IR SHEL OR CAPÍTULO CUATRO ENTRE DIOS Y SU PRIMOGÉNITO I AÑO 288 Cinco meses habían pasado desde que Sethis Hávigus raptara a Zaras Keláh. Como el estado de la mujer era ya evidente, Sethis había decidido emprender el viaje hacia la ciudad para que su primogénito naciera en ella. Construyó una especie de parihuela y trajo caballos para transportarla. Su actitud hacia Zaras había cambiado desde que advirtió su embarazo. La cuidaba y trataba de confortarla en lo posible. Zaras apenas le hablaba. Su pena era profunda y sabía que aún vendrían cosas peores. Sethis la acomodó en la parihuela y abrió camino hacia la ciudad. Esta vez tomó el rumbo de las tierras bajas porque sabía que el frío perturbaba a Zaras. El viaje duró cuatro meses y antes de llegar a su destino, Zaras advirtió las señales de que el parto estaba próximo. Sethis pareció contrariado, pero detuvo la marcha en un paraje no muy distante de su ciudad. Allí construyó un cobertizo para Zaras y recorrió el lugar en busca de provisiones. Se topó entonces con el altar que había construido Malén en su paso por esa zona. En la falda de la montaña halló los símbolos grabados por su hermano y la piedra angular. Escupió sobre ellos y volvió junto a Zaras. Esa noche, Sethis veló por la Señora hasta que ella misma anunció que era el momento. La ayudó a ponerse en pie y contempló maravillado cómo nacía su primer hijo. Del cuerpo perfecto de Zaras Keláh emergió el pequeño que Sethis tomó entre sus manos, triunfante. Zaras debió guiarlo para que cortara el cordón umbilical y atendiera al bebé como correspondía. Ella quedó exhausta tendida en las colchas del piso y Sethis bailaba y saltaba con el niño en brazos. Era un niño hermoso. De piel negra y brillante. Sethis no dejaba de contemplarlo y hasta se olvidó de Zaras. – ¡Mi hijo! –decía– ¡Eres mi hijo! Eres hijo de un Rey, por lo tanto, eres un príncipe. Así que te llamarás Mael24. Zaras quería besar al niño, tenerlo en sus brazos. Era su hijo también. Pero Sethis no le daba oportunidad. Estaba eufórico. Hablaba con el recién nacido como si éste fuera capaz de entenderle. Le prometía la Tierra, como si fuera de él. Le hablaba de poder y gloria, de aplastar a sus enemigos, de construir ciudades guerreras ante las cuales todos temblarían. Zaras escuchaba y advertía, desde ya, lo que sus hijos con Sethis iban a representar para Alejandría. El bebé no hacía más que llorar. Sin poder soportar más, Zaras lo reclamó a su padre. – ¡Dámelo, Sethis! –dijo– Debo alimentarlo. – ¿Cómo harás eso? –preguntó Sethis extrañado acercándole el bebé. Zaras no pudo reprimir una sonrisa al ver al atónito Sethis mientras ella amamantaba a su hijo. – Ah. ¿Eso es lo que comen los bebés? – Por un tiempo, Sethis –respondió ella, aún divertida. Con su hijo en brazos, Zaras pareció olvidar la tragedia que le envolvía. Su instinto de madre le hacía poner en primer término la seguridad y bienestar de su bebé, aun cuando las circunstancias de su concepción hubieran sido tan traumáticas. El niño había nacido de ella también y era tan suyo como cualquier alejandrino. Al amanecer, mientras el niño dormía, Sethis dijo a Zaras: – Me ausentaré por un rato. Iré a la ciudad para que preparen nuestra casa. Luego vendré a buscarte. No tardaré mucho. La ciudad está cerca. Zaras lo miró mientras se marchaba. Era astuto. Sabía que con el niño, Zaras no iría a ningún lado. II Kosey, Leuco y Nayi se hallaban en la ciudad, junto a otros diez o más, afanados en la construcción de un muro que iba a ser parte de otra casa. La ciudad de Sethis contaba con menos de veinte y faltaba mucho para que realmente pudiera considerarse “ciudad”. Pero así la llamaban los jóvenes, orgullosos