MARTA
Y SAVANA Marta se dispuso a obedecer a la yegua y se tumbó boca arriba con la cabeza apoyada sobre las ancas traseras. Sentía cada rayo de sol acariciando su piel mojada y calentándola más y más profundamente. De pronto se sobresaltó y se incorporó a toda prisa para ver qué era lo que estaba sucediendo. – ¡Savana, Savana, despierta, rápido! ¿Qué te está pasando? Dime algo, por favor, porque estoy muy asustada. ¡Te estás volviendo transparente, estás desapareciendo por momentos! Ni se te ocurra irte y dejarme aquí sola porque me enfadaré mucho contigo. – No te asustes, Marta ¿es que acaso no ves que tú también te estás volviendo transparente? –dijo Savana intentando tranquilizar a la niña– Nos estamos evaporando, hemos perdido densidad y peso y estamos las dos subiendo hacia el cielo con la ayuda del viento y tú, de tan aterrorizada que estabas, ni te habías enterado. Abre bien los ojos que estamos volando por el mundo del aire. Ya te lo advertí que nos convertiríamos en nubes y esto es justo lo que acaba de suceder. – Sí que me he asustado –reconoció Marta– pero el susto ha valido la pena, esto es maravilloso. ¡Me siento tan ligera! Ahora ya entiendo el porqué te veía como si fueras un fantasma. Por cierto, Savana, según lo que tú dices, la tierra y el fuego también deberían estar con nosotras aquí arriba, pero en el mundo del aire está bien claro que no hay tierra ¡esto sí que no puede ser! A Savana le molestó un poco este comentario de Marta. – ¡Tú misma, si no quieres saber la verdad! Me pregunto qué será aquello que lleva el viento y que se mete en los ojos cuando no los cerramos a tiempo. Quizás para ti, la arena, las semillas de las plantas o el polvo del camino no pertenecen al mundo de la tierra. – Bueno, dicho así, quizás sí que tengas razón –dijo Marta– ¿Cómo es que sabes tantas cosas, Savana? – Mira Marta, es cuestión de aprender a observar la naturaleza –le dijo la yegua– Ella nos habla con mucha claridad, es como un gran libro de imágenes que nunca te lo podrás terminar. Siempre que te acerques con respeto, te lo enseñará y te lo dará todo. No tendrá secretos para ti. Te ayudará, poco a poco, a saber cómo funciona todo lo que está vivo. Pero ¿ya te has convencido de que en el aire también está la tierra? – De acuerdo, tienes razón, tengo que admitirlo –confesó Marta– Ahora déjame pensar a mí sola, porque quiero averiguar dónde está el fuego en el mundo del aire. Savana se sintió muy orgullosa de su amiga. – Así me gusta, Marta. Es importante que aprendas a hacerte preguntas interesantes si quieres tener respuestas interesantes. – Gracias, gracias, señora maestra –dijo Marta con ironía– De momento sólo se me ocurre pensar en los relámpagos que iluminan el cielo durante las tempestades y que, por cierto, me hacen correr a esconderme debajo de mi cama del miedo que les tengo. – ¿Los relámpagos te asustan? –le preguntó Savana– Y supongo que también los truenos que les acompañan. Relámpagos y truenos son atributos de Zeus, el dios del cielo y de la luz, de la lluvia y de los rayos –recordó Savana en voz alta– Los truenos retumban tan fuertemente que parece que el cielo se vaya a derrumbar. Dice la voz popular que esto es una señal de que el dios está enfadado. Y ahora que hablamos de Zeus, he pensado que podríamos ir a buscarlo. Su palacio está situado en la cima de la gran montaña del Olimpo, la montaña invisible más alta del mundo, y allá vive como un gran señor porque, tienes que saber, que él es el padre de todos los dioses y que desde allí se encarga de mantener el orden y la justicia, tanto en el mundo de los hombres, como en el de los dioses. – ¡Qué dices! –dijo Marta muy sorprendida– Quizás esta sea la causa de que tenga tanto genio. Todos los padres son unos mandones ¿verdad? – Bueno, si quieres saber mandar cuando seas mayor, primero tendrás que aprender a obedecer, querida, –puntualizó Savana– Ya lo entenderás cuando llegue el momento. Qué te parece ¿vamos? Marta y Savana pidieron ayuda a los vientos para ser transportadas hasta el