Marginalia. Novela desconocida - Contracultura - Literatura Marginal.
Colección Marginalia
 

IR SHEL OR

La Ciudad de la Luz
I. De la Creación

MARIANELLA ALONZO ALVAREZ

CAPÍTULO CUATRO
Del Rapto de la Sacerdotisa

EL ULTRAJE (cont.)

VIII

Cuando Zaras Keláh abrió los ojos no distinguió gran cosa. La cueva era oscura y húmeda. La Señora temblaba de pies a cabeza a pesar del fuego que ardía en el centro. Trató de incorporarse en el lecho donde había sido dejada por Sethis. Tenía el cuerpo adolorido y numerosos arañazos y raspones en piernas y brazos. Él la había arrastrado por el bosque hasta aquí. La túnica estaba desgarrada y sucia. Notó entonces que tenía las manos atadas a un pesado tronco. Tenía el labio abultado y una mancha de sangre seca sobre el mentón.

Miró a su alrededor y en una especie de foso cercano divisó gran cantidad de osamentas que no parecían de animales, pero tampoco humanas. Algunas tenían formas horribles. A un lado, había un atanor, un horno alquímico, cuya torre se alzaba hacia el techo de la cueva y cuyos vapores escapaban a través de una oquedad hecha para tal fin en la piedra. También había un alambique de tres brazos o tribikos; un kerotaxis, aparato que servía para tratar los metales con vapores o ácidos; matraces, balanzas, crisoles, morteros, tenazas y una gran cantidad de utensilios usados en alquimia. Además, frascos y jarras con diversas sustancias, así como papiros con numerosas fórmulas escritas.

Zaras miró con horror que algunos de los frascos contenían órganos disecados o conservados en formaldehído. ¿Qué era lo que había estado haciendo Sethis en estos años?

Parvus, el hombrecillo seguidor de Sethis, entró a la cueva con trozos de carne de ciervo fresca, los cuales preparaba para colocar en el fuego. Zaras sufrió un sobresalto al ver aparecer a esa criatura horrible. El hombrecillo se le acercó y sus ojos brillantes la recorrieron de arriba abajo.

– Mujer… –dijo– Mujer… bella mujer…

Zaras se horrorizó más al comprobar que podía hablar. Miró una vez más el foso con las osamentas y el arsenal alquímico y empezó a comprender. ¡Sethis había perdido la razón!

En ese momento, él hizo su aparición. La miró largamente y fue a sentarse frente a ella con una sonrisa malévola.

– Ya ves, Zaras –dijo– Ahora estás en mis dominios. Tus hijos no podrán llegar hasta aquí.

Zaras, aún conmocionada por lo que acababa de descubrir, exclamó mirando al hombrecillo:

– Esa criatura… es un homúnculo… Has estado tratando de crear hombres alquímicamente… ¿Todas esas osamentas son tus intentos fallidos?

Sethis se enfureció. Se puso en pie de un salto y sacó a patadas a Parvus de la cueva, mientras éste gritaba:

– ¡Amo, amo! ¡Perdóname, amo!

Zaras continuó implacable:

– ¡Estás loco, Sethis! Los hombres sólo nacen de hombre y mujer, y sólo si Dios lo quiere. Porque si no, tampoco será. ¿Cómo pudiste aventurarte a ello? ¿Es que creíste que podrías fundar una sociedad con seres como ése?

– ¡Calla, Zaras! –rugió Sethis– ¿Tú qué sabes? ¡No tienes idea de lo que es estar solo tantos años! –y agregó, restándole importancia:– ¿Homúnculos? Sí. ¿Qué hay con ello? Huesos y piel de animal, mi propio semen, cuarenta días enterrado bajo estiércol, algunos secretos alquímicos y ya… Un pequeño hombrecillo…

– Que te obedece y te llama “amo”… –continuó Zaras con ironía– Das pena, Sethis Hávigus. Sólo quieres tener hijos para que te rindan homenaje, para tener a quien dominar. Por eso me has traído contigo. Porque te has dado cuenta que no puedes jugar a ser Dios y sólo a través de una mujer podrás traer hombres de verdad al mundo.