de lo que hasta ahora habían edificado. De repente, escucharon un sonido atronador. El suelo empezó a moverse con violencia y los hizo caer. Sin saber qué ocurría ni cómo evitarlo, vieron las paredes de las casas agrietarse y poco a poco, fueron cayendo una a una. Los que estaban adentro, salieron despavoridos y los que deambulaban afuera, apenas podían sostenerse en pie. Se abrió una grieta gigantesca que dividió la ciudad en dos partes. Todos estaban aterrorizados. Tras unos segundos, todo pasó. La tierra dejó de temblar y los pobladores contemplaron desolados que no había quedado nada en pie. Lo poco que habían construido hasta ahora se hallaba en ruinas. Ixchel, una joven de ojos rasgados y piel amarilla, advirtió que bajo una loza gigantesca había quedado alguien atrapado. Dio la voz de alarma y al poco, un grupo de muchachos luchaban por retirar la piedra. Lograron sacar el cuerpo de un joven llamado Abihú, que era descendiente de Nastiawa Zovomóz y Sarizán Zyruu. El muchacho tenía una herida en la cabeza y sangraba copiosamente. Kosey se arrodilló junto al herido y, de repente, se echó hacia atrás como impelido por un resorte. – ¿Qué ocurre? –preguntó Ixchel. – No lo entiendo… –respondió Kosey– Está… muerto. – ¿De qué hablas? –le espetó Leuco y se acercó para verificar por sí mismo. Tuvo casi la misma reacción de Kosey. Era cierto. El muchacho yacía sin vida. Todos se miraron sin comprender. ¿Cómo era posible aquello? Ixchel exclamó llorando: – Esto es un castigo del cielo. ¿Qué hemos hecho? No debimos dejar Alejandría. – No digas tonterías –repuso Kosey– Sethis seguro tendrá una explicación para esto. Debemos esperar que llegue. – ¿Y de qué servirá? –siguió Ixchel– Igual, Abihú está muerto. Sethis no podrá cambiar eso. Un terror inmenso se apoderó de los jóvenes allí reunidos. Nadie sabía qué hacer ante esa situación. Todos hablaban a la vez, atropelladamente, y ninguno se dio cuenta que Sethis había llegado. Había entrado en la ciudad después del seísmo y recorrido sus ruinas con un creciente odio en el alma. Al llegar hasta los jóvenes y escuchar su conversación, el desconcierto también se apoderó de él. Sintió miedo. ¿También él había perdido la inmortalidad? ¿Él, el Hijo de Dios? Entonces, recordó las palabras de Zaras: “ni tú ni yo viviremos para ver el final de los días”. No era posible. ¿Sethis Hávigus un simple mortal? ¿Quería decir que su reinado sería finito? ¿Qué no sería el Amo de la Tierra por toda la eternidad? ¿Y cuándo llegaría su muerte? ¿Acaso sería a manos de Malén Lozáh? Sethis estaba aturdido pero, consciente de que los jóvenes, advertida su presencia, esperaban una reacción, se adelantó entonces hasta el cuerpo tendido de Abihú. – Ciertamente, es un castigo de Dios –dijo al fin– Así castiga a los que se equivocan. La inmortalidad nos ha sido arrebatada por habernos dejado engañar, por no haber cumplido con la verdadera Ley. La suerte de Alejandría nos perseguirá si no rompemos los lazos que nos unen a ella. Dios nos envía una señal. No es éste el lugar idóneo para construir nuestra ciudad. Vayamos hacia el sur. He encontrado el lugar exacto. Prepárense para partir. Y dio media vuelta, dejando a los jóvenes más desconcertados aún. Kosey corrió tras él y preguntó: – Pero… ¿qué haremos con Abihú? – ¿Abihú? – El… que ha muerto. – ¿Qué podemos hacer? Muerto no nos sirve de nada. Kosey lo miró de hito en hito y un asomo de lágrimas llenó sus ojos. Sethis pareció recordar que era sólo un muchacho. Suavizó el tono y expresó dándole una palmada en la espalda: – No te preocupes, Kosey. Nada ni nadie nos detendrá. Construiremos la ciudad más poderosa. ¿No es eso lo que importa? Entierren