Marginalia. Novela desconocida - Contracultura - Literatura Marginal.
Colección Marginalia
 

IR SHEL OR

La Ciudad de la Luz
I. De la Creación

MARIANELLA ALONZO ALVAREZ

CAPÍTULO DOS
Del Equilibrio

HIEROS GAMOS (BODAS SAGRADAS)

I

Estos son los aposentos de la Santa Señora. Aquí, en esta estancia circular, iluminada por el sol durante el día a través del óculus7 en la altura y durante la noche, por la menorah8 de bronce, Zaras Keláh ha vivido siete años. Se ha estado preparando para su gran labor. Ha conocido del cielo y de la tierra. Ha bebido en las fuentes sagradas el conocimiento que deberá transmitir a su descendencia. Ahora que sabe de lo humano y lo divino, aguarda el último paso de su Iniciación. Ha sentido miedo y ha dudado. Pero ha sido convencida tras la revelación.

En este día extraordinario, Dios le ha hablado por primera vez. No hubo intermediarios. Ni ángeles ni representantes de las Jerarquías Celestes. La propia voz del Padre resonó en sus oídos y la luz del cielo la cegó por unos minutos.

Zaras cayó de rodillas al reconocerle. Se estremeció todo su cuerpo con aquel sonido incomparable y lloró de gozo. Aún después de muchas horas, seguía temblando y su rostro permanecía brillante, salpicado de esa luz especial, sin igual, como no hay otra. Él la había llamado por su nombre y le había dicho “Hija Mía”.

Ya Zaras Keláh no es la misma. Su misión ya no es una orden de un ser lejano y ajeno al que no conoce sino intuye. Él le había hablado directamente. Le había confiado sus planes maravillosos y le había permitido elegir. Inexplicablemente para ella, Él la había dejado libre para decidir. Podría o no seguir adelante. Ahora, Zaras Keláh comprendía mejor y amaba más a su Padre. ¿Cómo negarse a hacer Su voluntad? ¿Cómo deshacer planes tan perfectos?

Y ya no hubo miedos ni dudas. Con toda humildad y amor infinito, se sometió a la voluntad del Padre, a sabiendas que ésa era la decisión correcta.

II

Malén Lozáh ha vuelto de su “viaje”. ¿Cómo, si no, llamar a esa experiencia? Su cuerpo había permanecido en el sarcófago, pero su mente había volado muy lejos de allí. Había visto el universo; había presenciado la creación del mundo y su propia creación. Había visto el pasado de la tierra, su presente y su futuro. Había reconocido el tiempo circular y no lineal. Había visualizado el eterno presente de Dios. Había visitado otros mundos. Había estado en las estrellas y había hablado con Dios. Y es que de Su mano había visto todo ello. Sólo Él podría habérselo mostrado. Y había escuchado Su voz y Él le había bendecido. Le había llamado por su nombre y le había dicho “Hijo Mío”. Y su luz le había cegado por momentos.

Malén Lozáh había comprendido los planes de su Padre. Ahora sentía una fuerza incomparable que le animaba a continuar, seguro y firme. Nada podría ser mejor que eso: la seguridad de hacer Su voluntad.

III

Vestido con una túnica blanca de una sola pieza (inconsútil9), Malén Lozáh ingresó a la cámara. Su rostro tenía aún el brillo de la luz que se había esparcido en su conversación con el Padre. Las siete velas de la menorah en el centro de la estancia esparcían otra clase de luz, muy cálida. Había un trono dorado en el medio. Tras él, pintado en la pared, un sol inmenso que parecía derramar sus rayos sobre todo lo presente. Cercano al trono, una mesa cubierta por un mantel rojo y dorado y, sobre ella, un cáliz de oro y un libro de tapas negras con una inscripción en símbolos dorados: Liber Mundi10.  Al fondo, siete velos caían hasta el piso.

A espaldas de Malén apareció el Jerarca con su báculo y, sin hacer comentarios, se situó frente al trono.

Una música celestial llenó la cámara y dos ángeles de apariencia femenina entraron y descorrieron los velos para darle paso. Ella entró. Cubierta con un sayo dorado sujeto en la cintura. Su cabello negro y lacio iba recogido con cintas, dejando algunos mechones libres que caían aquí y allá caprichosamente.

Era la primera vez que Malén Lozáh la contemplaba de cerca. Se maravilló de su belleza. Aquel rostro moreno, la nariz recta y desafiante, los labios rojos y brillantes, los ojos verdes enormes, con extraños brillos dorados, y las pestañas oscuras y larguísimas, no podían ser sino obra de Dios. Malén estaba impactado.

Por su parte, Zaras Keláh lo contempló tímidamente. Su corazón se agitó al verle tan cerca. Reconoció la luz que emanaba de él como la misma que la había bañado a ella hacía pocas horas. Su cabello casi blanco le caía sobre los hombros; su piel tostada al sol era, aún así, clara y brillante. Su nariz prominente. Sus hombros anchos y fuertes. Pero Zaras quedó prendada de sus ojos, tan azules como el cielo en el día más claro. Eran tan límpidos que parecían transparentes.