Sethis iba de un lado al otro de la cueva, furioso. Miraba a Zaras con odio, pero no acertaba a responderle. Finalmente, se sentó abatido y expresó:

– ¡No entiendes! Tengo conmigo a parte de tus descendientes. Cualquiera de esas jóvenes puede ser madre de mis hijos. ¡Pero yo te quiero a ti! ¡Quiero que seas tú! Tú y yo somos Hijos de Dios. Nuestros hijos no serán iguales a los demás. Serán poderosos. Tú y yo seremos los padres de los grandes señores del mundo. Seremos honrados y enaltecidos por ellos. La gloria será nuestra hasta el final de los días.

Zaras negó con la cabeza y exclamó:

– ¿Es que aún no entiendes lo que has hecho? Has quebrantado la Ley de Dios. No importa lo que hagas ahora. Ni tú ni yo viviremos para ver el final de los días.

Sethis estaba tan aturdido que no alcanzó a comprender las palabras de Zaras. Se acercó al lecho y le tomó el rostro entre las manos:

– No importa nada ya. Serás mía y traerás mis hijos al mundo. Y, aunque no lo entiendas, seremos los más poderosos sobre la Tierra.

 Y a continuación, rasgó la túnica de Zaras, dejándola desnuda. Acarició con avidez cada parte de su cuerpo. Zaras se resistía pero, atada como estaba, poco podía hacer. Sethis la besó en la boca y ella le mordió los labios. Furioso, Sethis la abofeteó. Luego, se echó sobre ella y recorrió con la boca todo su cuerpo. Zaras se retorcía tratando de impedirlo. Pero él hacía caso omiso. Finalmente, entró en ella sin contemplación. Zaras gritó:

– ¡Malén Lozáh es mi amor!

Sethis volvió a abofetearla, pero Zaras siguió gritando mientras Sethis se movía dentro de ella:

– ¡Sólo Malén es mi hombre! ¡Malén Lozáh es mi amor! ¡Sólo pertenezco a Malén!

Sethis, iracundo, la golpeó tantas veces que los labios y nariz de Zaras empezaron a sangrar. Él le tapó la boca y la mantuvo así hasta que culminó. A lo largo de la noche, lo hizo una y otra vez. Se vació en ella tantas veces como pudo. Zaras luchó hasta el final, aunque de nada sirviera. Entonces, Sethis se quedó exhausto junto a ella. Zaras lloró con amargura y desolación.

IX

De los heridos, los más graves eran Zirne Zaguváz, Zoyíz Sezane, Sarizán Zyruu, Zozím Lem y Alejandro. Baziz Xelay y Wizel Rewí sufrieron lesiones leves. Los primeros habían sido trasladados a la casa de Teviz donde Zozím Lem solía tener toda clase de medicamentos. Zirne, Zoyíz, Sarizán y Zozím tenían, todos, mordeduras profundas con desgarros de la piel. Alejandro, además de algunas mordeduras no tan graves, tenía cuatro heridas punzo penetrantes en el vientre y el pecho.

Motka, Zoé, Hamadi y Minkah, hijos e hijas de Zaguev Mováz y Zoyíz Sezane se habían ocupado de envolver el cuerpo de su hermano Rehíz en un lienzo y transportarlo hasta la casa de Teviz. Luego, se habían quedado junto a su madre y Cassiel, quienes aún no se reponían de la impresión. Zaguev sollozaba desconsolada y Cassiel parecía en shock.

Flavia,  Heru, Fadey, Elimu y Danya, hijos e hijas de Alejandro y Rah-Rah, asistían a ésta en la atención de los heridos, al igual que Leya, Donkor y Hashira, los hijos de Sarizán y Nastiawa.