al pobre diablo para que no sea pasto de las fieras. Pero no nos detengamos por eso. Sigamos adelante. Kosey, aún confuso, volvió con el grupo. Todos aguardaron sus instrucciones. – Enterremos a Abihú en algún lugar –dijo– Y démonos prisa para partir. III Marcharon entonces hacia el sur y llegaron al lugar donde aguardaba Zaras. Sethis sabía que ése había sido uno de los lugares escogidos por Malén Lozáh para fundar sus ciudades. Entonces, tenía que ser el más idóneo. Se ocupó de destruir el altar construido por Malén y ocultar las señales dejadas por él para que no fueran vistas por sus pupilos y, con una alegría que no dejaba de ser chocante para los jóvenes, que acababan de perder a uno de los suyos, les mostró a su hijo. El grupo quedó desconcertado al ver aparecer a Zaras con el niño en brazos. Algunos debieron reprimir las ganas de ir a su encuentro. Otros, como Kosey, pensaron que si la Señora era capaz de traicionar a Malén Lozáh, era muy posible que las cosas que había dicho Sethis de ella fueran ciertas. Aunque, siendo así, no entendían cómo se unía entonces a Zaras, siendo ella parte de la componenda de la cual él había sido víctima. Sethis no se molestó en disipar las dudas. Simplemente, los animó a comenzar la construcción de las casas. Especialmente la de él, que cobijaría a su mujer y su hijo. A la Señora, por su parte, le bastó mirar al nutrido grupo de jóvenes, descendientes de su propia estirpe, para darse cuenta que no eran los mismos. Había en sus miradas odio y resentimiento. De algunos de ellos sintió hasta desprecio. Sabía que no habían manifestado sus sentimientos porque ella era ahora “la mujer de Sethis”. Una tristeza profunda se instaló en el alma de Zaras Keláh. No había transcurrido un lustro aún y ya los jóvenes alejandrinos parecían haber olvidado sus principios y valores. ¿Cuánto tardaría Sethis, entonces, en convertirlos en los verdugos de sus propios hermanos? Los muchachos, tras el trastorno inicial, con nuevos ánimos se abocaron a sus tareas con entusiasmo. Sethis estaba eufórico. Asentarse en el lugar previsto por Malén era un nuevo golpe asestado a la Sociedad Solar. No tendrían sus siete ciudades pretendidas. La llamó “Ara” porque fue, precisamente, un ara lo primero que vio al llegar allí y lo primero que destruyó. El ara que estaba destinado a convertirse en el Templo Doble de Alcor y Mizar. IV Una noche, en el desierto, Malén Lozáh dormía, agotado por la caminata de todo el día. Su sueño era agitado. Visiones de cuerpos mutilados y ensangrentados. Fieras salvajes atacando a sus hijos. Gritos angustiosos de Zaras Keláh. Su hijo Alejandro desplomándose sobre el suelo, herido. La Fons Vitae dejando de manar. La casa de Zaras en llamas. Algunos de sus descendientes muertos. Zaras en brazos de Sethis. Y la risa de su hermano planeando sobre las imágenes. Despertó sudoroso y alarmado. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué esas visiones horribles? Se incorporó y anduvo inquieto bajo la luna. El corazón parecía querer salírsele del pecho. – ¡Dios! –exclamó angustiado– ¿Qué está pasando? ¿Es esto real? ¿Está pasando realmente? El cielo estrellado sólo le devolvía silencio. Entonces, gritó desesperado: – ¡Padre! ¡Háblame! ¡Dime qué está ocurriendo! ¿Son estas visiones ciertas? Y entonces, Dios le habló así: – Sabes que todo está escrito. El tiempo de la oscuridad ha comenzado. Así estaba dispuesto que sucediera. – ¿Está mi gente en peligro? ¿Zaras? ¿Mis hijos? – Sabías que tenía que suceder. – ¿Por qué ahora? ¿Por qué me alejaste de mi pueblo cuando más me necesitaba? – Todo estaba destinado. Nada puedes hacer contra el destino. – El destino lo escribes Tú. ¿Eres