ni equivocarse jamás.

La primavera y el verano despiertan las ganas de salir y de hacer muchas cosas y, en cambio, durante el otoño y el invierno, se prefiere disfrutar del calor de la casa, a resguardo del frío. Sin embargo, no olvides que nunca nada permanece, la primavera volverá de nuevo y así los ciclos se irán repitiendo indefinidamente.

Debes entender, querida Marta, que nunca nada es en vano. La nostalgia y las pocas ganas de jugar que tienes ahora, son necesarias para poder centrarte y prepararte para pasar el invierno en buenas condiciones.

Las tierras de cultivo tienen que prepararse y dejarse bien aradas y los animales deben buscar comida suficiente y un buen refugio para no morir de frío ni de hambre.

Los árboles que no estén preparados para soportar las bajas temperaturas, tienen que desprenderse de sus hojas para evitar que se les congelen. Toda la naturaleza se prepara para el invierno y no se permiten distracciones sin arriesgarse a sufrir unas severas consecuencias.

Seguramente en tu casa, tus padres habrán acumulado una buena cantidad de leña para quemar en la chimenea y quizás también hayan llenado la despensa de conservas de frutas y verduras recogidas durante el verano.

– Gea, lo que dices hace que tenga un poco de miedo de conocer el invierno –dijo Marta preocupada–.

– No te lo tomes así –le dijo Gea– Cada estación es diferente y no hay una mejor que la otra, aunque por descontado tú puedes tener tu preferida. Todas son necesarias para que el ciclo de la vida continúe. Es importante que te fijes en este movimiento cíclico de la energía que va transformando de una manera continuada una estación en otra sin detenerse jamás, y que entiendas que es gracias a él que la vida permanece eternamente. Este movimiento ha existido desde siempre, nunca empezó y nunca terminará.

– Ya lo entiendo –intervino Savana– aunque a mí no se me hubiera ocurrido nunca contarlo de esta manera.

Según lo que acabas de decir, nosotros podríamos ser mucho más felices si viviéramos de acuerdo con el ritmo propio de cada estación, aunque lo que pretendemos en realidad es estar siempre igual. Tenemos miedo a los cambios y estamos mucho más seguros, aunque sólo sea aparentemente, cuando las cosas son previsibles. Si sentimos que algo cambia en nosotros sin haberlo previsto, aunque sólo sea nuestro humor o las ganas de hacer cosas, nos asustamos y nos preocupamos y enseguida pensamos que algo va mal. Los cambios nos gustan sólo cuando nos apetecen o los decidimos nosotros, quizás es porque nos falta flexibilidad y confianza y nos sobra miedo. En realidad, no hay nada extraño en sentirse más nostálgico en invierno que en verano, después de lo que hemos conocido, incluso parece lógico.

Marta empezó a atar cabos.

– ¡Tienes razón! Mi madre suele decir que no puede entender el porqué hay temporadas que estaría todo el día en la calle y otras que no saldría de casa más que lo necesario y esto le preocupa, ella querría estar siempre igual. Ahora entiendo perfectamente que la energía se mueve siguiendo un ritmo, que va una vez hacia fuera y otra hacia dentro, por lo tanto, mi madre se preocupa sin razón. Se lo explicaré todo cuando vuelva a casa.

– Harás muy bien –le dijo Gea– Tienes mucha razón en lo que acabas de decir.

Gea se quedó pensativa, le había venido algo importante a la mente.

– ¿Os habéis fijado en que todo en la vida tiene un ritmo? El ritmo de las estaciones, el de la noche y el día, el de los años o el de la respiración. Estos ritmos nos sugieren que la vida es música y que su movimiento escribe una melodía en el aire para quien sepa escucharla.

Las dos amigas se miraron sin saber qué decir. Gea tampoco quiso insistir, hay cosas que no se pueden transmitir y que cada uno debe descubrir por sí mismo. La diosa se puso a caminar alejándose del grupo y se fue a sentar sobre un gran tronco de árbol caído. Se sentía realmente feliz con el despertar de Marta y Savana al conocimiento de la naturaleza y disfrutaba con su curiosidad y ganas de saber.

