IR SHEL OR CAPÍTULO CINCO EL REGRESO DEL SABIO I Cuando los patriarcas seguidos de la multitud alcanzaron la puerta sur de Alejandría, Malén Lozáh estaba haciendo su entrada. Los hijos se adelantaron y aguardaron en un silencio emocionado a que él llegara hasta ellos. Estaba cambiado. Su cabello era blanco como la nieve y le llegaba hasta más abajo de los hombros. Lucía una barba larga y también blanca y su piel estaba muy tostada por el sol. Se apoyaba en un cayado que terminaba en forma de cabeza de serpiente, pero aún así caminaba con energía bajo la pertinaz lluvia. Se detuvo a unos pasos del grupo y los miró fijamente. Alejandro expresó: – Bienvenido a casa, padre. Malén Lozáh sonrió y lo abrazó. Seguidamente, llamó a cada uno de sus hijos por su nombre y los estrechó en sus brazos igualmente. Rah-Rah, Zaguev Mováz, Nastiawa Zovomóz y Teviz no pudieron contenerse y lloraron en el hombro de su padre. Malén contempló a los cientos de ciudadanos que aguardaban expectantes y se dirigió a ellos con voz suave pero enérgica: – Sé de las cosas que han tenido que pasar en mi ausencia. Y sé que muchos de ustedes, aun viéndome aquí, dudan. Pero yo les traigo buenas nuevas. Lo peor ya ha pasado. Alejandría se levantará de nuevo y volverá a ser la Patria de la Fe. Los que están aquí, lo están porque tuvieron confianza. Esa confianza no será quebrantada. Mi viaje fue un mandato de Dios y traigo sus instrucciones para construir las nuevas ciudades que conformarán la Sociedad Solar. La tierra allá afuera es fértil y hermosa, llena de recursos, y espera por ustedes para hacerla próspera. Ya no tengan miedo. Dios siempre ha estado de nuestro lado. A continuación, y debido a que la lluvia no amainaba, los pobladores se retiraron y Malén y sus hijos se reunieron en la casa que había sido del Patriarca y la Señora. II Fue puesto al corriente de todo lo que había sucedido hasta ese día. Sus ojos se llenaron de tristeza al escuchar lo acontecido con Zaras y Rehíz Zoxi, pero se mantuvo siempre sereno y la paz que de él emanaba fue contagiando a sus hijos. Se hallaban sentados a la mesa, como era costumbre, con Malén presidiéndola esta vez. Todos querían saber de las cosas que había vivido en su peregrinaje y no dejaban de hacer preguntas. Se oyeron unos golpes en la puerta y Rah-Rah la abrió para dar paso a Quefí Zem. Había visto llegar a su padre y se había sentido cohibido ante su presencia. Malén no lo llamó como al resto de sus hijos porque no le conocía. Entonces, se había quedado aparte contemplando lo que sucedía y, tras armarse de valor, había venido hasta aquí. Entró en la sala y todos sus hermanos se sintieron avergonzados. Se habían olvidado por completo que Malén Lozáh no sabía que tenía otro hijo. El patriarca levantó la cabeza y lo miró extrañado. Se encontró con un rostro casi idéntico al suyo. Los ojos azules eran casi una réplica y el cabello lacio y rubio, recogido en una cola, era también como el suyo. Era casi como verse él mismo con algunos años menos. – Yo soy Quefí Zem –dijo al fin el recién llegado con la voz quebrada– Soy también tu hijo. Malén ya lo había comprendido. Se puso en pie y, yendo hacia él, lo abrazó fuertemente. Quefí, por primera vez, se abandonó a la emoción y lloró en los brazos de su padre como un niño. III Por la noche, la lluvia había cesado y las calles de Alejandría se llenaron del vivificante olor a tierra mojada. Los hijos e hijas de Malén seguían reunidos con él y a ellos se sumaron algunos otros familiares. El Patriarca, a pesar de su largo viaje, no parecía cansado y los escuchaba con atención. Todos se acercaban a él para abrazarlo, pedirle consejo o simplemente sentirse reconfortados en su presencia. Malén tenía una palabra amable para cada uno y su sonrisa y serenidad apaciguaban los ánimos y despejaban los temores de los alejandrinos. Quefí Zem permanecía a su lado y escuchaba maravillado todo cuanto decía. Su padre era tal cual lo había imaginado, basado en lo que Zaras decía de él. Malén les contaba lo que había visto durante su peregrinaje, cuando se escucharon voces en las afueras de la casa. Un grupo de gente se acercaba. Asim, hijo de Zozím Lem, entró y anunció: – ¡Han regresado! ¡Las familias que partieron tras Kosey han vuelto! Todos se pusieron en pie y