gran palacio de Zeus. Era tan agradable ver los pequeños pueblos, los ríos y las montañas desde tanta altura. Las dos se sentían como en casa entre los pájaros, grandes y pequeños, con los que se iban cruzando. A Savana le vinieron a la memoria unas frases que había escuchado de jovencita en boca de los caballos más ancianos de su familia y que nunca había olvidado, aunque no sabía exactamente el porqué. – Sabes, Marta, los sabios dicen que el lenguaje de los pájaros es el más antiguo del mundo y que quien lo aprenda, aprenderá a la vez todos los misterios de la creación. Marta hizo una mueca como si no hubiera entendido nada de lo que Savana le acababa de decir. – De momento te tengo a ti para que me enseñes estos secretos –le dijo sin querer saber más sobre el asunto– Aunque verdaderamente no tienes nada que ver con un pájaro. En seguida llegaron a la montaña sagrada del Olimpo. Tuvieron suerte de coger una buena corriente de aire que las impulsó a gran velocidad. Savana había aprovechado el viaje para ir instruyendo a Marta acerca de cómo era el mundo del aire. Le explicó que éste era un mundo que se encontraba a medio camino entre el cielo y la tierra y que nunca estaba quieto y que todo lo ocupaba. – Todo este movimiento continuo, hacia aquí y hacia allí –le decía la yegua a la niña– es el que produce las corrientes de aire. Las que circulan más cerca del cielo, son mucho más frías que las que lo hacen cerca de la tierra aunque, a veces, surgen corrientes cálidas que viajan entre dos frías. Éstas son las que prefieren los pájaros migratorios, que las aprovechan para volar más confortablemente en busca de lugares menos rigurosos donde pasar el invierno. Marta miraba a Savana un tanto desconcertada. – Qué complicado es esto que me explicas, tantas corrientes me confunden. Resulta mucho más fácil decir que el viento que sentimos en nuestras caras es el aire en movimiento ¿no te parece? – Pues no es tan difícil, chica, sólo debes prestar un poco de atención –se quejó la yegua– Aunque sí, tienes razón al decir que el viento es el aire en movimiento, él es quien moviliza todo lo que está suspendido en el aire, porque no sólo está contenido el oxígeno en él, también contiene las semillas o el polen y transporta la luz, los colores, los perfumes o la música. Las gigantescas puertas del palacio de Zeus estaban cerradas a cal y canto y Marta tuvo que aplicar toda su fuerza para mover unas pesadas campanas que hacían la función de timbre. – Gracias al aire puedo escuchar el sonido de las campanas – pensó muy contenta de haber entendido lo que Savana le explicaba–. Las puertas de palacio se abrieron por sí solas de par en par, sin que nadie saliera a preguntarles qué es lo que querían o por quién pedían. Las dos amigas se sobresaltaron al escuchar una voz profunda y poderosa que resonó de repente por todas partes. – ¡Entrad, entrad, os estaba esperando! –dijo la voz– Seguid este pasillo hasta el final, me encontraréis en la última estancia, la mayor de todas. Marta y Savana siguieron las instrucciones del que suponían era el dios Zeus. Cabalgaron por el pasillo observándolo todo atentamente llenas de curiosidad, hasta llegar al lugar donde se encontraba el dios. –¿ Podemos pasar? –preguntó Savana con prudencia–. – Adelante, chicas, como si estuvierais en vuestra casa. Yo soy Zeus, el dios del aire. Disculpadme por no haber salido a recibiros, pero realmente estoy muy atareado. Las dos amigas apenas pudieron distinguir la cabeza de Zeus que estaba sumergida entre montañas y montañas de papeles y rodeada de pizarras repletas de planos, números y figuras geométricas. – Por cierto ¿cómo os llamáis vosotras y qué os ha traído hasta este lugar invisible? –les preguntó Zeus sin levantar la vista de sus papeles–. – Yo me llamo Savana y soy la yegua de Marta. Hemos venido a verte porque estamos intentando averiguar de qué está hecho todo lo que nuestros ojos ven. Venimos del mundo del agua y allí hemos conocido al dios que lo gobierna, Poseidón, y él nos ha enseñado cosas