Pero quedaba todavía una estación por visitar, la del invierno, y al poco rato Gea se incorporó de su improvisado asiento y se puso de nuevo a la cabeza de la expedición.

– ¡Vamos, chicas, que nos falta atravesar el umbral de la última puerta! ¿Estáis preparadas? Pues ¡allá vamos!

El Invierno

La puerta a la que Gea se refería apareció enseguida. Savana miró de reojo a Marta para ver la cara que ponía. Conocía muy bien a la niña y sabía de sobra que el invierno no le gustaba demasiado y quería tranquilizarla antes de cruzar el umbral.

– No te preocupes, Marta, ya sé que el invierno no te gusta demasiado pero es una estación tan importante como las demás. Puede ser que no lo hayas conocido lo suficiente y quizás ahora tengas la oportunidad de poder hacerlo y de llegar a reconciliarte con él.

Recuerda que hemos estado bajo las aguas del lago, que hemos volado por los aires y caminado por el sol, y siempre hemos regresado fascinadas de estas experiencias. Estos viajes no los hacemos nunca solas, los dioses y sus mensajeros nos acompañan siempre y son ellos quienes nos enseñan y nos protegen. Confía en lo que te digo y procura disfrutar al máximo de este último viaje. Yo estaré a tu lado, disfrutando contigo.

Marta miró a la yegua con ternura.

– Gracias, Savana, yo también te quiero mucho. Tus palabras me ayudan y me confortan, sinceramente creo que tienes razón en lo que dices. Confiaré en Gea y en su sabiduría e intentaré sacar todo el provecho que pueda de este último viaje.

Gea, Marta y Savana, cruzaron por fin el umbral de la última puerta. En esta ocasión, las hadas y las ninfas no las acompañaron.

Lo primero que apareció ante sus ojos fue una gran capa de nieve cubriendo por completo la tierra y las copas de los árboles. El cielo estaba encapotado aunque en aquellos momentos no nevaba. El frío era intenso y soplaba un viento helado que cortaba los labios. El silencio era sobrecogedor y Savana se sentía algo insegura con sus cuatro patas hundidas en la nieve hasta casi a la altura de sus rodillas.

Gea hizo las presentaciones.

– ¡Aquí tenéis al invierno, queridas! No podéis negar que tiene un encanto especial.

Gea tenía razón, el paisaje era verdaderamente muy especial, pero la desnudez que mostraba la naturaleza, encogía el corazón. Daba la sensación de que nada ni nadie podía vivir en aquellos parajes. ¿Cómo lo hacían los animales para poder sobrevivir en estas condiciones tan duras? ¡Si no se veía ni siquiera un pequeño tallo de hierba fresca!

– Por suerte existe el otoño que los impulsa a buscar refugio y provisiones –pensó Marta– Los dioses tienen razón, nada en la naturaleza es en vano.

Gea quiso romper el gélido silencio. A las dos amigas les costaba mucho reaccionar, quizás a causa del frío.

– ¡No debéis fijaros solamente en las apariencias! –les aconsejó– parece que todo esté muerto pero nada más lejos de la realidad, solamente duerme. Vosotras ya sabéis que la vida sigue en el interior de la tierra, que la energía está ahora hacia adentro y que, cuando llegue el momento, volverá de nuevo a la superficie. Mientras tanto, muchos animales invernan, esto quiere decir que duermen durante toda la temporada para ahorrar energía y regenerarse. Sus cuerpos aprovechan la grasa y la utilizan como combustible para mantenerse vivos.

Pero ¿cómo es que os habéis quedado tan calladas? ¿Es que no tenéis nada que decir o que preguntar?

Marta fue la primera en hablar.

– Tengo la impresión de que todo se ha parado, incluida yo –dijo– Este paisaje me da un poco de miedo, me siento sola y perdida como si yo fuera el único ser que lo habita. Suerte que estáis a mi lado. Me apetecería mucho tomarme una taza de chocolate caliente delante de la chimenea de mi casa y contemplar cómo chisporrotea la leña bajo el fuego, quizás leyendo algún libro o pintando las cosas que he visto durante el viaje. Ahora mismo ni siquiera tengo ganas de jugar con la nieve, hace demasiado frío para mi gusto.