salieron a encontrarse con el grupo. Allí estaban los que habían decidido partir y otros pobladores que les habían dado la noticia del regreso del Patriarca y les habían escoltado hasta la casa. Abiel, un hombre joven de piel amarilla, descendiente de Zoyíz Sezane y Zaguev Mováz, se adelantó hasta Malén. Cayó de rodillas frente a él y exclamó: – Perdónanos por dudar de ti, señor. Tuvimos miedo ante las cosas que nos estaban ocurriendo. He sido instruido y educado en los principios de Alejandría, pero mi familia sufría estrechez ante la sequía. Mi esposa enfermó gravemente y uno de mis hijos está ciego. Creí que realmente Dios nos estaba castigando. Abiel bajó la cabeza y Malén colocó su mano sobre ella. Luego le instó a ponerse de pie y expresó: – No hay nada que perdonar, hijo mío. Sé que buscabas fuera el bienestar de tu familia porque creíste que ya no sería posible en Alejandría. Anímate ahora. Dios está con nosotros y seremos testigos de ello. Los miembros de las otras familias que habían desertado habían aguardado expectantes la reacción de Malén. Sus palabras les reconfortaron. Entonces, contaron lo que había sucedido: habían emprendido camino y la lluvia se desató con ferocidad. Al adentrarse en las montañas, el río principal, que desembocaba en las costas alejandrinas, creció en forma alarmante, arrastrando rocas y árboles a su paso. Los jinetes de Sethis se aventuraron a cruzar la corriente y lograron llegar al otro lado con gran dificultad. Pero las familias que les seguían no se atrevieron a hacerlo. Las mulas y los caballos llevaban carga y, además, entre el grupo había niños que sus padres habían llevado consigo. Kosey les había animado a cruzar, prometiéndoles que nada sucedería. Pero los hombres alejandrinos no quisieron arriesgar a sus familias. Entonces Sethis había proferido una maldición y había dicho que “aquellos hombres y mujeres pusilánimes serían una vergüenza para su sociedad”. Así que los habían abandonado en el camino. Entonces, avergonzados y despreciados por quien les había prometido la “salvación”, el grupo había decidido volver. Los pobladores que les recibieron, lejos de reprocharles su actitud, les habían abierto las puertas nuevamente y, felices por su retorno, les habían hecho saber que el Patriarca estaba en casa. Fue así como habían llegado hasta allí con la esperanza de que Malén Lozáh también les comprendiera y no les reprochara. Lo que, justamente, había sucedido. Malén habló para todos: – Estoy orgulloso de todos los hijos de Alejandría. De los que no se dejaron convencer por Sethis, por su valentía y la fortaleza de su fe. De los que partieron y comprendieron que era un error, por su coraje al reconocerlo y su confianza en que serían recibidos nuevamente. De los que los recibieron, por su bondad y su incapacidad para el rencor. E incluso, de los que marcharon hace un tiempo y ahora se oponen a nosotros, porque son jóvenes y han sido confundidos, pero aún así son valientes y estuvieron prestos a defender sus ideas. Todas son señales de que hemos cumplido con nuestra tarea. Construimos una sociedad de hombres y mujeres verdaderamente libres. La Sociedad Solar no castiga ni reprime. Ustedes dejaron marchar a los jóvenes, aunque el dolor los consumiera, porque sabían que era lo correcto. Muchas veces tendremos que apurar tragos amargos, porque son necesarios. Lo importante es que hagamos siempre lo correcto, por más doloroso que parezca. El Patriarca ejercía en sus descendientes una fascinación muy grande. Había tanta majestad en él. Sus palabras parecían ser siempre las adecuadas y, sobre todo, la paz y grandeza que transmitía, hacía que todos se sintieran cohibidos y al mismo tiempo, reconfortados en su presencia. Sencillamente, reconocían la sabiduría y la reverenciaban. No obedecían a un hombre que imponía su criterio, sino que percibían que les eran dadas las respuestas que buscaban. IV – ¿Cuándo iremos en busca de la Señora? –preguntó Alejandro a Malén, quien se encontraba en su casa, afanado escribiendo algunos papiros. El Patriarca no respondió. – Sé que acabas de llegar, pero creo que debemos aliviar pronto su sufrimiento –continuó Alejandro– Muchas veces tratamos de atravesar las montañas y buscarla, pero es una tierra hostil y no teníamos idea de hacia