muy interesantes. Tú, Zeus, que eres quien gobiernas el mundo del aire ¿podrías enseñarnos cómo funciona tu reino? Zeus levantó por fin los ojos de sus papeles y tras reflexionar unos instantes les respondió: – Bueno, estamos realmente muy atareados por aquí preparando el cambio de estación. El otoño es una época de mucha actividad en el mundo del aire. Los cambios de temperatura entre el cielo y la tierra, provocan fuertes corrientes y hay que tener cuidado de que las tempestades no sean demasiado violentas y estropeen el mundo de la tierra. Mantener el equilibrio es muy difícil y requiere mucha atención. – Savana ya me ha contado cómo se producen estas corrientes –dijo Marta– ¡Cuánto trabajo tener que controlarlas todas tú solo! – Mujer, no es exactamente como tú lo dices –la corrigió Zeus– Los cuatro mundos se encuentran bajo el gobierno de un orden y de unas leyes inteligentes. Todo está sabiamente dispuesto para que funcione y se regule por sí solo, siempre y cuando todos respeten este orden, por descontado, y yo soy quien vigilo que nadie lo rompa. – ¿Qué nos propones para conocer tu mundo, Zeus? –le preguntó Marta–. Zeus tuvo una idea. – Podríais acompañarme a supervisar el estado de unas gradas que he mandado construir a ambos lados de las corrientes de aire caliente. Hay que acomodar a los miles de espectadores que acuden desde lugares muy lejanos para ver la llegada de las cigüeñas que cruzan nuestra montaña, puntualmente, dos veces al año. – ¿Vosotras sabíais que las cigüeñas son pájaros migratorios? Esto quiere decir que tienen dos casas en dos lugares diferentes del planeta, una casa de verano y otra de invierno y que cuando empieza el frío, viajan juntas en grandes grupos, buscando lugares más cálidos donde reproducirse y alimentarse, huyendo de los rigores del invierno. – Vale la pena que las veáis –insistió Zeus– Ellas saben cómo han de prepararse para el largo viaje y también cuál es el mejor momento para partir y hacia dónde deben dirigirse. Se guían por el sol o las estrellas o por las vibraciones del aire, como si tuvieran una brújula, y obedecen sus instintos sin titubear. Nunca veréis ni un solo pájaro chocar con otro, a pesar de que viajan a tocar ala con ala, ni siquiera cuando tienen que hacer bruscos giros en el aire. – Esto es porque obedecen las leyes y el orden del que tú nos has hablado –dijo Savana como dando a entender que había aprendido la lección–. – Efectivamente –respondió Zeus con satisfacción– y es bueno ver los resultados, y nos permite aprender mucho si prestamos atención. Respetando el orden y obedeciendo las leyes superiores de la naturaleza, es como los cuatro mundos pueden vivir en armonía y ser siempre amigos, sin fastidiarse los unos a los otros. Cada uno sabe lo que tiene que hacer y procura esforzarse al máximo en su función. Y gracias a este trabajo en equipo, pueden existir todas las cosas que vemos e incluso las que no vemos. Zeus se encontraba muy a gusto charlando de estos temas con Marta y Savana. Las dos se comportaban como unas buenas alumnas y a él le encantaba dar explicaciones. – Es parecido a lo que sucede en una orquesta, en la que cada uno de los músicos, procura tocar lo mejor posible su instrumento, siguiendo fielmente los dictados de su partitura, a fin de conseguir que la obra suene armónica y bella. Hay diferentes tipos de instrumentos en una orquesta, los de cuerda, los de viento o los de percusión. ¿Os imagináis que cada músico tocase lo que le apeteciera sin que nadie lo dirigiera y sin tener en cuenta a los demás? En este caso lo que escucharíamos no sería música, sino una mezcla de sonidos francamente desagradables. Sólo cuando todo el grupo afina sus instrumentos, para tocar una misma melodía bajo las órdenes del director de orquesta, es cuando podremos disfrutar de la perfección de la obra. – ¡Qué bien lo has explicado! Gracias, Zeus –dijo Marta entusiasmada mientras aplaudía enérgicamente– Por fin he entendido para qué sirve el orden y por qué hay que respetarlo. Y se dirigió a