– Bueno, Marta –dijo Savana queriéndola consolar– esta es la energía del invierno. Tú ya la conocías.

Quizás deberíamos fijarnos en lo que sucede en el interior de la tierra, ¿no te parece, Gea?

– De acuerdo, pero antes tengo algo especial para contarle a Marta –contestó la diosa–.

Escúchame bien, querida Marta. El paisaje del invierno nos recuerda la muerte y quizás por esto te sientes sola y miedosa y quisieras correr hacia tu casa para reunirte con los tuyos y con todo lo que te hace sentir segura. Pero ya te he explicado que nada en la naturaleza es en vano y que ella vive eternamente, que la energía de la vida no se detiene jamás. Por lo tanto, procura no detenerte tú tampoco y sé capaz de seguir adelante a pesar de tu miedo.

Con la muerte se pierde una determinada forma pero esto sirve para renacer a otra distinta. Se trata de una verdadera transformación. El gusano de seda no muere en el interior del capullo, sino que se transforma en mariposa. La fruta madura, cae de las ramas de los árboles y cuando se pudre y pierde su forma, libera sus semillas que germinarán bajo tierra, transformándose de nuevo en árboles cuando llegue el momento.

Este es el verdadero ciclo de la vida que jamás deja de ser, nunca se cansa ni se cansará. Todo lo que tus ojos ven está vivo y, por lo tanto, está cambiando continuamente siguiendo su propio ciclo de vida. Así la naturaleza y todo lo que ella contiene, se renueva y renace cada día, fresca y joven.

Aquí en la tierra, los hombres hace ya mucho tiempo que han perdido este conocimiento y por este motivo tienen tanto miedo a morir. Sólo conocen la muerte como un final, como una situación de la que pretenden escapar a toda costa, pero éste es un concepto demasiado pobre y a todas luces insuficiente.

Podemos añorar la alegría, la luz y los colores de la primavera cuando ella no está con nosotros, pero esto no significa que haya muerto. Ahora ya sabemos que permanece en silencio bajo tierra, transformándose gracias a la poderosa energía de la vida, hasta renacer de nuevo a la luz en el momento adecuado.

–¡ Caramba, Gea! –dijo Marta– Ahora sí que acabas de darme una buena lección. Lo que dices tiene mucho sentido, pero tendré que pensarlo con más calma.

– A mí también me ha gustado mucho lo que has dicho –afirmó Savana– Nadie quiere hablar abiertamente de estos temas, quizás sea por lo que tú dices, porque pocos lo conocen, pero a nosotras nos permite ir descubriendo quiénes somos en realidad. Mientras te escuchaba he llegado a la conclusión de que, lo que realmente nos da miedo, es lo que no conocemos o no entendemos. Una vez más la naturaleza y los dioses nos dan una lección de sabiduría.

Gea, dirigiéndose a las dos amigas les dijo:

– Me alegro mucho de que lo que os he contado os haya sido útil. Ahora, Savana, ya podemos hablar de lo que sucede en el interior de la tierra durante el invierno.

– De acuerdo, Gea –asintió la yegua– tengo la sensación de que la naturaleza está tan dormida por fuera como despierto y activo está su interior.

– ¡Ni que lo digas, Savana, tienes toda la razón! –aseguró la diosa– Es semejante a lo que ocurre cuando el fuego ha consumido los troncos que queman en la chimenea, dando la impresión de que ya se ha apagado. Por debajo de estos troncos, permanecen encendidas y bien candentes, las brasas, aunque no las podemos ver a no ser que las removamos.

Las semillas necesitan de esta especie de brasas, de la energía del fuego que hay en el interior de la tierra, para germinar y transformarse en nuevas plantas o nuevos árboles. Las que caen sobre las rocas o en el agua, se estropean y también las que van a parar a los caminos.