dónde se había dirigido Sethis. No sé dónde está ubicada esa ciudad de la que habló Kosey. Tú nos guiarás, ¿verdad? Contigo podremos hallarla y rescatar a nuestra madre. Malén seguía escribiendo aunque escuchaba las palabras de su hijo. Éste se inquietó. – Iremos por ella, ¿no es así? –preguntó, temiendo que por alguna razón su padre decidiera no ir en su busca. El Patriarca suspiró y expresó mirando a Alejandro fijamente: – Aún quedan cosas por ocurrir. No ha terminado, hijo. Y agregó poniéndose en pie: – Vayamos al Consejo y demos a nuestro pueblo las buenas nuevas… y preparémoslo para lo que viene. – ¿Vendrán nuevos horrores? –inquirió Alejandro preocupado. – El equilibrio, hijo mío, el equilibrio. Ya lo dije: lo peor ya ha pasado. Pero se está formando una sociedad que será la antítesis de la nuestra. Eso, inevitablemente, traerá conflictos en el futuro. Pero no te atormentes ahora. Alejandría bebió la copa amarga tras un largo período de paz. Esas tribulaciones nos han fortalecido. Ahora estamos mejor preparados. ¿Tendrás la agudeza necesaria para captar las sutilezas en el Plan Maestro? V Malén y Alejandro atravesaban la ciudad con rumbo al edificio del Consejo. Algunos de los patriarcas se les unieron en el camino. Repentinamente, Malén se desvió por una callejuela y se acercó a una de las casas que se alzaban hacia el lado oeste. Sus hijos le siguieron extrañados. Las calles estaban llenas de gente que se dirigían igualmente al Consejo y que al ver al Patriarca en la zona, presumieron que algo importante ocurría y se quedaron aguardando. Malén preguntó a un niño que se hallaba en la puerta de la vivienda: – ¿Es ésta la casa de Krir Iveróh? Como el niño asintiera, le pidió: – ¿Puedes ir en su busca? El niño entró en la casa a la carrera y al poco tiempo, un muchacho de piel roja y ojos negros, de unos dieciséis años, apareció en la entrada, visiblemente intrigado. Malén sonrió al verlo e inquirió: – ¿Has estado trabajando? El muchacho no pareció comprender. Malén continuó: – En los mapas… Krir Iveróh dio un paso atrás, sorprendido y miró al Patriarca de hito en hito. – ¿Cómo puedes saberlo, señor? No he dicho una palabra a nadie. – Así debía ser –dijo Malén sonriendo y agregó: –Ve por ellos. Los necesitaremos en el Consejo. El joven se dispuso a obedecer, pero en el último momento se dirigió a Malén emocionado: – Entonces… es cierto que venían de Él… Los dibujé como aparecieron en mi mente, pero no tenía idea de dónde provenían… – Pues, ya lo sabes –contestó Malén sin perder la sonrisa. Krir Iveróh sonrió también, complacido y entró en la casa. Los demás no tenían idea de qué estaba ocurriendo. Krir Iveróh era descendiente de la casta de Nastiawa Zovomóz y Sarizán Zyruu. Era un joven alejandrino que estudiaba en la Escuela de Ciencias, Artes y Oficios, pero que nunca había sido muy notorio. Era tímido y retraído y, aunque era aplicado en sus estudios, no era precisamente un muchacho destacado. Nadie entendió lo que había hablado el Patriarca con él, ni porqué precisamente con él. Krir Iveróh volvió con unos papiros enrollados bajo el brazo y junto al Patriarca emprendió camino hacia el Consejo. Todos lo miraban intrigados y, cuando Malén colocó su brazo por encima de él, el joven se hinchó de orgullo y alegría. El anfiteatro estaba repleto cuando los patriarcas llegaron y tomaron sus puestos. A Krir Iveróh lo sentaron tan cerca de ellos que enrojeció al saberse el centro de todas las miradas. Primero hablaron los doctos, enumerando las acciones que tomarían ahora que la sequía había terminado; pusieron a los alejandrinos al corriente de los adelantos que habían hecho en la investigación de algunas enfermedades que los aquejaban y notificaron que estaban disponibles en las Casas de Salud las vacunas y medicamentos para contrarrestar algunas de ellas. Les siguieron los sacerdotes, quienes notificaron la próxima ordenación de algunos jóvenes y la apertura de la Gran Biblioteca que había sido construida en los últimos años. En ella, descansaban los originales de todos los libros de todas las materias escritos en Alejandría. Ambas noticias fueron recibidas con entusiasmo. Finalmente, el Patriarca se puso en pie y se hizo un silencio respetuoso. Malén Lozáh les habló con serenidad, pero su voz era