Savana con ojos suplicantes. – Nos vamos a quedar, ¿verdad Savana? Nunca he visto pasar tan de cerca un grupo de pájaros migratorios. La yegua creyó que la petición de Marta era razonable y asintió. – De acuerdo, Marta, pero nos quedaremos sólo un rato. Tenemos que ir pensando en la manera de llegar al mundo del fuego. No tuvieron que esperar demasiado tiempo para que llegaran las cigüeñas. Las gradas se llenaron hasta los topes de seres del aire que estaban impacientes por ver el espectáculo. Marta y Savana estaban sentadas en primera fila, alargando sus cuellos al máximo para verlas llegar, porque ya se intuían en la distancia. Aquel fue un momento muy especial que quedó grabado para siempre en los corazones de las dos amigas, por la impresionante fuerza y belleza de aquel maravilloso espectáculo. Los pájaros volaban en perfecta formación, la primera cigüeña abría el paso, como si fuera la encargada de guiar al resto, y las otras la seguían dibujando la forma de una flecha en el cielo. Sus ojos mostraban una intensa concentración. Nada les distraía, sus alas batían con fuerza, sin desfallecer, y los espectadores seguían en silencio y respeto su vuelo para no distraerlas. A Savana, aquel espectáculo la emocionó mucho. – Cuando las cosas son tan bellas como esta que acabamos de ver –le dijo a Marta– nos quedamos boquiabiertos contemplándolas y no encontramos palabras para describirlas. Entonces, es mejor callar y guardarlas en el corazón. Marta pensó en la Magia de la vida a la que Poseidón se había referido. – Estoy de acuerdo contigo, Savana –le contestó– Quizás es mejor hacer un dibujo o escribir una canción para recordarlas, porque así, cada vez que miramos el dibujo o cantamos la canción, revivimos la magia de estos momentos tan especiales. Había llegado el momento de abandonar el mundo del aire. Marta y Savana se disponían a despedirse de Zeus y agradecerle todas sus explicaciones cuando, de pronto, la niña se acordó que todavía le quedaba alguna cosa importante por decir. – Antes de irnos, Zeus, te quería pedir que procures no hacer tanto ruido con los truenos porque me asustan mucho. No veo la necesidad de armar tanto escándalo por muy enfadado que estés. Mi madre siempre dice que las cosas no se arreglan gritando, sino hablando. Zeus rompió a reír a carcajadas y cuando se calmó, le dijo a Marta: – El ruido de los truenos y el resplandor de los rayos y relámpagos no tienen nada que ver con mi humor, querida Marta. Los relámpagos son descargas eléctricas que atraviesan el cielo en dirección a la tierra a gran velocidad, calentando mucho el aire con el que entran en contacto. Cuando este aire tan caliente choca con el frío que le rodea, se produce un gran ruido, el ruido del trueno. El sonido viaja más despacio que la luz y es por este motivo que vemos primero el relámpago y luego escuchamos el trueno. Cielo y tierra se comunican y se intercambian informaciones continuamente a través de este mundo intermediario, el mundo del aire, donde nos encontramos ahora. Las múltiples informaciones viajan en dos direcciones, de subida y de bajada, siguiendo imaginarias carreteras que unen lo de arriba con lo de abajo. El dios Mercurio es el más importante de entre todos los dioses mensajeros que hacen regularmente este viaje. Él lleva alas en sus sandalias y también en su casco para poder volar muy rápido y llevar los mensajes de los dioses a los hombres y de los hombres a los dioses. Zeus se iba entusiasmando con sus propias explicaciones. – ¿Lo estáis entendiendo bien todo esto que os estoy contando? La energía va y viene entre el cielo y la tierra, como si se tratara de un diálogo entre los dos, como cuando nosotros nos contamos nuestras cosas. Yo hablo y tú me contestas, pero las palabras no sirven de nada mientras están en tu cabeza o en la mía en forma de pensamientos, sólo sirven cuando las lanzamos al aire, que justamente es el mundo en el que nos encontramos. Entonces, cuando tú hablas yo te escucho y así te puedo contestar. Marta miró de reojo a