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ISLAS SIMBOLICAS
Montjuïc - Mallorca - Buda
slas Simbólicas
MIREIA VALLS

Montjuïc y la Alquimia (2)

"Montjuïc, un salto por encima de la ciudad", "Una fuente que a veces puede llegar a tocar el cielo", dicen los reclamos publicitarios en el pasillo de acceso al funicular. Aquí los pocos compañeros de viaje también hablan otras lenguas. El tren trepador se pone en marcha y ascendiendo la suave pendiente por el túnel de la montaña, pronto sale al aire libre y finaliza su recorrido en otra especie de pequeña cueva.

Los jardines del poeta siguen vedados. Sólo abren el día del shabat y el domingo. Habrá que esperar. Las ideas fijas topan con puertas cerradas. Mejor, pues, deambular sin ruta fija. No saber a dónde ir. Reconocerse perdido, sin proyectos ni expectativas, sin esperanzas.

Pero éste es territorio isleño, mágico, y nada hay que temer. "Laribal", dice el panel musical de este parque, un jardín donde el protagonista es el agua y su discurso. Adelante. El primer camino a la izquierda tuerce pendiente abajo y llega a un banco de piedra semicircular al pie de una gran encina. El ángulo de visión desde aquí es extraordinario. Bajo una nave abovedada de árboles y arbustos sigue descendiendo el sendero hasta una fuente de piedra octogonal, ubicada en el centro de una pérgola, también octogonal, de cipreses domados por mano de artesano. El número y su geometría son otra "huella" del Misterio, un lenguaje arcano que habla de las medidas, módulos y proporciones con las que el geómetra divino ordena el Universo.

El ocho es cifra de pasaje, y también de purificación. Se entra en la auténtica visión del mundo y ya nunca se abandona, lo que requiere el desbastado completo de las concepciones del hombre viejo. Cerca se oye al jardinero podar las ramas de los árboles. Cuando ya ha crecido convenientemente, hay que cortar lo que chupa la savia de la planta impidiéndole la conquista vigorosa de nuevas altitudes. Igual con los apegos a los que uno se aferra, que de no ser podados a su debido tiempo, constituyen formidables obstáculos para la realización espiritual. El invierno es el momento propicio para estas labores de poda.

Desde la fuente parten senderos que acceden a nuevos rincones, pasadizos, puentes, glorietas; perspectivas cambiantes de un todo completo al que nada le falta ni le sobra, pero que al ser recorrido descubre matices y perspectivas otras insinuadoras de nuevas posibilidades. Aunque dicha novedad nunca tiene que ver con agregar ni sustraer, sino con desvelar lo olvidado, reconocer lo escondido, e iluminar con plenitud todos los claroscuros del alma.

Otra fuente de ocho lados hermana de la primera –quizás más delicada por sus materiales cerámicos y sus ornamentos–, se perfila en un espacio hondo pero abierto, coronado en lo alto por árboles con un toque oriental, de ramaje estratificado, que circundan todo este emplazamiento en el que también hay un bonito caserón donde antiguamente los ciudadanos se reunían los días feriados para almorzar y descansar, cantando y bailando al frescor de una tercera fuente con rostro de gato que da nombre a dicho enclave. 4

Numerosos pajarillos acuden al surtidor de cerámica para beber y sumergirse en sus aguas, cumpliendo el hábito diario del baño purificador y regenerador. El rito es inherente a la existencia del habitante de la isla. Su ser cobra sentido al realizarlo, pues es el bastidor del orden cósmico. Sin rito la vida sería un sinsentido, un absurdo, un amorfo. Tomado como rutina ahoga, pero vivido como ritmo secreto, todo lo renueva y reactualiza. Y así el asombro es permanente, y el universo una obra prodigiosa y admirable, de invisibles trazos geométricos y aritméticos que el propio rito en sí va develando.

Desde el punto más alto de "Laribal", desde el origen, y de fuente en fuente, el agua discurre ladera abajo, irrigando todos los recovecos, fertilizando, refrescando, limpiando, fecundando y saciando a los que la beben como Agua de Vida. Y en el llano, se recoge en un estanque que ya se entrevé fuera del recinto.