cruel, entonces? Me diste una esposa que me has quitado. Me diste unos hijos que ahora mueren… ¿Qué clase de plan perfecto es ése? ¿Qué clase de Padre eres? – No te rebeles contra mí. Tu fe es lo único que podrá mantenerte. – ¿Fe? ¿Cómo tener fe en Ti si estás destruyendo todo lo que he creado? – No soy yo quien te hace daño. No te dejes cegar por el dolor. – ¿Por qué, al menos, no me dejaste estar con ellos en los momentos más duros? – Nada hubieras podido hacer. Tus hijos asumen que todo ha pasado debido a tu ausencia. Si hubieras estado ahí, igualmente hubiera ocurrido y su confianza en ti se habría quebrantado. Malén Lozáh iba de un lado a otro. Su pena era terriblemente honda y la voz de Dios sólo lograba acentuarla. – ¡Te has burlado de mí! –gritó– ¡Me has utilizado! Me hiciste desandar un largo camino mientras Sethis tomaba un atajo. ¡Pude haber llegado antes y evitar todo esto! – Nunca hubieras podido evitarlo, Malén. ¿Es que aún no logras comprender? Lo que Dios dispone, se cumple y no hay hombre alguno que pueda impedirlo. – ¿Y a qué obedece una disposición como esa? ¿Hacer sufrir a Tus hijos es parte de ella? – Cuando te hayas calmado, comprenderás. Sé que el dolor no te permite pensar con claridad. Yo esperaré. Malén seguía abrumado. Echó a andar sabiendo que Alejandría aún estaba muy lejos. A medida que avanzaba, pateaba las piedras y lanzaba exclamaciones llenas de ira. No podía comprenderlo. – ¿Por qué hacerlos sufrir a ellos? ¿Por qué no a mí? –decía mientras avanzaba. La voz de Dios sonó sobre su cabeza: – Malén. Pero él no respondió y siguió andando. – Malén –repitió la voz, pero el Patriarca no hizo caso. Entonces, una tormenta de arena se desató en medio del desierto. Malén se vio en el medio y, aunque trataba de impedirlo, la arena entraba en sus ojos y nariz, sofocándolo. Sin embargo, obstinado, seguía avanzando. – Malén Lozáh –dijo la voz más fuerte y Malén, furioso, lanzó una piedra al cielo. – ¡Déjame ya! –gritó– ¡No quiero escucharte! – ¿Renegarás de mí como tu hermano? Malén se detuvo. Cerró los ojos y cayó de rodillas, extenuado. La tormenta se disipó. – Aún quedan cosas por hacer, Malén –dijo la voz– No te sientas abatido. Ahora es cuando tu pueblo te necesita. Ellos confían en ti y esperan tu regreso. Tú les darás las buenas nuevas. Malén tardó en captar las palabras de Dios. Al fin preguntó: – ¿Buenas nuevas? – Sí, Hijo Mío. Dios no abandona a los suyos, como has querido creer. – ¿De qué se trata? – Tus hijos están hoy afligidos porque por primera vez enfrentan a la muerte. Creen que todo termina allí. Tú les mostrarás que no es así. Yo los hice inmortales y así serán siempre. Sus cuerpos conocerán la muerte, pero sus almas no. Cuando les llegue el momento, sus almas vendrán a Mi encuentro, porque de Mí surgieron y a Mí volverán. Tú eres el portador de la buena nueva. Debes hacérselo saber: que aquel que muere, simplemente vuelve a casa. – ¿Volveremos todos contigo? – Todos y cada uno. Y tú podrás mostrárselo a tu pueblo. Malén, más calmado, meditó sobre aquello. Él ya había notado que su cabello y barba eran blancos y que sus manos estaban surcadas de arrugas. – Estaré pronto contigo ¿no es así? –preguntó. – Cuando hayas cumplido tu misión. Malén volvió a suspirar y exclamó, mientras echaba a andar de nuevo: – ¿Por qué las cosas no son más claras? – Como humano, tu capacidad es limitada. Como Hijo de Dios, es mayor. Pero aun siendo Hijo de Dios, eres humano. – Si eso pretendía aclararme algo, fallaste –dijo malhumorado y siguió andando. Contra el Hijo de Dios. La Maldición NOTAS 24 Mael: nombre de origen celta que significa “príncipe”. |
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