El Jerarca sonrió complacido y les hizo una seña para que se acercaran. Los tres se situaron en el centro de la cámara. Zaras y Malén quedaron frente a frente. El anciano tomó las manos de ambos y las entrelazó. Luego, dio comienzo a la ceremonia.

IV

Así habló el Jerarca:

“Zaras Keláh, Hija de Dios, Hagia Kyria, Santa Señora, Gran Sacerdotisa, única no nacida de vientre de mujer, iniciada en los Misterios menores y los Misterios mayores; Gran Señora de la Verdad, depositaria y perpetuadora de la Vida, instruida por las Jerarquías Celestes en las siete Artes y las siete Ciencias; Señora de la Intuición, la sabiduría más sublime; Gran Madre Eterna de las razas primigenias. Diosa de las Artes; Señora de las Ciencias y Ama de la Vida.  Matriarca regeneradora y purificadora. Esta es Zaras Keláh, la Primera Mujer. La Esposa.

“Malén Lozáh. Hijo de Dios. El Primogénito. Por el conocimiento y la experiencia, dueño de la Sabiduría. Iniciado en los Misterios menores y los Misterios mayores. Destinado a ser el Patriarca. Fuente de Vida. Simiente de la Humanidad. Sumo Sacerdote, instruido en las siete Artes y las siete Ciencias.  Amo y Señor del Mundo Terreno. Gran Padre Eterno de las razas primigenias. Este es Malén Lozáh. El Primer Hombre. El Esposo.

“Viene El Esposo a posarse ante tus plantas, Santa Señora, reconociendo con humildad tu magnificencia”.

Y Malén Lozáh se inclinó ante ella.

“Viene La Esposa a posarse ante tus plantas, Gran Señor, reconociendo con humildad tu sabiduría”.

Y Zaras Keláh se inclinó ante él.

El Jerarca, tomó un cálamo mojado en tinta y abriendo el Liber Mundi escribió algo en sus páginas. Luego dijo solemnemente:

“Vuestros nombres han sido inscritos en el Libro del Mundo. La historia del mundo es la vuestra. Los Cielos bendicen esta Unión. Porque así está escrito en las estrellas y así ha de ser. Sois los Padres de la Humanidad, fundadores de la Sociedad Solar y vuestra semilla poblará la Tierra.”  

“Esposo, tomad a tu Esposa y hacedla digna con tu proceder. Esposa, tomad a tu esposo y hacedlo digno con tu proceder.”

Puestos en pie, ambos bebieron maná del cáliz de oro.

“Consumad vuestra Unión al amparo de Dios y llenad la Tierra con los hijos infinitos. Que así sea”.

Y tomados de las manos, Esposo y Esposa se retiraron a la Cámara Nupcial.

V

La Noche de Bodas es mágica. Bajo el tálamo, Esposo y Esposa se encuentran, desnudos se palpan y se conocen. El Esposo recorre la inexplorada geografía de la Esposa. La Esposa descubre la fuerza viril del Esposo. Ambos se maravillan. Se llenan espacios, se sondean montañas y valles, se hurgan cimas y oquedades. Se indagan rincones y laberintos. Se palpan turgentes montículos, se otean insospechados horizontes. Se mezclan las aguas de las vertientes. Se amoldan cóncavos y convexos, complementándose. Besos largos y profundos que les dejan sin aliento. Caricias suaves y gentiles que les agitan.  Movimientos rítmicos, acompasados, que los convierten en uno. Suave cadencia más vieja que el tiempo, que los separa y los vuelve a unir, en un eterno vaivén. Sonidos que se hacen música. Latidos que se aceleran. Dos corazones al unísono. Se turnan en la cresta de la ola. Ora uno, ora el otro. Quien da recibe. Quien recibe da. Se funden en uno solo. Se acercan ambos a la inmensidad. La plenitud los alcanza en la cima. Sus almas se encuentran y se funden. Son uno. Son dioses. Más que cuerpos, almas; más que almas, espíritus. Están por encima del mundo. La energía fluye hacia arriba, lanzándolos hacia el espacio. Son más que hombre y mujer. Han conectado con la magia de la Creación y ahora son creadores también. Se vacían entonces. Se dejan llevar y estallan como un universo en estreno. Han conocido la Gloria. Han alcanzado la Horasis11. Lo femenino y lo masculino se han integrado. El mundo ha entrado en equilibrio.

Capítulo III – Del Destierro

NOTAS

7   Ojo, en latín.

8   Candelabro de siete brazos.

9   No cosida.

10   Libro del Mundo, en latín.

11   Iluminación espiritual a través del acto sexual.

 
     
 
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Marianella Alonzo Álvarez
Caracas-2006

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