Saliendo de este jardín proyectado por Forestier con la ayuda de Rubió i Tudurí, se despide con sonora carcajada el macho cabrío 5 coronado con racimos de uva, que asoma su faz burlona en el centro de una bóveda de piedra construida a los pies de la escalera que retorna a las alturas. El vino es también estimado por los isleños; bebida espirituosa, alegra el ánimo y desata el furor báquico, iniciador en los misterios de la vida y de la muerte, los que se abren a los del Amor y la Inmortalidad.

El Macho Cabrío

Cruzando la umbrosa carretera, un gran surtidor circular rodeado por acacias reúne todas las aguas en su regazo matricial, y desafiando la gravedad, las devuelve con ímpetu hacia arriba, como chorro espermático, hacia el origen a donde todo retorna tras cumplir su ciclo de manifestación. La fuente toca el cielo.

Cada isleño encuentra en la geografía que habita los escenarios arquetípicos del alma, del gran teatro del mundo, de su despliegue y reabsorción. Por cierto que también están en labores de jardinería y saneamiento los parterres del "Teatre Grec"; 6 y las gradas, con su letargo invernal, recuerdan la necesidad de replegarse, de detenerse, de meditar, para que con la primavera y el verano renazcan nuevas obras, nuevos cantos, nuevos sones representados por los que deciden ser actores de esta extraordinaria historia arquetípica.

En la parte trasera del recinto se esconde una pequeña puerta, una de las fronteras invisibles de la isla, que desemboca en un pasaje ubicado en tierra de nadie, sólo conocido por aquellos exploradores osados que van resiguiendo todos los contornos insulares, como fueron en su tiempo aquellos conquistadores que dan nombre a dos calles de más abajo, Elcano y Magallanes, que tras circundar el mundo el primero, y dejarse en ello el pellejo el segundo, pudieron así salir de él por la puerta estrecha.

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Tiene también la isla su faceta inhóspita y gélida, que huele a muerte, hambre y carencia. En la cúspide del monte el aire corta; aunque haya árboles, es tierra yerma; aunque un castillo lo corone, su aspecto es de prisión, y de hecho lo fue durante un tiempo; aunque a sus pies rotan mar y puerto, ciudad y cordillera, el fortín en sí es lugar pétreo, inmovilizante, cual el instante de la muerte. Otro paisaje del alma que debe visitarse con asiduidad y no rehuirlo, como quizás fuera el primer impulso. Dentro es peor, la boca del infierno, mazmorras y humedad acompañan todo un aparato de tortura y destrucción que hasta repugna. Bajos fondos de ignorancia y crueldad, miedo y cobardía.

Sin embargo, nada asusta al isleño, que arremete con la fuerza de la Inteligencia la lucha contra todos esos adversarios, marañas de la mente siempre chatas y horizontales, que pretenden abortar la conquista de otros mundos de la isla, verticales. Y por supuesto, ni a la muerte teme el soldado, porque la ha vivido y vive constantemente; un deceso necesario para abrirse a otros estados, pues no hay nuevas aperturas sin pasar por la guadaña. Y morir es dejar todo: el cuerpo y sus indefinidos disfraces, las pequeñas y grandes posesiones, sobre todo las mentales, los ideales, los proyectos, los deseos, los anhelos y esperanzas... todo lo relativo e ilusorio. Quedarse desnudo, sin nada a lo que aferrarse, ni tan siquiera las más bellas ideas y concepciones. Y nunca es una entrega fingida pensando en posibles recompensas. No hay recompensa, pues si algo se ganara, representaría una nueva posesión. Gran paradoja la de buscar la verdadera Identidad y tener que desprenderse incluso de ella para experimentar lo que no tiene límite, lo Eterno, lo Infinito.

En un rincón de los alrededores de la fortaleza, entre unos setos polvorientos, una lápida escondida recuerda a todos los soldados muertos en la batalla, y en otro enclave, entre naranjos cargados de frutos, una estatua de bronce de "El timbaler del Bruc" 7 alude a aquel acontecimiento milagroso en que un joven muchacho, armado sólo con un tambor, logró espantar y hacer retroceder a un ejército entero que iba a asaltar su pueblo, cuando al hacer sonar su instrumento en un desfiladero el repiqueteo se dobló y redobló por efecto del eco, pareciéndole al enemigo el avance de un fragoroso batallón. La gracia acompaña siempre al soldado solitario que, indeleble, se mantiene siempre en pie de guerra, invocando sin cesar la fuerza supranatural que vence indefectiblemente en todas las batallas.