Savana, como queriéndola reñir con la mirada, porque le había dicho que los truenos eran la consecuencia del mal genio de Zeus, y resultó que no era verdad. – Bien, pues ahora ya sabes lo que querías saber, querida Marta – le dijo Zeus– ¿Quieres saber algo más? Marta reflexionó durante breves instantes y recordó que todavía tenía una duda importante. – Ahora que lo dices, sí que me queda una cosa por saber. El dios del agua, Poseidón, nos dijo que las aguas representaban las emociones y que cuando llorábamos o teníamos mucho miedo o nos reíamos mucho, nos salía el agua por los ojos y también por la nariz. Lo que quería saber es si el aire es también el representante de algo. – ¡Me gusta mucho que me hagas esta pregunta! –dijo Zeus encantado– justamente ahora es el mejor momento para explicártelo, porque te acabo de decir que el aire es el elemento intermediario entre el cielo y la tierra. El cielo, querida Marta, tiene muchos y grandes misterios para enseñarte, que tú no puedes ver con tus ojos ni escuchar con tus oídos. Para que todos los que como tú desean conocer la sabiduría del cielo, él ha generado las ideas. Las ideas viven en el mundo del aire y él es quien las esparce, con ayuda del dios Mercurio y otros mensajeros, para que lleguen al pensamiento de los hombres y puedan así conocer los misterios del cielo. – Pues yo creía que las ideas las fabricábamos nosotros con nuestro pensamiento –dijo Marta muy sorprendida– y que teníamos más o menos cantidad de ellas según fuéramos más o menos espabilados o inteligentes. Zeus rompió a reír de nuevo. – Los hombres, en general, siempre habéis sido un poco arrogantes y os creéis muy listos y pensáis que todo lo podéis controlar con vuestra mente. Ten en cuenta que el hombre forma parte de la naturaleza, como todo lo que los ojos pueden ver e incluso lo que no pueden ver, simplemente porque nada existe fuera de ella. La creación es una obra única que lo contiene todo. Los distintos seres y elementos que la componen, existen y se relacionan entre ellos gracias a un orden que les precede, una sola Inteligencia de la que todo emana y que mantiene la vida en un perfecto equilibrio. – Tendré que reflexionar sobre lo que acabas de decir –dijo Marta que había estado muy concentrada escuchando las palabras de Zeus– ¡Es que me estás cambiando cosas que pensaba que ya las tenía bien aprendidas! – Tómatelo con calma, Marta –le tranquilizó Zeus– date tiempo. Seguro que terminarás por entenderlo. – Discúlpame, Zeus –interrumpió Savana– Lo que dices es muy interesante pero empieza a ser la hora de partir. Todavía nos quedan dos mundos por visitar. ¿ Cómo podríamos llegar hasta el mundo del fuego desde aquí? Zeus miró a izquierda y derecha en busca del mejor camino, pero de repente recordó una alternativa mejor. – Cerca de aquí –dijo– hay un carro de fuego que puede llevaros hasta el sol, que es el representante del mundo del fuego en el cielo. Allí vive Apolo, uno de mis hijos. Él os enseñará todo lo que queráis sobre él. ¡Vamos, os acompaño a buscar el carro! No tengáis miedo, el fuego del cielo no quema. Marta y Savana estaban realmente emocionadas. Esto de tener que subirse a un carro de fuego para ir a visitar al sol, las había impresionado mucho. Las dos se preguntaban cuál de las carreteras de energía seguirían para llegar a él y si encontrarían algún tipo de letrero que les fuera indicando el camino. Zeus leyó sus pensamientos y sonriendo les dijo, – Vosotras no tenéis que preocuparos por nada. Sólo es preciso que estéis bien dispuestas e ilusionadas por conocer este mundo. Entonces, si vuestras intenciones son sinceras, él os absorberá. ¡Dejaros llevar! Las dos amigas tenían muy claro que estaban dispuestas a hacer lo que hiciera falta y decidieron cerrar los ojos y concentrarse en expresar su deseo desde el corazón. Si era verdad lo que Zeus les había dicho, la energía limpia y sincera de sus pensamientos, llegaría enseguida hasta el astro y serían absorbidas por él.
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