Itzel, Berit, Lía, Asim y Uriel, hijos e hijas de Zozím y Teviz, ayudaban a su madre en la preparación de las medicinas y ungüentos necesarios.

El fuego en la casa de la Señora  había sido sofocado. Todos los alejandrinos que colaboraban en la emergencia se preguntaban dónde estaba ella. Cuando se supo lo ocurrido, un grupo de hombres, encabezados por Quefí Zem –que por vivir más alejado había sido el último en enterarse– se organizó y se adentró en el bosque para ir en busca de la Señora.

Baziz Xelay y Wizel Rewí, los únicos que habían corrido con suerte, relataban una y otra vez lo que había pasado.

Alejandría entera estaba conmocionada.

X

Quefí Zem había regresado. Él y su grupo habían pasado toda la noche en las montañas, pero no pudieron hallar a la Señora. Otros habían marchado en la mañana, pero tampoco habían tenido suerte. El camino era tortuoso y una tormenta de nieve se había desatado a mitad de la jornada, borrando todas las huellas.

Quefí se hallaba sentado en las afueras del Templo de Duhbe.  Con los cuatro patriarcas heridos, a él le correspondía tomar las decisiones. A su lado, la Fons Vitae aparecía como una simple roca, de la cual ya no manaba agua. Sólo quedaba un pequeño pozo, que ya empezaba a secarse.

Teviz, Nastiawa y Rah-Rah le acompañaban. Zaguev aún no se reponía y permanecía al lado de su esposo, Zoyíz Sezane, temiendo lo peor. También estaban presentes Wizel Rewí, Cassiel, Itzel y Baziz Xelay.

Quefí mandó a buscar a los miembros del Consejo de los Doctos. Así, Donkor, Asim, Zoé, Danya, Minkah y Berit acudieron al llamado.

– Debemos determinar nuestras acciones a partir de ahora –empezó Quefí. Su rostro, al igual que el de sus hermanas, mostraba los estragos de la noche anterior.– Debemos decidir, en primer término, qué hacer con el cuerpo de Rehíz Zoxi.

Cassiel, la esposa de Rehíz, bajó la cabeza y ocultó sus lágrimas.

Los demás guardaron silencio. Estaban desconcertados. En casi trescientos años, era la primera vez que alguien moría.

Danya, hija menor de Alejandro y Rah-Rah y encargada de Salud Pública, expresó, no sin cierto embarazo:

– Creo que deberíamos enterrarlo…como hacemos con los… animales… Su cuerpo se irá descomponiendo y podría ser contaminante…

 Nadie se atrevió a mirar a Cassiel. Zoé y Minkah, hermanos de Rehíz Zoxi, parecieron indignarse con la propuesta de Danya.

– ¿Enterrarlo como a un animal? –preguntó Zoé mirando a Quefí con lágrimas en los ojos.

– No será como a un animal –dijo sorpresivamente Cassiel– Le rendiremos honores, como se merece.

Quefí asintió y con su calma habitual expuso:

– Creo que debemos determinar el lugar adecuado para ello. Tengamos en cuenta que Rehíz ha sido el primero… Todos hemos perdido el don de la inmortalidad. Inevitablemente, la muerte tocará a cada uno de nosotros. Debemos prepararnos. Así que propongo que construyamos una Necrópolis en las afueras de Alejandría. De igual manera, que decretemos tres días de duelo por nuestro hermano y que sea enterrado con los honores que le corresponden.

Todos estuvieron de acuerdo. Quefí paseó la mirada por el grupo y notó que, aunque trataran de disimularlo, tenían pintado en sus rostros el miedo a la muerte.

Al terminar la reunión, Danya partió hacia el Centro Comunitario a reunirse con su gente para disponer lo acordado. Berit, igualmente, se reunió con los suyos y éstos colocaron avisos en toda la ciudad informando lo que había sido dispuesto.