"Al teniente del navío Plus Ultra", dice la inscripción de otro monumento a la vera del castillo. Un más allá que no es temporal ni espacial, sino la eternidad conviviendo con lo perentorio. O sea que la rueda rota y hay que bailar el son, siendo a la vez el movimiento, su origen y lo que no tiene origen porque nunca ha nacido ni fenecerá. Ser y No ser.

Un poco más abajo del fortín, las ninfas y nenúfares de las albercas comunicantes del jardín de Mossèn Cinto Verdaguer, cantan la cosmogonía para, conociéndola, poderla trascender. Este escritor compuso un poema épico sobre la Atlántida, aquel continente desaparecido bajo las aguas del océano que lleva su nombre. Una isla mítica…

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En el parque del poeta se revela la metahistoria. Jacint Verdaguer escribió La Atlántida 8 durante los varios viajes que realizó a América siendo capellán de los barcos de la Compañía Transatlántica del Marqués de Comillas. Sin duda el mito le impactó profundamente, y lo recreó en una composición donde se conjuga mitología con conocimientos astronómicos, geográficos, etimológicos, y por supuesto mucha poesía y términos lingüísticos riquísimos en matices que representan un gran hito para el florecer de la lengua catalana. Son numerosas las "huellas" que insinúa acerca de una ciencia muy antigua e importante desde el punto de vista de la Ciencia Sagrada, la Ciclología o conocimiento de los ciclos cósmicos. 9 Y no sólo en los versos se adivinan esos trazos, sino que las notas apuntadas por el escritor recogen valiosa documentación desde la perspectiva de la geografía y la historia sagrada, la que habla del origen vertical intemporal y su proyección horizontal en todas las edades cósmicas.

Todo empieza con el tremendo naufragio de dos naves, una genovesa y otra veneciana, que sucumben en las turbulentas aguas del mar tras un encarnizado combate atizado por una tempestad. Un solo muchacho sobrevive, genovés, el cual recala en una playa donde un viejo sabio lo auxilia, y para darle coraje y ampliar sus horizontes le relata una antigua historia: Hércules jura vengar la muerte de Pirene (que vivía refugiada en el Pirineo, cordillera convertida luego en el mausoleo de la joven) provocada por Gerión, y bajando desde Creus a Montjuïc se echa a la mar y promete a su regreso fundar una gran ciudad en las faldas del peñasco.

La fenecida Pirene pertenecía a la saga de Tubal­caín, 10 hijo de Lamec, descendiente de Adán, lo que es una forma de dar testimonio que la tradición de nuestras tierras hispánicas está entroncada directamente con la Tradición Primordial, la del Paraíso, que los Atlantes heredaron en su momento y que a su vez transmitieron a los habitantes de los dos continentes bañados por el océano antes del hundimiento de esa isla-continente. Verdaguer aporta mitos significativos de los indígenas de Centroamérica, de las islas caribeñas y de Africa en los que se narra ese gran diluvio, análogo al relatado por la Biblia, el cual representó el fin de dicha civilización de titanes. Pero no todo el legado de ese pueblo sucumbió, sino que justamente la función del mito, y el rito de narrarlo, es vehicular la Sabiduría Perenne de generación en generación y de unas eras cósmicas a otras, para que los hombres y mujeres de todas las épocas puedan conocer su auténtico origen e Identidad intemporal.