escuchada hasta en el último rincón. – Como todos saben –dijo– he sido instruido por Dios para recorrer la tierra y plantar la piedra angular de cada nueva ciudad. Así lo he hecho. Viajé por el mundo, coloqué las piedras y dejé las señales para que ustedes vayan después de mí a seguir construyendo nuestra sociedad. Los patriarcas irán con ustedes. Hallarán el camino protegidos por Dios, y donde encuentren las Piedras Angulares, allí se asentarán y fundarán las ciudades. Pero tendrán una ayuda adicional. La tierra es demasiado grande y podrían perderse en ella. Así que Dios, para facilitar las cosas, encomendó a uno de nosotros dibujar los mapas que servirán de guía. Son los primeros mapas de la tierra completa y pueden estar seguros que, al haber sido dictados por Dios, son los más exactos que podrán existir. Nuestro joven amigo, Krir Iveróh, fue el encargado de esa tarea. Una exclamación de asombro recorrió el recinto. El muchacho, temblando de pies a cabeza, acercó los rollos que tenía con él al Patriarca. Malén los desplegó y una nueva exclamación llenó la sala. Eran enormes y exquisitamente dibujados. Se podía identificar cada río, cada palmo de tierra, cada montaña… Todo estaba allí. La audiencia contemplaba estupefacta la representación de una tierra que no imaginaban tan grande, ni tan rica, ni tan hermosa. Malén agradeció al joven que volvió a su asiento dando traspiés. – Ya sabemos que contamos con un cartógrafo oficial –dijo el Patriarca sonriendo y Krir Iveróh enrojeció aún más, haciendo reír a los presentes. Malén continuó: – La labor que has llevado a cabo, hijo mío, es de vital importancia para nuestro pueblo. Todos te agradecemos tu dedicación. La multitud ovacionó al joven. Malén esperó que reinara de nuevo el silencio y prosiguió: – Comenzarán ustedes los preparativos para la marcha y partirán cuando estén listos. Pero antes de que se enfrasquen en los pormenores del viaje, debo decirles algo. Les prometí buenas nuevas. Y son las que les daré ahora. En el desierto, Dios me reveló lo que acontecía con mi pueblo. Tuve visiones horribles de los momentos vividos por ustedes. Sé que lo que más les preocupa es el miedo a la muerte. No estaban preparados para eso y les cuesta aceptar que haya un final. Si bien la pérdida de la inmortalidad fue producto de una transgresión de la Ley de Dios, no significa que sea un castigo. Yo les digo con la verdad que Dios no castiga a sus hijos. La muerte no es un final, es apenas el comienzo de nuestro viaje de regreso a casa. Porque nuestras almas siguen siendo inmortales. Lo que perece es el envoltorio, el ropaje que cubre nuestra alma. La evolución espiritual ha sido una de las bases de nuestra sociedad. Con la muerte, el proceso continúa. Sabemos que venimos de Dios. ¿A dónde más debemos regresar, sino a donde Él está? Ninguno de nosotros pertenece a sus padres, a sus hijos, a sus hermanos… Pertenecemos a Dios y, cuando partimos, Él nos reclama. No tengan miedo entonces de morir porque la vida es eterna. El alma es también eterna y sólo vuelve a su origen cuando la carne fenece. Yo les daré muestras de ello. Yo volveré de la muerte para convencerlos del poder de Dios. Moriré por ustedes y regresaré por ustedes. Y entonces, comprenderán. A pesar de que todos creían en las palabras de Malén, éstas involucraban conceptos difíciles de asimilar. Además, el hecho de que prácticamente había anunciado su propia muerte, sumió a los alejandrinos en una mezcla de tristeza y confusión. Sus hijos, principalmente, parecieron volverse de piedra ante semejante declaración. Pero Malén Lozáh, sabiendo de antemano que ésa sería la reacción, no les dio oportunidad de meditarlo mucho y continuó hablando: – Cuando reciban la prueba de Dios, serán confortados y su fe renovada no podrá quebrantarse de nuevo. Se los digo como Dios me lo ha dicho a mí. Esa es Su Palabra. Confíen. A continuación, Malén leyó a su pueblo el Memento Mori25, un texto que había escrito esa misma mañana y que estaría destinado a convertirse en parte integral de las enseñanzas de Alejandría. VI Memento Mori
Malén Lozáh, en Alejandría, año 290 NOTAS 25 “Recuerda que has de morir”, en latín. 26 “Aprovecha el día, recuerda que has de morir”, en latín. |
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