Nastiawa y Teviz, asistidas por Donkor, se encargaron de preparar el cuerpo de Rehíz Zoxi para el funeral que tendría lugar tres días más tarde.

XI

Durante esos tres días, los hombres y mujeres de Alejandría habían estado limpiando el terreno. Lo habían dividido en parcelas y habían delineado lo que serían después los caminos de acceso a la Necrópolis. Era una explanada que se extendía por el sureste de la ciudad y que estaba bordeada por un bosque de cipreses. Hacia el oeste, el lago de Alejandría parecía transmitir la paz y quietud necesarias para un sitio con aquel destino.

En ese tiempo, el cuerpo de Rehíz había sido mantenido en el Templo de Duhbe, siendo velado por la familia. Cuando llegó la hora, todos los pobladores se dieron cita en el camposanto. El cadáver fue trasladado en una carreta desde el Templo, envuelto en lienzos, que con paso lento atravesó toda la ciudad. En el cortejo venían Quefí Zem y sus hermanas, así como los hermanos, hijos y nietos de Rehíz Zoxi.

Zoyíz Sezane, el padre, se había negado a permanecer de reposo y caminaba junto a Zaguev Mováz, apoyado en unas muletas.

Llegaron a la Necrópolis y todos se estremecieron al contemplar la excavación cuadrangular en la que sería depositado el cuerpo. Quefí Zem se adelantó y habló a viva voz, para que todos escucharan:

– Ciudadanos de Alejandría: es ésta la primera vez que asistimos a un acto de esta naturaleza. Pero, como ya todos hemos comprendido, no será la última. La muerte se nos hará cotidiana, pero no debemos sentir miedo. Por el contrario, apreciemos más nuestra vida y démosle valor para que cuando el ocaso nos alcance, partamos en paz. Nuestro hermano Rehíz Zoxi murió no solamente defendiendo a nuestra Santa Señora, sino también los principios y enseñanzas que ella nos dejó. No nos dejemos abatir por el dolor que inevitablemente sentimos. Dios nos está poniendo pruebas muy duras, pero para ello hemos sido preparados. Toda nuestra instrucción estaba destinada a ponerla en práctica en momentos como éstos. Es ahora cuando Dios nos demanda fortaleza. Es ahora cuando nuestra fe debe ser inquebrantable. Seguro estoy que Rehíz Zoxi está volviendo a casa. Ha vuelto a Dios porque de Él había venido. La Ley nos dice que de Él venimos y a Él volveremos. Antes, no sabíamos cómo. Ahora, ya lo sabemos. No tengamos miedo, entonces, de volver a nuestro verdadero hogar.

Un gran silencio se hizo en la explanada. Hasta ahora, nadie había interpretado la Ley de esa manera y todos parecían sopesar las palabras de Quefí Zem.

Se procedió entonces a bajar el cuerpo de Rehíz Zoxi hasta su tumba y, mientras los patriarcas oraban, dos hombres se encargaron de cubrirlo con la tierra que estaba apilada a un lado. Zaguev Mováz estalló en llanto. Luego se arrodilló y dio la última bendición a su hijo. Al ponerse de pie, rasgó un lado de su túnica como muestra de su dolor. Cassiel, que permanecía junto a ella, hizo lo propio y finalmente, todos los presentes les imitaron.

Sobre la tierra aplanada, fue colocada una laja grabada con la siguiente inscripción:

Rehíz Zoxi
Hijo de Zaguev Mováz y Zoyíz Sezane
Esposo de Cassiel
Padre de Uri y Shaiel
Descendiente de Malén Lozáh y Zaras Keláh, Beni-Elohim22
Requiescat In Pace23

Entre Dios y su primogénito

NOTAS

22 Hijos de Dios, en hebreo.

23 Descanse en paz, en latín.

 
     
 
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Marianella Alonzo Álvarez
Caracas-2006

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