Hércules es el puente en este caso. Buscando al tricéfalo Gerión alcanza las tierras de la Atlántida y tras vencer al dragón que protege el jardín de las Hespérides, consigue hacerse con una rama cargada de frutos áureos (símbolo de la doctrina, la Sabiduría Perenne, el conocimiento cosmogónico) y regresa a España plantándola en un vergel de Gades. Mas cautivado por la que había sido esposa de Atlas, Hésperis, el héroe regresa a la Atlántida para rescatarla ante la gran hecatombe que se avecina. En medio de combates y descalabros, el orgullo y la soberbia de los gigantes acrecienta la ira divina, y antes de la destrucción final, Hércules se hace con la titánide, que abandona incluso a sus hijas, las gentiles Hespérides, convertidas luego en las Pléyades que iluminarán el cielo de la nueva humanidad. Huyendo de los grandes terremotos, el héroe la transporta sobre las olas hacia Gades, y cuando ya están cerca, Gerión los intercepta. Tras cruenta lucha, muere el monstruo, y la pareja llega a nueva Hesperia (España), donde florecerá toda una civilización, con el legado de los Atlantes, y el de los pueblos que ya habitaban esas regiones, en las que se dice que incluso habían arribado los caldeos siguiendo el recorrido del sol, y al ver que en Finisterre la tierra terminaba, se afincaron allí, conformando el pueblo celta. Cuenta además el poeta apoyándose en diversos historiadores que en el vergel de Gades se erigió un templo cuyo frontispicio reproducía los doce trabajos de Hércules, y en su interior no había imagen alguna, pues en él los sacerdotes –que recordaban tanto por sus vestimentas como por sus ritos a los sabios hebreos– adoraban al Dios innombrable, al que Verdaguer se refiere como el Dios desconocido, la más alta expresión de lo que del Misterio inefable puede expresarse.

Hésperis dona descendencia a Hércules, pero de pura añoranza por sus anteriores hijas, muere y retorna al cielo en forma de paloma, deviniendo en el empíreo el lucero vespertino o del alba, Venus. Hércules y sus vástagos van civilizando el territorio. Galates llega a Galicia, tierra de los galos herederos de aquellos viajeros hebreos y caldeos. Y aunque esto no lo diga Verdaguer, el pueblo hebreo tenía la certeza de que algunos de sus ancestros habitaban las regiones allende el Atlántico. Por eso muchos siglos después, durante el Renacimiento, fueron ricos judíos los que ayudaron a financiar el viaje de Colón, 11 que por cierto es el joven genovés al que el ermitaño está relatando esa historia, y que raptado por tal revelación decide al final del poema salir en busca de esa tierra prometida, símbolo del paraíso, pues: "Detrás de esta Atlántida hundida / la virgen de su corazón ha concebido / como parte más allá de un puente, gentil ciudad / como detrás de este cielo, cielos más hermosos; / como detrás de estos astros luminosos, / el tabernáculo de oro del Increado". 12 Y más adelante: "El mar que a vuestros pies duerme y sueña / ¿no os trae de otras playas la armonía? ¿no os acerca el aire perfumes del paraíso / y plañideros suspiros de una sirena, / que busca de otros brazos la cadena, muriendo de amor en su añorado corazón?". 13

Y así, impelido por un furor divino y con el soporte de la corona de Isabel y Fernando, Colón decide franquear las columnas que Hércules había plantado en su día marcando un límite para proteger a la cultura que hizo renacer, pero que ahora debía volver a regenerarse. En el Renacimiento nuestra civilización vive momentos esplendorosos y al mismo tiempo agónicos, como los de la Atlántida en sus postrimerías, que se han ido acrecentando a pasos agigantados hasta nuestros días, donde el fin de un mundo se respira por doquier. Pero el "descubrimiento" de América significó la revivificación del "Paraíso aquí y ahora", el símbolo de esa realidad invisible pero real representada por aquel continente virgen repleto de riquezas y maravillas. Además, para el que tuviera ojos para ver y oídos para oír, los símbolos universales y la identidad de las tradiciones se puso muy al descubierto desde entonces hasta el cielo de hoy, donde todavía es posible revivir en propia carne con el soporte de la Ciencia Sagrada la utopía de la isla invisible del Pensamiento.

En Barcelona hay numerosos rastros de su héroe fundador, que finalmente regresó a las lomas de Montjuïc para cumplir su promesa de levantar la ciudad que aún hoy palpita. Fuentes y monumentos lo recuerdan, como una estatua ubicada en el Paseo de San Juan, donde se lo figura con sus atributos. Y a poca distancia, en esta misma calle, se erige otra escultura en memoria de Jacint Verdaguer, cuya columna está rodeada con escenas de La Atlántida. ¡Ah!, y Colón no deja de señalar con su dedo que el Paraíso se alberga en la ínsula mítica, símbolo del centro del mundo, un estado de la conciencia que el ser humano puede conquistar plenamente en su corazón.