Las semillas son como pequeñas bolsas que contienen todo lo necesario para desarrollar una nueva vida, pero todo este material tan precioso se echa a perder si primero no se rompe la envoltura que lo protege liberándose el contenido de su pequeño saco. Entonces, la sustancia en cuestión, entra en contacto con la tierra y con todo lo que en ella vive, el agua, el aire y los pequeños organismos y microbios que la pueblan. Todo esto le servirá de alimento para que un pequeño tallo empiece a formarse enseguida.

Durante el invierno, las semillas disponen del tiempo, el silencio y la paz suficientes para completar todo este proceso.

La tierra se comporta como una mujer embarazada, alimentando y protegiendo a sus embriones hasta que llega el momento de dar a luz.

– ¡Madre mía –exclamó Marta– qué maravilla! Todo está tan bien pensado, mires por donde mires, la naturaleza es perfecta. ¿Cómo es posible que nadie pueda ni siquiera imaginarse poder hacerlo mejor que ella? Estoy entusiasmada, Gea, me siento muy feliz por haber conocido tantas cosas.

Gea también estaba contenta de haber tenido la oportunidad de transmitir todo este conocimiento a las dos amigas. ¡Qué sería de las buenas noticias si no se pudieran compartir!

Con la visita al mundo de la tierra, el recorrido por las estaciones había llegado a su fin. Había sido un viaje muy largo y, ni Marta ni Savana, tenían la más mínima idea del tiempo que habían estado fuera de casa.

Savana se acercó a Gea y apoyó delicadamente su cabeza sobre el hombro de la diosa.

– Gracias, querida Gea –le dijo susurrándole al oído–, ni Marta ni yo te olvidaremos nunca.

Gea se puso a bromear para disimular su emoción.

– Lo tenéis francamente difícil si pretendéis olvidarme. En este viaje habéis aprendido que todo está en todo y creedme cuando os digo que yo estoy en vosotras y que cada vez que observéis la naturaleza, sentiréis mi presencia en vuestro corazón.

– ¿Cómo vamos a volver a casa, Gea? –preguntó Savana para no alargar más la despedida–.

Gea lo tenía todo bien dispuesto.

– Volveremos a atravesar el umbral de la última puerta pero cuando lleguemos al otro lado, vosotras estaréis dormidas. Las hadas os estarán esperando para llevaros de vuelta a la orilla del lago y es allí donde despertaréis.

Yo me despido ahora, porque todo sucederá muy deprisa y ya no me volveréis a ver. ¡Hasta siempre, queridas!

Marta y Savana no tuvieron ni siquiera tiempo para emocionarse, ni para despedirse de las hadas ni de las ninfas. Despertaron sentadas en la orilla del lago y allí, siguiendo los consejos del dios Apolo, permanecieron en silencio durante un buen rato, con la mirada perdida en el horizonte y sintiendo la suave caricia del sol sobre la piel. Sus miradas se cruzaron, y con ellas toda la riqueza aprehendida en sus corazones.

Sobraba cualquier comentario. Ahora sabían que con la mirada se pueden transmitir cosas que las palabras no pueden expresar.

Llenas de alegría y de conocimiento, empezaron a cabalgar por el sendero que las llevaría de vuelta a casa. Iban muy despacio, disfrutando del ritmo y de la música que componían las pezuñas de la yegua al golpear la dura tierra del camino. – La vida es música –recordaban–.

Las dos amigas se sentían parte de la naturaleza, como si fueran una sola cosa con ella. Habían aprendido a quererla de verdad.

– ¿Ya habéis vuelto? –preguntó la madre de Marta llena de extrañeza–.

Marta puso cara de no entender nada.

–¿ Qué quieres decir mamá?

– Pues que no os esperaba hasta la hora de comer –contestó– Hace poco más de una hora que me dijiste que te ibas a dar una vuelta con Savana ¿Acaso habéis vuelto tan pronto porque os aburríais?

Marta no se atrevió a contestar a su madre. Miró a Savana con cara de complicidad y las dos sonrieron al mismo tiempo.

En sus cabezas resonaban con fuerza las palabras de los dioses exclamando al mismo tiempo,

¡LA VIDA ES MÁGICA!

 

 
 
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