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El 50 14 deja en la Plaza de Dante, donde el gran vate recibe a los buscadores de la Verdad, una mano en alto saludando y con la otra sosteniendo un libro, que bien pudiera ser la Divina Comedia. El poeta describió en esta obra todo el recorrido del alma por los estados del Ser hasta su reintegración al Paraíso celeste, y desde aquí insta, con rostro riguroso, al nacimiento del maestro interno que cada uno porta dentro de sí. ¡Loados sean los Dantes de todas las épocas, que permeables a la Ciencia Sagrada y a la Vía Simbólica, las han ido actualizando hasta hoy, donde aún hay manos que las re-escriben y vigorizan! 15 El Libro de la Vida es el gran iniciador en los misterios del cielo y de la tierra, de la vida, la muerte y la inmortalidad; y el guía del camino es la doctrina, hilo áureo de la tradición, que a veces es voz, y otras, palabra escrita.

Todos los dioses viven en la montaña cósmica que resigue el cantor renacentista, todos circulan libremente por este peñón cada vez más conquistado, todos vibran en el interior del ser humano que los invoca.

A Ceres y Neptuno se les dedican plazas y fuentes en la isla; Baco y macho cabrío presiden la entrada de Laribal; Hermes se esconde en el lateral del Palacio Nacional, Atenea recibe a las puertas del Instituto Cartográfico…, y expandiendo en el aire sus influencias, crean y recrean la sinfonía grabada en el alma del universo. ¿Y dónde evocar a Saturno, el rey de la Edad de Oro?

Hoy la cancela está abierta, 16 es sábado, día consagrado a este dios, jornada del Jubileo; las campanas que repican al punto del mediodía así lo indican.

Cualquier descripción se queda corta ante la belleza de este vergel donde todo está donde debe estar, sin esfuerzo. El árbol, la piedra, la laguna, la escultura, el aire perfumado, el cielo diáfano, y la luz blanca, muy blanca. Un exacto ejercicio de geometría: conjunción de diseño divino y mano de diestro artesano.

El edificio del palacete Albéniz –antigua residencia real y luego museo de la música–, se alza en lo alto de un terreno llano, y en suave pendiente hacia las cuatro direcciones del espacio se definen ámbitos diferenciados y a la vez integrados en una unidad.

La zona de las fuentes y cascadas, con cuatro niveles destacados, cual los mundos o planos de la cosmogonía, con estatuas de Náyades y otras Ninfas 17 bañándose aquí y allá en sus aguas matriciales. El templete circular de ocho columnas abierto a todas bandas con una bailarina en el centro que bien se diría es aspirada hacia la salida del cosmos. Los dos estanques entre magnolios, hoy con las aguas discurriendo por la escalinata, y los traviesos niños montando gran alboroto. La columnata semicircular que rodea el anfiteatro, con las gradas y el escenario al aire libre, cubiertas sólo por el cielo azul celeste; y los rostros socarrones de los Sátiros 18 asomando en los alrededores de los sótanos del palacete. Luego el bosque espeso de juncos y bambúes donde la luz se opaca, cerca de la fuente que brota en la hondonada; y la arboleda de olivos, laureles y acacias 19 sobre un verde prado recién regado y con los parterres repletos de plantas en flor, pensamientos y ciclámenes y la estatua de una "aguadora" rociándolas.

La Estrella de David y los Planetas

En síntesis, la imagen de una eterna primavera, donde todas las tensiones se equilibran y se expande el Esplendor y la Belleza con indefinidos tonos, geometrizando. Una representación del Paraíso celeste, ámbito puro y no contaminado por nada, diáfano. Una región del pensamiento donde el tiempo se torna insignificante y el espacio evanescente. Cronos devorando el devenir, reciclándolo y simultáneamente abriendo la pequeña puerta a lo eterno. Un mundo otro muy real liberado de los límites formales e informales, paradigma de la transformación alquímica, que invita a viajar por las comarcas del Pensamiento desnudo, del Ser en sí mismo, conjunción de la Inteligencia y la Sabiduría en su Principio. Y al mismo tiempo, la veraz intuición de que todo esto es un gran espejismo, la ilusión cósmica como trampolín a lo supracósmico. Más allá, sólo Silencio.

Montjuic y la Alquimia (y 3)

NOTAS

4  Al lugar se lo conoce popularmente como "La Font del Gat". Se sabe de la existencia de muchos otros manantiales en Montjuïc, como el de Tiro, Satalia, la fuente de la Estrella, la de Conna, Vista Alegre, Geperut, Trobada, Pessetes, etc., etc. Ver el artículo de Lluís Permanyer "La montaña de Montjuïc era un lugar de esparcimiento" publicado en La Vanguardia, domingo 07.10.07.

5  Es la víctima escogida principalmente en los ritos dionisíacos. Simboliza la energía sexual, la posesión de energías exacerbantes, la atracción, las pasiones, las energías ocultas, etc., y también lo hediondo, la sobreexcitación, la ignorancia y la estupidez. Es este carácter trasgresor el que le posibilita acceder a otros estados superiores y relacionarlo entonces con la fuerza del Eros, del fuego purificador, de la virilidad y la fecundación espiritual. Paradójicamente es una entidad protectora, pues atrae todas las influencias negativas, que con su fuego interno son transmutadas y sutilizadas. Otra faceta del alma que hay que reconocer, domar y traspasar.

6  En la isla hay otros espacios dedicados a las artes escénicas, como el "Teatre Lliure", con varias salas que ocupan el antiguo palacio de Agricultura construido a raíz de la Exposición Universal de 1929, y que también es sede de la escuela donde se forman los actores, el "Institut del Teatre". Encontramos además el Palacio de los Deportes, hoy destinado a algunos eventos musicales, y el lugar conocido como "Sot del Migdia", antigua cantera utilizada esporádicamente para la celebración de macroconciertos.

7  "El tamborilero del Bruc".

8  Jacint Verdaguer, L'Atlàntida. Edicions 62, Barcelona, 2003.

9  Dada la importancia de la temática, la revista SYMBOLOS ha dedicado cuatro de sus volúmenes anuales a estos estudios, en particular los números 15-16; 17-18; 19-20 y 21-22. Consultar también la página de internet http://ciclologia.com/

10  En la Biblia aparece como el primer forjador de metales y conocedor de las artes metalúrgicas, luego de la Alquimia.

11  Ver Federico González, Las Utopías Renacentistas. Esoterismo y Símbolo. Editorial Kier, Buenos Aires, 2004, capítulos IX-X. Y: Federico González - Mireia Valls, La Cábala del Renacimiento. Nuevas Aperturas. mtm-editor, Barcelona, 2007, capítulo VIII.

12L'Atlàntida, op. cit., pág. 135.

13Ibid., pág. 136.

14  Es el número de una línea de autobús que asciende hasta Montjuïc.

15  En este sentido reconocemos y agradecemos a la revista SYMBOLOS su siempre generosa y fecunda función intelectual y testimonial en medio del mundo crepuscular que vivimos, labor de difusión de la voz de la Tradición que como bien dice su director no cesa, sino que se prolonga adaptándose a los tiempos. Por ello sigue su tarea en la red y en los libros que Federico González está publicando, así como en la forma de las artes escénicas (teatro y cine) en las que está trabajando actualmente.

16  Se trata de los Jardines de Joan Maragall que rodean al Palacete Albéniz, en uno de cuyos extremos está la perdida ermita de Sta. Madrona, la única que se conserva de las muchas que había en Montjuïc. Sobre Madrona ver de Joan Amades, Costumari Català. Vol. I, Salvat Editores, Barcelona, 1989, pág. 890 y ss.

17  Diosas de la vitalidad y la fecundidad, habitan en cuevas, bosques, fuentes y prados. Son amadas por los Sátiros y por Príapo, poseen facultades proféticas y son cantoras de la Cosmogonía.

18  Otras entidades ligadas al macho cabrío y a los Silenos, amantes del vino, la música y la danza, cuyo apetito sexual es desenfrenado.

19  Arboles simbólicos relacionados todos ellos con la inmortalidad; además, el olivo se vincula con la Sabiduría y la paz; el laurel con la profecía; y finalmente la acacia con lo incorruptible y la resurrección.

 
     
 
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© Mireia Valls, 2009 – ISBN: 978-84-92759-08-8

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